1ª lectura: Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,21b-27)
Sal 144,8-9.10-11.12-13ab
2ª lectura: Lectura del libro del Apocalipsis (21,1-5a)
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
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¿Has tenido alguna vez esa conversación que empieza… “qué buen lugar sería el mundo si todos nos amáramos, si nos tratáramos bien unos a otros”… ¿sí? ¿has tenido esta conversación, o has pensado algo que empieza así?
Seguramente. Y la conversación continúa, también, de modo predecible: en plan moralizar, en la que dices o te dicen que tú deberías hacerlo así; o en plan idealizar, que se prolonga haciendo ensoñaciones de cómo serían las cosas… ; en plan práctico, que “baja a tierra” y reconoce que la vida no es así y –solemos añadir también- “sería muy aburrido”; o en plan escéptico, dudando de que esto sea posible…
…en todos los casos, la conversación acaba pronto, porque no sabemos continuarla. No sabemos cómo continúa una historia que se vive conducida por el amor en nuestra vida, en nuestro mundo. No sabemos, porque no lo hemos conocido y con nuestras claves, no sabemos cómo continuaría la historia.
… y he aquí que las lecturas del domingo, que a menudo nos resultan tan lejanas, saben hablar de esto: de cómo continuó la vida para los hombres y mujeres que creyeron en que era posible amarnos, entre nosotros, como Dios nos ha amado. Así que sí es posible prolongar ese “sueño” por el cual el amor fuera el principio, el fundamento de todo –sueño o anhelo que, por otra parte, reconocemos en nosotros grabado a fuego-; ese sueño por el que el amor es, también, el medio y el fin. Es posible… porque es Dios mismo el que lo quiere hacer en nosotros.
Y hubo unas mujeres, unos hombres que lo creyeron. Que creyeron, porque la vida de Jesús era fehaciente testimonio de este amor, que lo único que Dios quería mandarnos, lo que nos mandaba para vivir, era que nos amáramos con su amor, con el mismo amor con que Él nos estaba amando. Con el amor que llega a amar la vida entera, tal como es, como se da. Con este amor que es el único mandamiento en relación a todos los seres humanos.
Teniendo este amor como fundamento, el resto de la vida se organiza en torno a este amor, en función de este amor: cae lo que no sirve a este amor, se mantiene lo que sirve o lo ayuda a crecer. Cae siempre el rechazo, la diferencia vivida como distancia o separación, cae el miedo que ve a los otros como obstáculo o amenaza, cae el amor a las cosas cuando éste impide el amor a las personas, caen las cuentas pendientes, cae la mirada que sospecha y que prejuzga, cae…; se mantiene la promesa que es cada persona, también cuando no se ve esa promesa; la alegría, las segundas, terceras y cuartas oportunidades; se mantiene el sí a la vida, el sí a los otros, el perdón, la vinculación con Dios, la fraternidad que no es solo un buen deseo, y por supuesto, la fe y la esperanza… puedes seguir reconociendo tú qué se mantiene y qué cae en tu vida cuando pones como pilar fundamental el amor.
A los discípulos que en la última cena creyeron en el amor de Jesús, a los discípulos que vieron a Jesús resucitado y experimentaron su amor que vence sobre la muerte, esta certeza del amor a los hermanos se les hizo pilar, fuente, suelo, manantial… en tal grado que su vida se constituyó en misión: en adelante, los creyentes viven para anunciar la buena noticia de Jesús más allá de sus comunidades, más allá de sus fronteras, más allá del mundo que conocían. El deseo de llevar a otros hombres y mujeres el amor de Jesús se hizo tan pleno que la Iglesia naciente se fundamenta en este amor de Jesús, y desde ahí se organiza en función de la misión: los misioneros son enviados por la comunidad, pero también la constitución de la comunidad, que los ha enviado y los sostiene con su oración, su ayuno y sus bienes. Con su amor, que tomará tantas formas como necesidades hay en la tierra.
Los que viven así empiezan a saborear la vida eterna. Lo que al fin de los tiempos será, en plenitud, el reino de Dios, el reino en el que el Amor reina, empieza a darse en esta vida (nos dice el Apocalipsis) cuando, arraigados en Dios, dejamos que su Amor sea el criterio de nuestros modos de mirar y de vivir; cuando consentimos en que su Amor barra todo lo demás y sea ese Amor suyo el que pase a través de nosotras, llegando a la realidad y fecundándola. Jesús, que ha dado la vida por nosotros, nos ha mostrado cuál es la vida que procede de este Amor.
Seguramente, algo en ti lo desea: ¿cómo no, si has sido creado por el Amor? … y seguramente temes, porque para ti es imposible. Por eso has tirado la toalla, por eso has dejado de soñarlo, de esperarlo para ti, para los hermanos, para el mundo.
Seguramente, algo en ti lo teme: “yo quiero, pero, ¿qué pasa si soy la única, si nadie más se arranca a amar?”. Esa fue la historia de Jesús, ¿verdad? Pero porque Él se arrancó a amar en nuestro mundo, otros hombres y mujeres descubrieron en sí el deseo de amar y se lanzaron a vivirlo. Esos hombres y mujeres dejaron entonces de ser “como los demás” y empezaron a vivir según Jesús. Y para siempre, al que ama así se le reconocerá la vinculación con Jesús: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.
Y es verdad que nosotros no podemos amar así. Pero si Jesús lo puso como mandato, es porque él mismo se comprometía a realizarlo en todo el que crea en Él. Esta vida que se nos llama a vivir tiene esa cualidad que Jesús describe como imposible para los hombres… posible para Dios… ¡posible para Dios! A veces este amor tendrá la forma que vemos en los apóstoles enviados a la comunidad; otras veces tendrá la forma, más discreta, de la comunidad que ora y ayuna unida a ellos; otras veces serán las situaciones cotidianas las que despierten y llamen a este amor, que sale de sí y bendice a los otros, a todo aquello que se encuentra…
Por eso empezábamos reconociendo qué corta es nuestra experiencia, y también nuestra imaginación, en relación al amor. Con nuestro corazón natural, con nuestras fuerzas, el anhelo de amar se acaba pronto. Pero cuando el mismo Dios que es Amor, porque nos lo manda, se compromete a realizarlo en nuestra vida, entonces sí es posible. Entonces se realiza, y la vida tiene, desde ahora y para siempre, sabor a Dios, a su Amor, a su eternidad.
Imagen: Alison Sechini, Unsplash
Qué gracia más grande haber sido creados por amor y para amar! Espíritu Santo, Amor de Dios, enséñanos a amar COMO Jesús nos amó.
Lo pedimos contigo, Cristina!
Siento que si me arranco a a amar encontraré a tantos otros en el camino de amar a Su modo.
Así es, Susana! Un abrazo muy grande!