Con este Café Evangelio de hoy vamos a intentar aprender juntos algo más de la Palabra de Dios. El mismo Jesús, la Palabra de Dios, nos enseña a leer su Palabra. En esta ocasión, el texto que tenemos para hoy está en Lc 7, 29-35
Todo el pueblo que escuchó y hasta los recaudadores dieron la razón a Dios aceptando el bautismo de Juan; en cambio, los fariseos y los doctores de la ley rechazaron lo que Dios quería de ellos, al no dejarse bautizar por él. ¿Con qué compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué se parecen? Son como niños sentados en la plaza, que se dicen entre ellos: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo. Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: está endemoniado. Vino este Hombre, que come y bebe, y decís: mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores. Pero la sabiduría se acredita por sus discípulos.
Si recuerdas, la semana pasada Jesús nos hablaba de Juan el Bautista y veíamos las preguntas que Juan ha hecho a Jesús a través de sus discípulos. También veíamos las preguntas que Jesús lanza a la gente, y a nosotros, y las preguntas que nos quedaron al final de la perícopa. Una pregunta misteriosa: Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.
Hoy continuamos, a partir de lo del otro día, con esta misma reflexión sapiencial que enlazamos con esta enseñanza de Jesús que se prolonga con el texto de hoy. Se nos dice que el pueblo ha escuchado a Jesús y aceptado su bautismo, mientras que los fariseos y los doctores de la ley no ha aceptado lo que Dios quería de ellos. Así se nos dice que en la historia, en la vida, vamos a encontrar lo que Dios quiere de nosotros, pero luego nosotros tenemos que reconocerlo, primero, y aceptarlo, después.
Jesús nos dice que Jesús era una palabra clamorosa de Dios y hubo personas que respondieron a esa palabra clamorosa aceptando el bautismo de Juan, dejándose bautizar -esto es, respondiendo no solo teóricamente, sino con su vida-, mientras que otros, los que en teoría sabían más de Dios, los fariseos y doctores de la ley, rechazaron el bautismo de Juan.
Después de describir esta situación, Jesús les hace una presentación que nos refleja a todos: ¿Con qué compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué se parecen? Son como niños sentados en la plaza, que se dicen entre ellos: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo. Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: está endemoniado. Vino este Hombre, que come y bebe, y decís: mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores. Pero la sabiduría se acredita por sus discípulos.
Nos dice Jesús que lo propio, lo espontáneo cuando escuchas una melodía alegre, es que bailes. Y lo propio cuando escuchas algo triste es que hagas duelo: cuando en la vida reconozcas algo que viene de Dios, respóndele a eso que reconoces como suyo. No cortes la música que viene de Dios reaccionando de otro modo que como él te habla, Igual que cuando escuchas algo alegre tu corazón responde bailando, y cuando escuchas algo triste tu corazón, si está afinado con lo que escuchas, te pones de duelo, así, cuando veas un hombre o una mujer de Dios presentes en la vida, reacciona en respuesta a lo que te están comunicando.
Y así nos dice: vino Juan, que no comía ni bebía, y en vez de ver a Dios manifestándose de este modo en él, vosotros habéis visto un contradios: está endemoniado. Llega Jesús, que come y bebe, y tampoco entienden nada, sino que revelan su mirada desnortada: mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores.
Así miramos tantas veces, como gentes que miran mal, que no miran, que no ven.
Qué importante, qué serio el llamado a entender lo que dice Jesús tal como lo dice, en vez de interponer lo nuestro, que se revela tan desajustado. ¿Cómo haremos para ver? ¿Cómo haremos para escuchar? ¿Cómo haremos para, viendo y escuchando, poner por obra desde lo que Jesús nos ha dicho?
Porque hay quienes sí se enteran: los discípulos de la sabiduría, los que se entregan a aprender de ella y a seguirla en todo lo que hacen.
De nuevo, siempre, necesitamos de Jesús. Necesitamos volvernos a él para no parecernos a los que leen mal los hechos y responden mal a la vida. Necesitamos volvernos a él para ser de aquellas, aquellos que se han hecho discípulas, discípulos de Jesús y manifiestan su sabiduría.
Imagen: Sam Hojati, Unsplash