Retomamos el evangelio de Mateo. Venimos, ¿recuerdas? de leer el relato de Mateo acerca de la infancia de Jesús, que nos presentaba a Jesús viniendo a nuestro mundo. En el relato de la infancia, hemos reconocido la centralidad del Padre y también que la vida se somete a sus designios, más allá de que nuestro mundo parezca ignorarlo. Lo veíamos cuando se nos hablaba de los magos, que representan a los hombres y mujeres que avanzan en la vida en pos de una estrella, guiados por su búsqueda, por el anhelo que les mueve internamente; lo veíamos en el relato del exilio a Egipto y la matanza de Herodes: el mal está presente en nuestro mundo (en formas discretas como la confusión de los magos, la indiferencia de los maestros de Israel, el miedo y la mentira de Herodes; en formas inmensas como las consecuencias de ese mal: la matanza de los pequeños, el exilio), pero Dios se abre camino a través de ese mal y conduce la historia, dejando que crezcan el trigo y la cizaña y abriéndose camino por encima de los planes de los poderosos.
En el relato de hoy se nos presenta a Juan el Bautista, el que viene a anunciar a Jesús, bautizando en el desierto de Judea.
En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea, proclamando: —Arrepentíos, que está cerca el reinado de Dios. Éste es a quien había anunciado el profeta Isaías, diciendo: —Una voz clama en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos. El tal Juan llevaba un vestido de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Mt 3, 1-4
De nuevo, tenemos a un hombre, Juan, que representa a todos esos hombres y mujeres que viven, o quieren vivir, de Dios. Él está en el desierto, en un lugar en el que no se distrae la atención de lo esencial. El desierto de Judea no era un desierto como nos imaginamos los desiertos, sino que era un lugar vacío pero habitable, en el que la vida puede centrarse en lo esencial. Este hecho ya nos indica que también en nuestra vida más o menos ocupada podemos de encontrar esos desiertos.
A medida que vivimos, algunos de nosotros experimentamos el deseo de centrarnos en lo esencial: sea porque descubrimos que los ruidos internos y externos nos distraen y alejan de lo que importa; o porque el exceso de cosas a las que atender, de ocupaciones que se revelan vanas, de cuidados que no merecen atención se llevan buena parte de tu vida; o porque tú mism@ experimentas la sensación, ingrata como pocas y tantas veces repetida, de estar desatendiendo lo importante, de andar por la superficie de la vida deseando vivir de otro modo y sin saber, sin poder hacerlo en la vida que vives…
La primera pregunta que hemos de hacernos es: ¿cómo tendrías que vivir tu vida, la vida que vives, para no descuidar lo esencial? ¿Qué tendrías que poner primero en el día? ¿Qué tendrías que sacar de ella porque te distrae y te dispersa? ¿Cuáles son las cosas o personas que te hacen volverte a lo esencial cuando te has alejado de tu centro? En definitiva, ¿qué importa de verdad en la vida y de qué manera apuestas porque lo que importa esté presente en ella? Puede ser bueno que tomes papel y boli y anotes cuáles son esas cosas, para tener presente, para no olvidar una vez más, qué es lo que quieres vivir, y cómo: qué poner primero para que la vida que deseas, sea. Luego quizá tengas que hacer opciones –puede que sean incomprendidas, puede que sean dolorosas- en favor de esto que te importa. Pero antes, tienes que saber en qué te quieres centrar, para que no se te pase la vida descuidando lo que importa.
Juan el Bautista representa a los hombres y mujeres que viven centrados en lo esencial. Cuando vives desde y para lo esencial, la vida se ve de otro modo: sabes qué tienes que vivir y qué no, y sabes en quién has de apoyarte para vivirlo (no sé si te has dado cuenta, pero no puedes hacer una opción vital auténtica sin contar con Dios, que es quien te conoce); reconoces a Dios presente en la vida, lo deseas para los hombres y mujeres de tu tiempo, y lo anuncias tanto con tus palabras como con tu vida.
En este evangelio vamos a hablar mucho de las cosas que dice Juan, y de las acciones que realiza, especialmente el bautismo. Ahora nos fijamos en su persona, la persona de quien vive para Dios de quien vive centrado en lo que desea/ama: hemos sido hechos a imagen de Dios, y cuando reflejamos esa imagen porque hemos limpiado de nosotros todo aquello que obstaculiza su presencia en nuestra vida, manifestamos esa presencia suya porque, como Él, vivimos en favor de los hermanos según el don que hemos recibido. Estar centrados en lo esencial nos permite, entre otras cosas, ser fieles a ese modo.
Por tanto, lo primero en lo que nos hemos de fijar es en la persona de Juan, que representa a aquellos hombres y mujeres que viven unidos a Dios y nos llevan a él, y la interpelación que suponen para nuestras vidas: no de modo conceptual, como quien admira y después se olvida, sino de modo existencial, reconociendo que en su persona se refleja la llamada profunda de pertenecer a Dios que todos llevamos dentro, aunque cada cual la experimentemos de un modo.
Aquí viene otra pregunta, una pregunta esencial: ¿experimentas esa llamada que viene de Dios, o no la reconoces, no te atreves a escucharla, temes vivir de ella? Sin duda, la conciencia de pertenecer a Dios está presente en todos. Pero hay que cuidarla y escucharla para reconocerla. Por eso es preciso que hagas silencio, te vuelvas a tu interior, especialmente en las ocasiones en que algo, desde fuera, conecta con ese deseo de pertenencia, y te abras a dialogar con Dios acerca de esto que, aunque te desborda, es tu ser más propio.
¿Reconoces en ti el deseo de vivir centrad@? ¡Cuéntanos qué piensas de esto!
Imagen: Brigitte Tohm, Unsplash