En estas entradas leeremos el capítulo 18 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Palabra de Dios que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.
En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra desde este deseo y esta acogida.
Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola:10 —Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. Lc 18, 9-14
Lo primero que se nos dice aquí es que hay algunos que se tienen por justos y desprecian a los demás. Igual conoces a alguna persona así. O quizá tú misma, tú mismo eres de esas personas. En cualquier caso, venimos a ver cómo Jesús, la Palabra de Dios, ilumina nuestra realidad desde aquí.
Primero aparece el fariseo. El fariseo, que al dirigirse a Dios, está en realidad centrado en sí mismo: “yo…yo… yo… yo…”, y cuando habla del recaudador, lo hace para ponerse por encima de este hombre. Caemos así que el tenernos por justos y despreciarnos a los demás hace que no recibamos el perdón de Dios, porque Dios es la verdad y hemos ido a él a absolvernos a nosotros mismos, y nos hemos perdido la bendición de Dios.
Luego aparece el recaudador de impuestos, que se sitúa de un modo completamente distinto: se pone a distancia, se golpea el pecho y se abandona a Dios, pidiéndole perdón. El recaudador no se mira a sí mismo, sino a Dios, y recibe así la bendición de Dios.
Decíamos al principio que Jesús, la Palabra de Dios, nos ilumina la realidad. Nosotros tenemos un modo de mirar la realidad, y él tiene otro. Este que nos ha mostrado es el suyo, y ya hemos visto cómo en este modo suyo la realidad no se mira desde las referencias propias, sino desde la orientación a Dios. Descubrimos también cómo nuestra mirada, que a veces cree dirigirse a Dios, está únicamente vuelta sobre sí misma. Descubrimos cómo nuestra mirada y nuestra vida, aunque se sienta indigna, encuentran la bendición al entregarse a Dios.
Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de lo que la Palabra que Dios viene a mostrarnos.
Imagen: Gustavo Sánchez, Unsplash