Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (9,26-31)
Sal 21,26b-27.28.30.31-32
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,18-24)
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
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Seguimos descubriendo en las lecturas de este quinto domingo de Pascua los rasgos de esta vida nueva que nos ha venido a través de la muerte de Jesús y su resurrección, que es victoria sobre todo pecado, todo mal, toda muerte.
Vamos a ver primero cómo mirabas –seguramente, cómo sigues mirando, porque esta transformación se da a lo largo del tiempo- la vida, tu modo de situarte en ella.
Seguramente, la miras desde ti. Desde tus criterios, desde lo que te han dicho que está bien, cogiendo a veces ideas o formas de hacer y decir de otros que te gustan más, o rechazando las ideas que no te gustan (y a l@s que no te gustan, de paso…).
Todo, desde ti. Todo, desde la ilusión de que lo que tú dices, lo que tú haces, lo que te gusta o lo-que-gusta-a-lo-que-te-gustan, el modo como tú entiendes y organizas la vida, es el modo. A veces no lo piensas así del todo si has descubierto algunas grietas en tu modo de ver, pero fundamentalmente, ¿de qué otro modo vas a mirar, si no es el tuyo?
Pues aunque a ti este modo te parezca “el” modo, hay otro que sí lo es, que lo es de verdad: el de Jesús, que se ha entregado por Amor y cuyo Amor, por la acción del Padre, ha vencido al mal y a la muerte. Un modo que –solo por la fe se puede ver- ha vencido al pecado, al mal y a la muerte, y nos ha mostrado su verdadero rostro, su verdadero signo. Nosotros hemos conocido esta verdad –hablábamos de ello el domingo pasado– y ahora sabemos que la vida no se fundamenta en nosotros, incapaces no sólo de enfrentarnos al mal, al pecado, a la muerte, sino que con nuestros planteamientos fundamentados en algún tipo de ego, hemos sido engullidos por él.
Jesús ha vencido, y ha hecho posible para nosotros otra vida. Pero para vivirla no te puedes fundamentar en ti, sino en Jesús.
En adelante, si crees, la vida no se entiende fundamentada en ti. Tira este esquema, que es falso (¿algo ya sospechabas?), y ábrete a ese otro modo de fundamentar la vida que nos muestra Jesús. Él va a emplear una imagen, la de la vid y los sarmientos, para explicarnos el modo nuevo de fundamentar la vida, que es también definitivo: en este mundo donde todo parece cambiante, donde las modas dan paso a una cosa, dejan otra atrás y enseguida nos enseñan a mirar a la siguiente, el modo de vida que propone Jesús es definitivo: va más hondo, es más consistente y tiene más sentido que ninguna otra propuesta de este mundo. Da respuesta al deseo hondo del ser humano de arraigarse en un suelo firme –amoroso- de pertenecer –al mismo Dios, que nos vincula a todo-, y de entregarse –porque desde esta vinculación somos lanzad@s a la vida.
¿Cómo reconocer que esta propuesta que Jesús nos hace es la verdadera vida? Por la fe. La fe que se nos encarecía en el segundo domingo de Pascua y que se nos llamaba a vivir en relación con Jesús el domingo pasado, nos muestra ahora cómo se realiza esa vinculación.
En la vida que has dejado atrás, tú –o los que tú decidías seguir, de quienes aceptabas, del modo que sea, depender-, dirigían tu vida. Tú –o ellos, del modo que sea, pero tú-lo-tuyo al final- organizabas la vida según tus luces- tus miedos-tus oscuridades-tus temas pendientes-etc.
En esta vida nueva, vives unid@ a Jesús. Ya no te apoyas en lo tuyo, sino en él. Ya no te buscas la vida donde crees que está, sino que la recibes de él, porque estás unida a él. Como él está unido al Padre. Porque él está unido al Padre. Una vida semejante a la de Jesús, porque has conocido que Jesús es la salvación y la vida, y ya no buscas la vida por ahí –“te buscas” la vida-, sino que la has encontrado y permaneces allí donde la vida se encuentra: unida a Jesús, unido a Jesús.
Y esa vida que vivimos unid@s a Jesús es una vida que lo comprende todo desde él:
- Si tienes problemas, si hay sufrimientos, no es un sinsentido, ni una desgracia: en último término, es el Padre que te poda para que des más fruto. No es que no tengas que afrontar los problemas, o que el sufrimiento no te duela o que no haya que hacer nada… pero qué bueno es saber que, además de lo que tú tienes que hacer, está de fondo el Padre acompañándote, dando sentido a todo lo que vives.
- Esa poda del Padre que experimentas no es algo malo, como pasa cuando nos quitan lo que sea a los que vivíamos apoyados en el “yo”. Esa poda del Padre es para que des más fruto. Es otra lógica completamente distinta de la del mundo, en que la poda es un castigo. Aquí, la poda es signo de una mayor fecundidad.
- Antes, lo que te purificaba eran las cosas que hacías tú en favor de una purificación (que no sabes si ayudaban, y a veces no hacían nada, además de ser muy costosas). En esta vida, quien te purifica es Jesús, y lo que te limpia hasta el fondo es creer en lo que él ha dicho. Antes, había que esforzarse mucho para conseguir lo que un@ deseaba, y después podías quedarte insatisfecho. En esta vida nueva, la vida viene de permanecer en Jesús, de esperar en él, y lo que da fruto no es que hagas mucho ni poco, sino que hagas lo que él te dice, y así das mucho fruto.
- Esta vida es tan intensamente Vida, que la muerte se define desde ella misma: si no das fruto, no es por ninguna de las cosas de antes, sino porque no estás unida a Jesús, porque no permaneces en él, que es la Vida. Si no das fruto, que es la fecundidad propia del amor (que toma muchas formas, pero siempre se reconocen como fruto de Jesús en ti), entonces te echarán fuera porque estás estorbando… a la vida.
- Si vives unida a Dios, si vives unido a Dios, entonces vives vinculada al Padre a través de la unión con Jesús. Hay una comunicación profunda, y fecunda, y amorosa, entre el Padre, Jesús y tú. Tú eres signo de esa vida de Dios en ti, en medio del mundo. Eres de Dios, cosa suya.
Y entonces, puede que te pase que ese cambio tenga que ser puesto a prueba, como le pasa a Pablo en la primera lectura. Pero tus frutos dirán en quién te apoyas, a quién perteneces, como hemos escuchado ahí.
O puede que no sepas cómo reconocer que Dios permanece en ti… pero no será al modo antiguo como vayas a reconocerlo, sino por la fe en que el Espíritu de Dios actúa en ti.
La vida nueva se vive al modo de Jesús, que ha vivido entre nosotros pero no al modo nuestro (en el que, a poco que mires, se nota la fuerza del pecado invadiéndolo todo), sino al modo del Espíritu, que conduce a Jesús. Por su resurrección, Jesús nos ha traído esa vida nueva. ¿La deseas para tu vida como lo mejor que puedes alcanzar? Te llenará el corazón no solo escuchar estos textos, sino responder a Dios desde esta Palabra que te ha dirigido –eso es orar-. Luego, podrás celebrar a Dios por este encuentro con él. Y sabrás a qué sabe la vida nueva.
Imagen: Brent Cox, Unsplash
Una lectura muy descriptiva de la unión entre nosotros (sarmientos), Jesús (la vid) y Dios (el labrador).
Me resuena sobre todo el nuevo modo de entender la vida, las acciones que realizamos, que tienen que ser fruto no desde nosotros sino desde lo que Dios me diga, me enseñe, me guie.
Orar, orar y orar para escuchar lo que quiere que haga.
Por ahí hay camino, Elena. Adelante!