Con este post me despido en estas entradas de los lunes. Seguirás recibiendo las de las lecturas del domingo, pero estas las dejo de colgar hasta el mes de septiembre. No es que vaya a estar todo este tiempo de vacaciones, pero en verano hago otras cosas –por ejemplo, dar esos Ejercicios Espirituales que he anunciado en la web-, no puedo mantener el ritmo de dos entradas semanales. A la vuelta, si Dios quiere, continuaremos el comentario con el evangelio de Mateo en clave de lectura existencial, como siempre hacemos en mientrasnotengamosrostro. También termino, con estos comentarios del año B, los comentarios a los evangelios del domingo. Tengo algunas ideas bastante chulas de cómo continuar… pero eso será a final de año, que está muy lejos, o sea que lo dejamos para después.
Para esta entrada con que cerraremos esta temporada he pensado hablarte de la Lectura Existencial. No sólo nombrarla y comentar los textos en esta clave, sino explicarte cuál es el planteamiento que hay detrás. Intento hacerlo claro, pero a veces no me sale. Espero que, incluso si te parece un poco complicado, sigas leyendo. Creo mucho en que este modo de leer el evangelio, y la Biblia en general, conecta mucho con nuestra sensibilidad y nos hace comprensible el texto.
Te lo cuento a continuación. Ojalá te apasione como a mí. Y si tienes preguntas, ya sabes… ¡los comentarios están para eso!
La lectura existencial ofrece un subrayado particular, y distinto de aquel –teologal[1]– que gobierna la redacción del evangelio. ¿Por qué lo hacemos así? En primer lugar, porque nuestra época requiere ese planteamiento que atiende a la dimensión existencial que predomina en nuestra cosmovisión, de tal modo que dicho enfoque nos facilite el acceso a la dimensión teologal que le es propia. En segundo lugar, porque con la lectura existencial aspiramos a reconocer en el evangelio una clave para el vivir cotidiano extraída de la humanidad de Jesús. En esta búsqueda late la misma fe que lo mueve todo en el evangelio: la certeza de que en Jesús de Nazaret se contiene todo aquello que el ser humano necesita para vivir.
Esto no significa que la lectura existencial sea el nervio central de nuestra lectura. El nervio central del evangelio, la clave que nos orienta es siempre la dimensión teologal, por la cual, en la persona de Jesús reconocemos a Dios presente entre nosotros. Esto es lo esencial del evangelio y de todo el NT: la encarnación de Jesús y la revelación que esto supone. En nuestros días hacemos un subrayado más existencial que ha faltado en otras épocas, y por esto llamamos a ésta “lectura existencial del NT”. Dicho de otro modo: en Jesús se manifiesta Dios plenamente, y esta presencia de Dios que se hace carne en Jesús es lo que los evangelios nos relatan y lo que nuestra lectura busca reconocer.
Por lo tanto, la lectura existencial que vamos a subrayar implica siempre la lectura teologal: cuál es la humanidad que Jesús testimonia, y desde ahí, cuál es el modo de la humanidad creyente que nace en Jesús, y lo hacemos así porque parece ser una exigencia para la búsqueda de Jesús en nuestro tiempo.
¿Cómo estructuramos dicha lectura?
1.La lectura existencial pretende, viendo vivir a Jesús, aprender un nuevo modo de existencia desde el modo humano que es el suyo, el modo humano al que se ve llamada desde la fe. Por ser una vida arraigada en Dios, no arranca del suelo humano, sino de la fe. La lectura existencial reconoce la plenitud de lo humano en Jesús, y rastrea, en la dimensión existencial de nuestra vida (el deseo, el anhelo de vida, de sentido, de plenitud, de liberación, en el modo de mirar a los pobres o el modo de valorar los bienes…), las semejanzas que hay entre su modo de mirar y el nuestro, las actitudes y los modos de hacer que, entre los nuestros, puedan ser plataforma capaz de conectar con el modo de Jesús. Teniendo siempre presente, como horizonte, que el modo de Jesús –que es teologal- es la referencia que nos orienta.
2.Pero así como de la clave teologal en que se expresa el evangelio se puede extraer una orientación o referencia para la dimensión existencial, no podemos hacer a la inversa: lo humano natural no se corresponde con la inmensidad del don de Dios que se revela en Jesús y por ello, no puede captarlo plenamente, pues sólo se comprende desde la luz teologal.
Podríamos encontrar a alguien entre nosotros que viviera con una profunda honestidad y se empleara en favor de la verdad: esta persona podría entonces reconocer la presencia del mal en el mundo y en su propia vida, y dejarse interrogar por ellos, integrándolos hasta donde puede comprender, en su propia realidad existencial (lo vemos en Qohélet, o en Gandhi); podría alcanzar una sabiduría que hiciera de esa persona alguien admirable. Igualmente, podríamos llegar a reconocer en esta persona una altura ética –y un sentido de Dios- muy superior a las gentes de su época, o a todas las gentes en general. Pero hasta ahí llega lo humano que vamos a llamar natural[2]: un ser humano que se ha abierto, desde su capacidad y su limitación, a toda la verdad y a toda la vida de que es capaz. Y esto es mucho.
En cambio, en la vida de Jesús de Nazaret no vemos, en primer lugar, un empeño por ser verdad, ni por alcanzar el “más” de lo humano en el plano personal o social, para sí o para nosotros. Lo que vemos en Jesús es que la relación con el Padre es el fundamento de su ser. Una relación hecha de amor, de entrega y de obediencia. Por fundamentarse desde la relación con Dios, lo humano queda resituado y trascendido: Jesús ha sido lo que ha sido según Dios, y no según lo humano natural. Ahora bien, ese modo de vivir de Jesús, se define como un modo de estar en el mundo nuevo: éste es el modo que la lectura existencial intenta manifestar.
Lo humano queda así redefinido, y encuentra su clave de comprensión y su horizonte no en lo meramente humano, sino en el don de Dios que ilumina, en clave teologal, la dimensión existencial de la existencia. Este modo resulta profundamente novedoso y esperanzador, a la medida del don de Dios, porque a partir de Él se descubre cuál es el sentido del hombre, su origen y su fin: se descubre la verdad de las preguntas fundamentales que acucian y despiertan a todos los seres humanos de todos los tiempos (también desde esta perspectiva podemos entender por qué hablamos de salvación). El don de Dios se reconoce así como la plenitud de ese ser humano creado… por Dios, no sólo como respuesta teologal, sino existencial, encarnada.
Queda así definida la relación no recíproca que se da entre lo humano natural y la dimensión teologal, que en Jesús y después en los que crean en él, da lugar a un modo humano “nuevo”, que vamos a llamar la “humanidad según Jesús”.
- Dicho esto, vamos a precisar ahora qué pasos reconocemos en la lectura.
La lectura existencial que vamos a hacer, parte de lo humano natural (lo que vivimos comúnmente los humanos) y en este nivel de lo humano natural vamos a percibir:
- un puente, que es aquello en lo que lo humano manifestado en Jesús supone un “más” comprensible o deseable para lo humano: es aquello que todo ser humano puede comprender como la excelencia de Jesús, lo que hace de él un “líder” humano o religioso (por ejemplo, el amor a Dios, la entrega a todos y especialmente a los pobres)
- una ruptura, allí donde lo humano natural no puede seguir a Jesús: aquello a cuya comprensión sólo se puede acceder por la fe (por ejemplo, la muerte en cruz vivida como obediencia al Padre).
Nuestra lectura va a reconocer ambas dimensiones, y veremos de qué modo eso que supone ruptura, que es lo propio de Jesús y que es el modo de humanidad al que somos llamados por la fe, da lugar a una síntesis entre lo teologal y lo existencial (lo que no ocurre, claro, en lo humano natural que es común a todos). Hemos de subrayar con insistencia que el don de la fe que es el que hace posible abrirse a esta vida es don absolutamente gratuito de Dios, y por ello, la vida que viene posibilitada por la fe es, radicalmente, cosa suya.
Otras veces haremos a la inversa: deduciremos, a partir de la humanidad de Jesús manifestada en el evangelio, el equivalente humano que, sin identificarse con él, reconoce en Jesús lo que anhelaba sin saberlo (y sin poderlo alcanzar, por todo lo que acabamos de decir).
Y aún quiero decirte dos cosas más: en el mes de Octubre sacaré –siempre, si Dios quiere-, un curso para aprender a hacer lectura existencial. Si crees que puede ayudarte en tu propio acercamiento a la Biblia o en lo que transmites a otros, apúntate en la página de contacto para que te avise de la fecha.
También en Octubre me publicarán un libro que tiene que ver con esto: Una fe que escandaliza y seduce. Un recorrido existencial por el evangelio de Marcos. No es porque lo diga yo:), pero creo que merece la pena. Si lo quieres leer o regalar, ya sabes…
Con esto dejamos las entradas de los lunes durante el verano. Muchas, muchísimas gracias por seguir el blog y porque tenemos en común la fe en Jesús. Que este verano sea tan de Dios como deseas, ¡e infinitamente más!
[1] La vida teologal se infunde en nosotros por el bautismo, pero dicha vida teologal se hace explícita e imperante en la persona a partir de una experiencia de Dios (la llamamos experiencia fundante) a partir de la cual los contenidos dogmáticos empiezan a revelarse como vida, y no sólo como meras palabras. Por ello, hablamos de vida teologal cuando, a partir de dicha experiencia, la persona empieza a vivir, existencial y espiritualmente, orientada a Dios.
[2] Entiéndase bien que no decimos natural en sentido peyorativo, como si hubiera algo malo en serlo, sino que decimos natural como aquello que, dejado a sí mismo, no es capaz de alcanzar ni de reconocer siquiera esa dimensión teologal para lo cual –paradójicamente-, lo natural ha sido creado.
Imagen: Toa Heftiba, Unsplash