En Café Evangelio nos acercamos a los textos para acoger tanta riqueza que encontramos en la Palabra de Dios. Mucha más de la que recogemos aquí, en la esperanza de que lo que vemos te dé pistas para ahondar en ella.
El texto que tenemos para hoy está en Lc 7, 18-28
Los discípulos de Juan le informaron de todos estos sucesos. Juan llamó a dos de ellos y los envió al Señor a preguntarle: —¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro? Los hombres se le presentaron y le dijeron: —Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte si eres tú el que había de venir o si tenemos que esperar a otro. En ese momento Jesús sanó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus; y devolvió la vista a muchos ciegos. Después les respondió: —Id a informar a Juan de lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa. Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, se puso a hablar de él a la multitud: —¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten con elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Os digo que sí, y más que profeta. A éste se refiere lo que está escrito: Mira, envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.
Vamos a comentar este texto que tiene mucho que enseñarnos. Se nos dice que Juan el Bautista se está preguntando acerca de Jesús, y envía a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús para encontrar respuesta a sus preguntas. Qué profundamente humano es esto de hacernos preguntas, qué necesario para aprender esta apertura a lo que no conocemos. Igualmente, aprendemos que tenemos que hacernos preguntas, y también que tenemos que saber a quién dirigirlas para encontrar respuestas. En este caso, Juan ha dirigido sus preguntas al propio Jesús, y sin duda, encontrará respuesta.
A continuación, los discípulos van a hacerle estas preguntas a Jesús. Y he aquí que después de hacerle sus preguntas, Jesús se pone a hacer otras cosas. En ese momento Jesús sanó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus; y devolvió la vista a muchos ciegos. Puede pasar, si tú eres ese discípulo de Juan, que mientras Jesús está haciendo estas cosas, creas que Jesús ha olvidado tu pregunta y se ha puesto a otra cosa. Puede ser también que tú olvides tu pregunta, admirado por lo que Jesús hace. El texto nos enseña que Jesús no ha olvidado tu pregunta, más aún, que lo que está haciendo es parte de la respuesta que te dará.
Pero has de aprender a esperar: Después les respondió. Aquí aprendemos a hacernos preguntas, a saber a quién responder, a esperar la respuesta.
Una vez que Jesús nos da la respuesta, se tratará de aprender a ajustar la vida a lo que Jesús les ha dicho.
Jesús les ha dicho una palabra de esperanza que contiene, a su vez, un misterio:
Id a informar a Juan de lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa.
Nos habla Jesús de esta salvación que él ha traído, que es respuesta a si tenemos que seguirle a él, y Jesús responde con esta buena noticia que nos indica que él es, y también con la posibilidad de que no veamos, de que nos escandalicemos de él porque lo que hace no se corresponde con la idea que nosotros teníamos de Dios. Esto lo veremos más en la siguiente perícopa.
Después que se van los discípulos de Juan, va a ser Jesús quien nos haga preguntas. También con esto aprendemos a preguntarnos: —¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten con elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Os digo que sí, y más que profeta.
Estas preguntas recogen las preguntas que nosotros podemos tener en nuestro interior. Nos hacemos muchas preguntas, unas acertadas y otras que no. Jesús nos las devuelve y las orienta. Cuántas veces nuestras preguntas, como nuestras búsquedas, están desorientadas, y no encontramos nada en ellas. En cambio, cuando preguntamos bien, somos llevados más allá. Esto nos hace caer en la cuenta de que cuando a veces dirigimos preguntas a Dios y no nos responde, puede ser porque no estábamos haciendo la pregunta correcta. Aprendemos así a preguntar, y a confiar en que el silencio de Dios, como las respuesta que nos da, forma parte del modo como hemos de abrirnos a él.
La perícopa termina con una palabra que Dios nos dirige: A éste se refiere lo que está escrito: Mira, envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.
Estas palabras que Jesús nos dirige nos dan la ocasión de continuar hablando con él. Que despierten tus preguntas, que puedas esperar la respuesta, guardándola en el corazón, sabiendo que él no se olvida de este diálogo que puede llegar a ser nuestra vida. Un largo diálogo con Dios.
Imagen: Taylor Daugherty, Unsplash