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Adviento, primera etapa

Lectura del libro de Jeremías (33, 14-16)

Sal 24 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (3,12–4,2)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (21,25-28.34-36)

 “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustias de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.”

“Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por la preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.” Lc 21, 25-28.34-36

 Puedes descargarte el audio aquí.

… como cada año, comienza el Adviento. De nuevo tenemos la oportunidad de acercarnos a este tiempo de preparación, y se nos ofrece la ocasión de cambiar nuestra mirada, de prepararnos de verdad. De abrir nuestro corazón, según el ritmo de los cuatro domingos de Adviento, haciéndolo capaz de acoger al Señor que viene.

Los cuatro domingos contienen una pedagogía que, a través de los signos, nos conducirá al Señor.

Este primer domingo de adviento nos sitúa en relación a la realidad que nos rodea, en relación al futuro: el Señor vendrá un día, y ese día concentrará toda nuestra vida. Vendrá un día para revelarse a nosotras. Vendrá en la hora final: en ese Día quedará al descubierto todo lo que hemos vivido y lo que hemos sido.

Antes de aquel Día, todas las criaturas del cielo y de la tierra manifestarán la venida de Dios para que nosotras reconozcamos, cuando esas cosas empiecen a suceder, se nos estará indicando que el Señor está a punto de venir. En esos signos sabremos que el Señor viene.

Y he aquí que estos signos: señales en el sol, la luna y las estrellas; gentes angustiadas por tantos motivos, gentes amenazadas por catástrofes naturales, gentes muriéndose de terror y de ansiedad por las amenazas terroristas, por las migraciones, por las guerras, por las hambrunas, por la amenaza de devastación ecológica, por tantas cosas que le vienen al mundo… estos signos ya están entre nosotros, y la palabra de Dios nos anuncia: cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.

Asimismo, reconocemos que nuestros corazones, con todas estas cosas, se hacen pesados: quizá no por el libertinaje y la embriaguez (que sí dañan a nuestros hermanos, y eso nos importa tanto), pero sí por las preocupaciones de la vida, que nos oscurecen la mirada y hacen, como se dice aquí, “pesado” el corazón. ¿Reconoces ese peso en ti, verdad?

Estos signos:

los signos exteriores que se hacen presentes en las cosas de la naturaleza, en el mundo creado que manifiesta a Dios,

y aquellos signos interiores que, al hacer pesado nuestro corazón, nos muestran que no es ese el modo de situarnos…

se vuelven ocasión de ir al Señor por medio de la oración y la vigilancia, se harán ocasión de volvernos a Dios.

En esta primera semana de adviento podemos ver cómo todos esos signos presentes en la realidad (que Lucas nos presenta como signos puestos para indicar que el Señor está cerca”, nosotras no los solemos mirar de este modo que nos dice el evangelio, sino que esos signos, que de suyo apuntan al Señor, están apuntando a “lo nuestro”: a nuestra ansiedad y a nuestra preocupación, a nuestra desesperación o a nuestro miedo.

Los signos que nos producen temor, como los que hacen pesado nuestro corazón, nos tienen que despertar a la oración vigilante.

Para esperar al Señor como el evangelio nos indica, vamos a mirar así:

Vete reconociendo elementos de estos tan presentes en nuestros días: la debilitación de la capa de ozono, la contaminación y los gases de efecto invernadero, las migraciones masivas y los actos terroristas, el empobrecimiento de pueblos y personas, la contaminación química, el cambio climático o las guerras que se libran en el mundo, la escalada de violencia contra las minorías oprimidas, en tantos lugares de la tierra….

Y mira todos estos hechos como signos no “para ti” como mensajes de angustia o terror, sino como signos que te hablan de que el Señor viene. El Señor viene en forma de chiquitín, en forma de fragilidad, no porque pueda poco entre nosotros, sino para mostrarnos cuál es el modo verdaderamente humano de acercarnos a las realidades que nos rodean. El Señor se presenta en nuestra historia en medio de las realidades heridas, de las realidades dolientes, de las realidades marcadas por la cruz, para mostrar que en ese modo suyo, inerme y confiado, libre y obediente a la vez, se encuentra la salvación.

Asimismo, mira tu corazón: ¿hay en él cansancio de la vida, evasión, queja, ira, preocupación? ¿Cómo respondes a esas actitudes? ¿Respondes replegándote, dejándote dominar por la tristeza y el desencanto? ¿O estas actitudes que descubres en ti y en las demás despiertan en ti una respuesta en forma de oración y vigilancia, que es la actitud que nos prepara para acoger al Señor que viene?

Los signos de la tierra y del cielo, los signos de nuestro corazón, han de convertirse: de la mirada preocupada y angustiada que “naturalmente” nos provocan, a la mirada confiada y penetrante que reconoce en estos signos la cercanía, más estrecha cada vez, del Dios con nosotros, que viene a nuestra vida a transformarlo todo.

Convertirse significa girar el corazón, orientarlo hacia este anuncio salvador, hacia Dios que nos dará su modo, su vida.

Imagen: Hans Peter Gauster, Unsplash

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