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Mirar al modo humano vs. mirar al modo de Dios (IV)

En estas entradas vamos a recorrer el capítulo 14 del evangelio de Lucas. Y dentro del c. 14, estamos atendiendo a este contraste: el que se da entre nuestro modo de mirar y el modo desde el que Jesús, que se ha hecho hombre y nos muestra el camino para ser humanos, ha vivido y nos ha enseñado a vivir.

El modo de vivir que manifiesta la vinculación y la obediencia a Dios. Vamos a reconocerlo en estas entradas.

Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo: —Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. Si uno de vosotros pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miren se pongan a burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no puede concluir. Si un rey va a trabar batalla con otro, ¿no se sienta primero a deliberar si podrá resistir con diez mil al que viene a atacarlo con veinte mil? Si no puede, cuando el otro todavía está lejos, le envía una delegación a pedir la paz. Lo mismo cualquiera de vosotros: quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonarán? No sirve ni para el campo ni para el estercolero; hay que tirarla. Quien tenga oídos para oír que escuche. Lc 14, 25-35

Esta expresión que Jesús repite a veces, “Quien tenga oídos para oír, que escuche”, ilustra bien esta doble mirada que es la del modo humano espontáneo, natural de mirar, y la del modo según Jesús que se nos ofrece aquí.

Cuando miramos desde nuestra mirada natural, este texto nos parece ilógico de entender. Cuando Jesús dice que Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo, si tú me has dado todo esto, ¿cómo me dices luego que renuncie a ello? O cuando Jesús nos dice que Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo, también nos resistimos, porque no responde a nuestra lógica.

Sin embargo, cuando nos abrimos a la lógica de Dios, vemos que Jesús nos está hablando de la vida como una batalla. La batalla de nuestra vida es llegar a amar a Dios sobre todas las cosas y vivir todo lo que él nos da desde donde él nos lo da.

Para ello, además del ejemplo de construir una torre, nos pone la imagen de una batalla: para que venza en ti lo que es a favor de Dios tienes que contar con las herramientas, con los dones recibidos para servir a Dios: la Palabra de Dios, la oración, el amor y la entrega a los hermanos, desde la vinculación con Jesús, la apertura y el dejarte hacer por las circunstancias de la vida, que son tus “haberes” para enfrentar esta batalla y combatir las dificultades, las contrariedades.

Es Jesús el que nos enseña a vivir así, el que nos da nuestro verdadero sabor. Cuanto más nos dejamos habitar por Dios, más sal somos, más sabor damos a la vida que vivimos con y para los demás.

Por eso, en este día te ayudará abrirte a sopesar cómo te encuentras en relación a esta batalla, por la gracia de Dios.

Deseo que este comentario te ayude a abrirte al modo de Jesús y a dejarte transformar por él.

Imagen: Ryna Studio, Unsplash

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