Empezamos una nueva serie de entradas que tendrán como tema el perdón. Me gustaría que acompañaran vuestro camino de cuaresma y que fueran un buen estímulo para llegar a encontrarnos en esta Pascua con Jesús.
El texto que viene a continuación sólo contiene un resumen de la charla. En el audio encontrarás el texto completo.
Empezaremos, para no dar nada por supuesto, por hacernos esta pregunta. “Suponemos” que el perdón –perdonar y ser perdonados- tiene bastante importancia, y sin embargo, en nuestra vida no suele tener un lugar central. A menudo, el perdón es una “posesión” (o la usamos como tal), otorgándola a unos y negándola a otros… y los demás hacen lo mismo con nosotros. Si se vive así, como una posesión que yo gestiono, entonces el perdón no es algo tan grande ni tan bueno. Está entre las cosas que nosotros manejamos, y por tanto, sujeto a nuestro control, limitado por nuestros miedos, por nuestros esquemas, por nuestra idea de lo que la vida tiene de malo o de bueno.
En esta indagación en relación al perdón queremos escuchar a Jesús que es, para nosotros, el referente de humanidad al que nos orientamos. Por ello, para preguntarnos por el perdón, vamos a empezar, no por mirar cómo vivimos nosotros este modo de relación que es el perdón, sino cómo lo vive Jesús. Y cuando veamos cómo lo vive Jesús, empezaremos a entender la realidad desde sus claves, empezaremos a entender qué es el perdón para Jesús. Lo que queremos es que su modo ilumine el nuestro, y no al revés.
Ese perdón que nosotros nos hacemos la ilusión de manejar no tiene nada que ver con el perdón de Jesús. Él no le da importancia con sus palabras solamente (al modo como nosotros lo hacemos), sino con su vida. Por eso, vamos a ver cómo contempla Jesús el perdón, para empezar por centrar la importancia de este tema a la luz de Jesús.
Nos encontramos, en primer lugar, con que Jesús pasa junto a la gente y les perdona los pecados. Ellos no parecen desearlo ni necesitarlo mucho porque andan en sus urgencias, pero ahí está ese perdón, formando parte –no sabemos cómo ni cuánto- de la buena noticia que es Jesús. Mc 2, 1-12.
También en relación a los pecadores, Jesús reconoce en la libertad de la pecadora pública el efecto que el perdón de Dios ha producido en ella: “Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados; en cambio, al que se le perdona poco, mostrará poco amor.” Lc 7, 47
Cuando le pedimos a Jesús que nos enseñe a rezar, Jesús también tiene presente el tema del perdón: entre las siete cosas esenciales que la tradición ha recogido que le tenemos que pedir a Dios, el perdón es una de ellas. Mt 6, 9-13
También, entre esas palabras que Jesús ha pronunciado desde la cruz, hay una súplica al Padre relacionada con el perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lc 23, 34 y otra más adelante, al ladrón arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” Lc 23, 43.
Tras la resurrección, después de comunicarles la paz y el don del Espíritu con el que los envía al mundo, el evangelio de Juan los discípulos reciben el Espíritu Santo con este encargo expreso en relación al perdón: “A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” Jn 20, 22-23
Puesto que en la práctica y en la valoración de Jesús este tema del perdón ha tenido tanta importancia, vamos a preguntarnos por qué. Al mirar distintas realidades también presentes en lo humano, lo que queremos es aprender a vivir al modo de Jesús. Es así, indagando sobre sus modos de vivir, como van a iluminarse los nuestros (igual esto requiere que se caigan mis propios modos). Vamos a ir paso a paso a cada uno de los textos que hemos recogido, y seguramente con todos ellos descubriremos algo más acerca de la importancia del perdón.
Lo que viene a continuación lo encontrarás en el audio.
(…)
En síntesis:
Vemos así cómo perdón de Dios, derramándose sobre la persona, no es sólo que la fortalezca en sus partes débiles, aquellas más vulnerables a la tentación, a la muerte como hemos dicho que hace el kintsugi, sino que la transforma entera, y lo hace de tal modo que en adelante, la persona que ha pecado manifiesta una vida nueva que no se fundamenta ya en el pecado (que antes nos atraía y acabó por dominarnos), sino en el perdón de Dios, que nos hace amor.
El kintsugi reconoce las heridas, reconoce que son parte de nuestra historia y que son ocasión de fortalecernos. ¿Qué hará el perdón de Dios si, asumiendo nuestras heridas, no sólo nos “kintsugiza” sino que nos ilumina y nos revela en la novedad permanente que somos?
Quizá captamos la idea pero no nos lanzamos a vivirla. ¿Qué resistencias descubro en mí para lanzarme a pedir perdón, a perdonar? Orgullo, aferramiento a mis modos, falta de conciencia de mis pecados, negativa a cambiar de vida, desconfianza de Dios o falta de deseo de la vida que se abre, falta de fe en Jesús… vuélvete a tu interior y descúbrelo, ponerle el nombre que tiene ya nos abre camino a otro modo de vivir.
Un ejercicio que te puede ayudar. Toma algunas situaciones concretas relacionadas con el perdón en tu vida. Escribe cada una en un papel y después puntúa, de 1 a 10, cuánto valoras realmente el perdón para dicha situación concreta, a juzgar por el lugar que ocupa en tu vida.
Puedes bajarte el audio aquí: El perdón, ¿por qué tanta importancia?