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Enseñanzas de Jesús (II)

 Mt 24, 15-28

Cuando veáis entronizado en el lugar sagrado el ídolo abominable anunciado por el profeta Daniel -el lector que lo entienda-, entonces los que viven en Judea que escapen a los montes; el que esté en la azotea que no baje a recoger el ajuar de su casa; el que se encuentre en el campo que no vuelva a buscar el manto. 

Jesús continúa su discurso, y nos dice cosas terribles que van a pasar: que los enemigos de Dios, los que dañan a la humanidad van a ocupar el lugar de Dios mismo. Van a ser adorados, ensalzados, imitados y seguidos, en un trato que solo corresponde a Dios.

Jesús no solo nos dice lo que pasará, sino que nos lo dice a nosotros, y nos dice cómo tenemos que actuar: ¡sal corriendo! Solo la fe podrá sostenernos. No la buena intención, ni los idealismos mártires o el heroísmo. Sal corriendo, llevando a Dios contigo.

¡Ay de las preñadas y de las que crían en aquellos días! Rezad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Habrá una tribulación tan grande como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá en el futuro. Si no se abreviara aquel tiempo, no se salvaría ni uno. Pero, en atención a los elegidos, se abreviará aquel tiempo.

Lo primero que llama la atención es el realismo de la preocupación, que atiende a la situación de las personas en situación de vulnerabilidad física, a la situación de personas que llevan/cargan con otras, a personas que, estando en situación de esperanza, no tienen para dar a sus hijos una vida buena sino una existencia devastada.

En cuanto al realismo de la preocupación, se extiende a que no suceda en invierno o en sábado. Se nos está hablando de que ante la perentoria urgencia de la huida, ojalá que las circunstancias no sean obstáculo para esa huida que se hace imperiosa, como única posibilidad. También es conmovedor que el mismo Jesús nos inste a rezar para que no se dé en tal estación o en tal circunstancia… el mismo Dios que estará con nosotros nos dice qué hemos de pedir. Nuestro Dios, cuyo poder es el amor, nos encarece la oración como única vía en esta situación de oscuridad.

El que en tiempos tan graves a Jesús le despierte compasión la circunstancia temporal o incluso atmosférica en que nos encontremos, habla de su ternura hacia nosotros. A la vez, nos advierte de la gravedad de estos tiempos, tan intolerable que se define como la tribulación tan grande que no la hubo antes, ni la habrá en el futuro. Tan intolerable, que ni los elegidos podrían soportarla: no será solo un gran sufrimiento, sino incluso una prueba para la fe. Y ni siquiera los elegidos, los hombres y mujeres que han dicho que sí a Dios, podrían soportarla. La misericordia de Dios, que viene a salvar, aporta aquí otro consuelo: en atención a los elegidos, se abreviará aquel tiempo. De nuevo se está llamando nuestra atención sobre la actitud de Dios en nuestro favor, y también sobre su modo de mirar la realidad: los elegidos son aquellos hombres y mujeres que más abiertos y vulnerables están ante la prueba, pero también es a través de ellos, del resto fiel, que el Señor rescata a los demás.

Qué prueba tiene que ser para que ni los fieles puedan resistirla. Una prueba tan terrible que hará tambalear incluso la fe, que es lo único capaz de resistir a las pruebas.

Entonces, si alguien os dice que el Mesías está aquí o allí, no le hagáis caso. Surgirán falsos mesías y falsos profetas, que harán portentos y prodigios, hasta el punto de engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos.

El riesgo de que se presenten usurpadores y estafadores atraviesa los siglos, la historia de la fe. En esta hora temible, la más angustiosa de todas, esos usurpadores crecerán por doquier, para someter a tantos como sea posible, especialmente entre los elegidos. No seas ingenua: no es Dios todo el que lleva Su nombre. Grábate a fuego las palabras de Jesús, no sea que creas estar sirviendo a Dios y estés sirviendo a su enemigo.

Mirad que os he prevenido. Si os dicen: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o: Mirad, está en la despensa, no hagáis caso. Pues como el relámpago que aparece en levante y brilla hasta el poniente, así será la llegada del Hijo del Hombre.

Jesús nos sigue enseñando: al advertirnos, nos está dando indicaciones concretas de lo que nos vamos a encontrar, para que entonces recordemos las palabras que Jesús nos dijo. Aunque lo que se dé nos parezca real, lo que importa es creer a Jesús más que lo que vean nuestros ojos, o nuestros oídos. Escucharemos palabras que suenan a Dios: el Mesías está aquí o allí. Este profeta hace portentos y prodigios. Veremos que incluso alguna persona que nosotros consideramos un testigo de Dios les ha dado crédito.

Se puede vivir unida a Jesús, o se puede vivir como si uno (o la sociedad, o el “sabio” de turno, o la cultura) fueran la clave para interpretar la realidad. Opción radical que nos confronta: vivir de fe y atender a los signos, que es a lo que nos exhorta Jesús: cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas… ¡Velad!

Jesús, en esta hora dramática que precede a su pasión, nos dice dónde se nos juega la vida: la vida, nos dice, se juega en creer, y para creer, tienes que estar atento, vigilante. Escucharás anuncios terribles que harán temblar tu corazón; tendrás noticia de desgracias que afectan a ti o a otros, y de algunas que te alcanzarán en lo más íntimo. En todas ellas, no se trata de que te lamentes ni te desesperes, sino de que aprendas a mirar según la verdad: no creas a los que te digan que son el mesías, si su mensaje no suena a vida como el que te doy yo. No te quedes mirando a las guerras, a las hambrunas o a las enfermedades por la amenaza que te suponen, sino porque hablan de que este mundo está herido de muerte y no puedes poner tu corazón en él. La buena noticia tiene que ser anunciada en este mundo: no dejes de dar ese testimonio aunque te lleven a los tribunales y te desprecien los poderosos, ni siquiera aunque tu propio padre o tu propia hermana sean quienes te denuncian. El Espíritu de Dios no ha dejado este mundo, al contrario, sigue conduciéndolo según su designio.

Jesús nos advierte: no le hagáis caso. No soy yo.

Seguro que percibes cómo, en su insistencia, Jesús nos está indicando que el camino, el único camino, es la confianza en él, en sus palabras. La vida que se construye en fidelidad a lo que Jesús nos ha enseñado. Hemos reconocido a Jesús como Maestro, y esta es una enseñanza poderosa, última, del Maestro.

Jesús nos previene que no será así, con signos ligados a lo terreno, a lo constatable, como será. No será desde lo humano –Jesús es la plenitud de lo humano, y ahora nos está diciendo su palabra-: está allí, en la despensa (la seguridad, las riquezas, lo interior), está en el desierto (la desnudez, la apertura, la libertad), ¡no hagáis caso! Dios se manifestará él mismo y no podremos dejar de reconocer el poder del que viene de lo alto, indudable y poderoso.

Nuestra salvación, que lo estemos esperando. Que hayamos mantenido la fe.

No ver la realidad en función del agrado o desagrado que nos produce, en función de la conveniencia o amenaza que nos supone, sino que hemos de mirar las cosas en esta clave radical: la presencia de Dios que en las cosas, en los acontecimientos se manifiesta. Creer en que está ahí, para reconocerlo ahí.

Donde esté el cadáver allí se reunirán los buitres.

Por el contrario, los que se vean atraídos por el mal, por la muerte, serán reconocibles porque escuchan a esta llamada. En esta hora última, la muerte y la vida serán reconocibles con claridad para quien quiera ver.

Imagen: Alexandre Brondino, Unsplash

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