Primera lectura: Lectura del libro del profeta Isaías (42,1-4.6-7)
Salmo responsorial Sal 28, la y 2. 3ac4. 3b y 9b-10
Segunda lectura: Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (10,34-38)
Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,15-16.21-22)
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.»
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»
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¡¡Si nuestra mirada fuera capaz de reconocer la vida que albergan estas palabras que se han pronunciado para darnos vida!!
¡¡Si pudiéramos alimentar nuestra vida –nuestra capacidad de ser sabios, nuestra capacidad de amar, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor- de palabras como las que acabamos de escuchar!!
¡¡Si nuestro corazón fuera tan limpio como para alegrarse de la buena noticia que se nos proclama hoy!!
… si esto fuera posible, si confiamos en que esto se dé, hoy nuestro corazón se llenará de gozo.
Y seguro que entre nosotros hay quienes se encuentran enfermos, quienes sufren por los hijos o por los padres o por los que están solos, por la falta de trabajo o por la amenaza ecológica o por los refugiados; hay quien teme por la situación política o sufre la violencia de nuestro mundo; hay quien no sabe cómo seguir adelante, quien no se quiere demasiado a sí mismo, quien no sabe querer a los demás, quien quiere rezar y no se pone, o no sabe… tantas y tantas situaciones de nuestro mundo y de nuestro corazón que nos desbaratan, que nos oscurecen, que nos hacen temer, que nos tambalean la mirada y la vida…
Sin embargo, las lecturas de este día proclaman una victoria.
Si volvemos a leer la palabra de Isaías, verás que en ella se nos promete una salvación más poderosa que todo nuestro dolor: Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas. El Elegido de Dios, su Siervo fiel prometido desde antiguo, el que viene a traernos la libertad, ya está aquí. Celebrábamos llenos de alegría el Nacimiento del que ha venido a habitar entre nosotros, y con esta Fiesta del Bautismo del Señor proclamamos que el Hijo de Dios se ha revelado también como su servidor obediente, y ha vivido entre nosotros llevando a plenitud el amor y la salvación de Dios.
El bautismo que proclamábamos en el evangelio nos presenta a Jesús como Hijo amado del Padre, como el que viene a nuestro mundo a bautizarnos con Espíritu Santo y fuego. Su vida lleva, como ninguna otra antes, ni después, la marca de Dios, de tal manera que la unción recibida en el bautismo ha señalado su pertenencia y su docilidad a Dios, y también su acción entre las personas, que refleja el modo de Dios en el mundo: ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Aquello que la profecía de Isaías prometía se ha cumplido en Jesús de modo tan pleno que la vida se ha dividido en un antes y un después para los que le hemos conocido y creemos en él. Los que creemos en él –más aún-, sabemos que la salvación para toda la tierra, como anuncia Isaías y ratifica Pedro anunciando a Jesús, viene de este hombre que se ha revelado como el Señor de todos. El bautismo por el cual Jesús consintió en el camino que el Padre le había encargado es el lugar en el cual se hizo pública su misión de Hijo, su entrega al Padre en favor de todos los seres humanos.
Estas lecturas proclaman, una vez más, la buena noticia de la salvación. Decíamos al comienzo que ojalá pudieras alegrarte y vivir de la verdad, que aquí se anuncia. Y seguirás estando enferma si lo estabas, o seguirás en paro, y desde luego tendrás preocupaciones y ojalá te duela nuestro mundo mientras te comprometes con él… pero esos dolores y esos males son de un nivel, y hay otro nivel más profundo, ese en el que estalla la alegría por la salvación de Dios, porque cumple sus promesas, porque la salvación habita en nuestra tierra y Dios está salvando el mundo en su Hijo…
… si tu mirada, si tu corazón, si tu vida puede alegrarse con esta Buena Noticia, habrás conocido la salvación de Dios y estarás celebrándola, en medio de todas las otras cosas que te toca vivir.
Si no puedes hacerlo, ¿por qué no te sientas y das más tiempo a estas lecturas que nos hablan de amor, de salvación, de promesa y de vida y de futuro y de esperanza, hasta que se te ilumine la verdad que contienen?
¿No te tienta poder mirar así? ¿Qué pensabas hacer este domingo? 🙂
Imagen: Vishal Banik, Unsplash