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Esperanza que atraviesa la vida

Lectura de la profecía de Malaquías (3,19-20a)

Sal 97,5-6.7-9a.9bc

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (3,7-12)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-19)

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Puedes descargarte aquí el audio del domingo 33 del T. O., año C.

Las lecturas de este domingo están atravesadas, todas ellas, de la espera de Cristo, que llegará al fin de los tiempos como rey victorioso. También la segunda lectura, aunque no está especificado en el fragmento que tenemos hoy, se enmarca en esta espera.

Este tema de la espera de Jesús, que se sostiene por el don teologal de la esperanza, no suele estar presente en nuestras reflexiones sobre la Palabra, en nuestra oración o, menos, en nuestras conversaciones, en nuestras expectativas. Sin embargo, lo que llamamos vida cristiana está, en sí misma, atravesada por esta espera. Una espera que es tensión entre esta vida, donde vivimos anhelando a Dios, y aquella otra vida en la que, como dice Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses, “Estaremos siempre con el Señor” (1Tes 4, 17b). Esta es la esperanza que a los creyentes se nos va haciendo más intensa a medida que crecemos en nuestra talla cristiana: la esperanza de contemplar a Jesús cara a cara, la esperanza de estar con Él para siempre. Largo camino el que ha de recorrer nuestra vida desde esas primeras etapas en que solo sabemos de Dios “para mí”, en que sólo queremos “Dios para mí, conmigo”, a esta otra en que nos vamos desembarazando de nuestro ego, salimos de nosotras mismas y nos vamos desplegando como amor, ese amor que se va concentrando en Jesús y nos hace desear contemplarle, vivir con él para siempre.

espera creyente, esperanzaA medida que nuestra vida se desarrolla de este modo, no cambia sólo la nuestra, sino también la de los hermanos que tenemos alrededor. Por eso, la vida cristiana, la comunión cristiana también cambia de centro, y no se ocupa ya de lo que nosotros sentimos o de lo que nosotros compartimos, sino que nos ayudamos a mirar a Jesús, a hacer presente a Jesús en medio del mundo, a esperar a Jesús. Por eso, la cita de Pablo que hemos recogido arriba continúa así: consolaos, pues, unos a otros con estas palabras (1Tes 4, 18). Cuando sea, quizá no ahora, pero que sea: que nos podamos consolar unos a otros con estas palabras, con este modo de esperar que concentra la espera en Jesús.

Y no tengas miedo de que eso te separe de la vida: lo que dice el evangelio acerca de la persecución, las traiciones y el odio por causa mía nos libran de todo romanticismo y revelan que este amor es por y con Jesús, por y para los hermanos, incluso cuando no puede ser con ellos.

La vida, así entendida, se revela atravesada por una tensión: la tensión entre el hoy, que hemos de vivir a fondo, intensamente implicados  en lo que toca –alegría, dicha, normalidad, conflictos, incomprensión o persecución-, a la vez que abiertos a lo que está más allá por la esperanza en Jesús, que ha vivido todas esas cosas en nuestro mundo según su modo, nos dará vida según su promesa.

Una vida, por tanto, como la suya. Una vida en que lo visible pueden ser estas voces engañosas que nos quieren confundir y llevar hacia otra parte, o pueden ser las numerosas noticias de guerras, revoluciones, manejos políticos, que turban nuestro corazón y lo oscurecen con vientos de muerte. También escucharemos, lejos y cerca, enfrentamientos civiles, terremotos, tantas formas de fractura que colapsan la tierra. Y no es sólo que escuchemos estas noticias de persecución, sino que nosotros mismos, si somos en verdad de Jesús, experimentaremos esta persecución que primero ha padecido él y que se repite en el mundo, una y otra vez, por causa de su nombre. Cuando esto suceda, no hemos de responder a lo humano natural, apoyándonos en nuestras fuerzas: Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. El mismo Espíritu de Dios, el que animó a Jesús a lo largo de su existencia terrena y vive en comunión con Él siempre, nos sostendrá, nos iluminará, nos llevará a la vida con Jesús, incluso si es a través de la muerte. Los mismos de nuestra familia –hasta lo más íntimo puede alcanzar la persecución- nos rechazarán… pero no temáis, nos advierte Jesús: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Podemos sufrir, ser perseguidos, ser muertos incluso. Estamos viendo que sucede a otros cristianos en el mundo, en esta misma Europa, y quizá no está lejos el día en que veamos y vivamos esto en primera persona, o en la persona de otros creyentes cercanos. Esperemos, al menos, que no seas de esos creyentes que dicen, hablando de la vida eterna, que “mejor, cuanto más lejos”: ¿qué deseo de Dios tiene quien habla, quien se atreve a pensar así?

¿Qué nos sostendrá entonces? Sabemos, primero, qué no lo hace. El mirar nada más a lo inmediato, no lo hace: el sentir miedo, ganas de abandonar, las dudas acerca de la protección de Jesús… esto destruirá tu vida y la de aquellos que viven unidos a ti, que se apoyan en ti para creer, para mirar a Jesús. Nos sostendrán, en cambio, la fe, la esperanza, el amor. Los dones teologales hacen posible contemplar la vida más allá de lo que se ve, y saber que Dios está venciendo en la historia hoy, como ha vencido en Jesús, a pesar que su figura crucificada sea la de un vencido. Tampoco nos servirá el que, amparándonos en que el final está por llegar, dejemos de combatir como aquellos que no trabajaban en la comunidad de Tesalónica. La falta de fidelidad a lo que nos toca, el no estar en lo que nos corresponde, rompe la tensión vital que la espera de Jesús implica: el que no espera a Jesús en la vida que tiene, tampoco anhela el más allá al que dice aspirar.

Es posible que seas de esos cristianos que aún necesitan que Jesús esté muy (o bastante) pendiente de mí. Si es así, estas palabras en relación al fin, que exigen que todas tus capacidades se dispongan en favor de la fe, la esperanza, el amor, te resultarán grandes y muy temibles. Sin embargo, seguro que te hace bien escuchar que al final, todo descansa en mirar a Jesús. Aunque no lo vivas, aunque te cueste creer que hay personas en este mundo que se mueven y recobran las fuerzas y el ánimo por el anhelo de esta esperanza de estar con Jesús para siempre, puedes confiar en que si otros lo dicen, será porque es… y así se ofrece a tu caminar cristiano un horizonte que se condensa en puro amor. Y ante la promesa del amor todos vibramos, porque hemos sido creados por Dios, que es Amor.

Si eres de los cristianos que, al escuchar estas palabras que hablan del fin, de ese fin al que remiten las fracturas que a cada paso suceden en nuestro mundo, no te vuelves sobre tu miedo o sobre tus cosas, sino que te vuelves a Dios, aprovecha las lecturas de hoy para reconocer la victoria de Dios y disponte, una vez más, ojalá un poco más abiertamente cada vez, a colaborar en esa victoria que acontece en lo invisible y que anhela alcanzar a toda la tierra.

 

Imagen: Dave Herring, Unsplash

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