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La Palabra de Dios, luz de nuestra vida (VII)

En estas entradas leeremos el capítulo 18 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Palabra de Dios que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.

En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra desde este deseo y esta acogida.

 Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola:10 —Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. Lc 18, 9-14

Lo primero que se nos dice aquí es que hay algunos que se tienen por justos y desprecian a los demás. Igual conoces a alguna persona así. O quizá tú misma, tú mismo eres de esas personas. En cualquier caso, venimos a ver cómo Jesús, la Palabra de Dios, ilumina nuestra realidad desde aquí.

Primero aparece el fariseo. El fariseo, que al dirigirse a Dios, está en realidad centrado en sí mismo: “yo…yo… yo… yo…”, y cuando habla del recaudador, lo hace para ponerse por encima de este hombre. Caemos así que el tenernos por justos y despreciarnos a los demás hace que no recibamos el perdón de Dios, porque Dios es la verdad y hemos ido a él a absolvernos a nosotros mismos, y nos hemos perdido la bendición de Dios.

Luego aparece el recaudador de impuestos, que se sitúa de un modo completamente distinto: se pone a distancia, se golpea el pecho y se abandona a Dios, pidiéndole perdón. El recaudador no se mira a sí mismo, sino a Dios, y recibe así la bendición de Dios.

Decíamos al principio que Jesús, la Palabra de Dios, nos ilumina la realidad. Nosotros tenemos un modo de mirar la realidad, y él tiene otro. Este que nos ha mostrado es el suyo, y ya hemos visto cómo en este modo suyo la realidad no se mira desde las referencias propias, sino desde la orientación a Dios. Descubrimos también cómo nuestra mirada, que a veces cree dirigirse a Dios, está únicamente vuelta sobre sí misma. Descubrimos cómo nuestra mirada y nuestra vida, aunque se sienta indigna, encuentran la bendición al entregarse a Dios.

Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de lo que la Palabra que Dios viene a mostrarnos.

Imagen: Gustavo Sánchez, Unsplash

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