Lectura del segundo libro de los Reyes (4,42-44)
Sal 144,10-11.15-16.17-18
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-6)
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15)
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
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Seguimos despertando nuestra mirada a los modos de actuar de Dios. Como vamos diciendo en estos domingos del Tiempo Ordinario, nosotros tenemos una lógica y Dios tiene otra. Y aunque escuchamos cosas enormes cada domingo –la Biblia está llena de ellas-, las escuchamos desde nuestra lógica, lo que hace que entendamos lo que queramos o lo que podamos, y como eso es parecido a lo nuestro, no cambia gran cosa nuestro modo de mirar. En cambio, cuando nos abrimos a la lógica de Dios, a la realidad tal como él nos la dice, empezamos a ver otras cosas.
Por ejemplo: tú sueles decir o pensar que no sabes qué hace Dios con tanta gente que pasa hambre, ¿verdad? Sin embargo la Biblia, cuando nos habla de alimento, lo que nos dice es que Dios se compadece y que Dios sacia. No a nuestro modo, sino a su modo desconcertante. Desconcertante porque suele partir de lo pequeño –si te fijas, tanto en la primera lectura como en el evangelio que acabamos de escuchar hay alguien que dice, acerca de la cantidad que Dios ha ofrecido para saciar a la gente: ¿Qué es esto (el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente, en la primera lectura; cinco panes de cebada y un par de peces, en la segunda) para tantos?
Dios quiere saciar, y lo hace a su modo. Un modo, el suyo, que descompone el nuestro: en ambos casos, lo primero que se da es esa cantidad pequeña de pan (¿qué es esto… para cien, mil o cinco mil personas?) que en sí misma no es capaz de saciar el hambre de tanta gente pero que, aliada con la fe –esto es, cuando te fías-, resulta ser alimento para muchos: Comieron y sobró, dice la primera lectura. Llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que habían sobrado, hemos escuchado en el evangelio.
El pan, los peces, el alimento que sea… visto por nuestros ojos.
El pan, los peces, lo que quieras… abiertos a la confianza en Dios, que nos lanza a entregarlos, se convierten en un pan que alimenta, sacia –comieron todo lo que quisieron, decía también el evangelio- y te abre a otra lógica, a otra vida: a esa vida que tiene que ver con el modo de mirar de Dios, con su modo de estar en la historia. La alegría y la admiración de después, ante la maravilla de lo que ha sucedido, también tienen sabor a Dios.
Así, esa alegría, esa admiración, ese sentirse alimentados y saciados… cuando vives desde Dios, se entienden desde otra parte.
En esa misma línea, mira lo que hemos escuchado en el salmo:
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
Seguro que reconoces la dicha que hay en esa confianza, en esa certeza de que Dios sabe de nuestra necesidad y, cuando Él ve- Él sabe, y es Amor-, sacias de favores a todo viviente. Esta es la lógica de la Biblia, esta es la lógica de Dios.
Seguramente has pensado que qué pasa entonces con tanta gente que pasa hambre. Con tantas y tantos que padecen necesidad de tantos modos. Igual hasta has aventurado un juicio contra Dios: en tu lógica, está claro que si pasa esto en el mundo, Dios es culpable.
Y es así. En esa lógica que no confía y que –ya perdonarás- no se entera de nada, Dios es culpable.
Para saber cómo actúa Dios, hay que mirar según su modo. La Biblia nos lo dice muchísimas veces. Solo en las lecturas de hoy, ya ves cuántas veces se dice. La certeza del creyente es que Dios colma a todos. Es posible que no a todos en esta vida –igual no es esta vida la referencia absoluta, como nos parece a nosotros-, y es posible que no a todos de igual modo y que hay muchos modos de amar y de colmar –aunque esto contraríe nuestra lógica… una vez más-. Por otro lado, en la Biblia Dios aparece como un Dios que no solo quiere saciar nuestras necesidades, sino como un Dios que se compadece de nosotros. Si estos son las bases en las que nos queremos apoyar, la lógica de Dios, es posible que no tengamos respuesta para muchas cosas –otra cosa que pasa en esta lógica de Dios es que sabes que Dios sabe y que tú eres perpetuamente discípul@, aprendiz-, pero sí sabemos una, fundamental: que Dios ama a todos. Desde ahí, le preguntaremos lo que no entendamos, le pediremos por todo el dolor que encontramos en la vida para que venga a socorrer lo que nosotros no podemos o sostenga nuestro corazón y nuestras fuerzas en lo que nosotros tenemos que hacer… pero no dudaremos de que Dios, a través de esos medios desconcertantes que a menudo usan la receta “pocodelonuestro+confianzaenDios”, abren caminos inimaginables e inmensos…
Imagen: Soner Eker, Unsplash