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¿Tener derecho? ¿o agradecer?

Una cosa que me pregunto muchas veces -cada vez que voy al supermercado, me ducho o como, cuando me encuentro con gente que me tiene en cuenta y me saluda con cariño, cuando compro algo que me gusta- es qué estoy haciendo con eso que recibo, qué frutos dará. Ya superé aquella tensión por la cual no me permitía disfrutar de tantas cosas buenas que hay en mi vida, al descubrir que si no las disfrutaba las despilfarraba doblemente, de modo que ni me servían a mí, ni a otros. Preguntándole a Dios cómo quería que las usara, fui descubriendo que le tenía que bendecir con esos regalos con los que él me bendecía: unos eran lo que yo de primeras llamaría regalos, y otras veces yo no los llamaba “regalos” de primeras, aunque también lo eran. Eso dio lugar a una nueva liberación: la de abrirme a lo de Dios en vez de empeñarme en lo mío, por exigente o elevado o meritorio que me pareciera. Él sí sabe. Él sí ama. Él me enseñaría cómo usar las cosas que me daba, Él me mostraría cómo vivirlas.

Por este camino fui encontrando esa paz ansiada. Y la paz, a su vez, me permitió encontrar caminos de búsqueda.

Me permitió, en primer lugar, abrirme a disfrutar de esos bienes y así, con el corazón agradecido, desear que otros también los disfrutaran. A veces eso lo hago por medio de una súplica, de la comunión, de una ayuda o de mi implicación en favor de lo que me toca, o creo que me toca. Cuando mi libertad de cualquier tipo me une a los que están en la cárcel, cuando la sorpresa por algo que recibo me pone en marcha para dar una sorpresa semejante a otra persona; cuando la caricia o la bendición recibidas me ponen en contacto con quienes no las pueden tener… No han sido la opresión, la exigencia, la condena de los bienes la que me ha llevado a desear bienes para los demás, sino la bendición, el disfrute, el gozo los que han hecho mi corazón expansivo y solidario.

Mi experiencia es que cuando tienes el corazón agradecido puedes olvidarte de ti y dar a los demás. Que la bendición aporta a la vida una seriedad de otro tipo: no la del ceño fruncido, no la de la exigencia o la dureza, sino la hondura permanente que te da el saber que eso que es bueno, humilde y sencillamente bueno, lo quieres para todos, de tal manera que lo disfrutas uniéndote a todos. Mi experiencia es que así acoges con corazón libre y abierto las renuncias, porque has recibido tanto, porque sabes que esa renuncia tuya también se puede vivir en comunión, e igual alivia el dolor de alguien, y sin duda, siempre, la puedes vivir unida a Dios.

He aprendido que cuando nos inclinamos sobre nuestros bienes para protegerlos, de los demás y de Dios, nos cerramos sobre ellos y nos perdemos la vida que los propios bienes dan, que es difusiva y comunicativa –o sea, que solo disfrutas cuando lo haces unida a otros, y no por la cosa en sí-, y que merecen más los que menos tienen –pero no gastes ni un minuto en filosofar sobre ello, cuando puedes decirlo amando-. Que Dios es pródigo con sus bienes y cuando los recibimos como él los da, lo mejor de todo es que nuestro corazón se hace pródigo y expansivo, y quiere compartir los bienes de este Dador tan alegre, tan generoso, tan dadivoso.

Nos perdemos mucho de la vida creyéndonos el centro del mundo. Nos perdemos mucho creyéndonos “sujetos de derechos” cuando somos escandalosamente bendecidos. Nos perdemos mucho cuando nos apropiamos de aquello que solo revela su sentido cuando lo ponemos en movimiento.

He aprendido también que los bienes, que se dan a nosotros y nos bendicen, nos enseñan que la vida es para darla. Que si los bienes logran que des la vida, han logrado su objetivo. Y he aprendido también que cuando tantos bienes como –todos, de un modo u otro, aunque hemos de luchar porque tantos dispongan de todo eso tan necesario- recibimos no hacen nuestro corazón agradecido, algo estamos viviendo mal, y urge pararse a descubrirlo. Si tantos regalos cotidianos no ponen en movimiento tu corazón, algo va mal. De verdad, mal.

Imagen: Patryk Gauza, Unsplash

6 comentarios en “¿Tener derecho? ¿o agradecer?”

  1. Carmen Anastasio

    Qué diferente es el día cuándo lo vivimos agradeciendo!
    Pero a veces nos cuesta tanto levantar un poco nuestra mirada… seguiremos aprendiendo .
    Muchas gracias Teresa por estos cafés que me sientan tan bien.
    Te deseo un feliz verano. Un abrazo

  2. No son las personas felices las que son agradecidas, son las personas agradecidas las que son felices.
    Gracias Teresa por tu acompañamiento, que pases buen verano

      1. Covadonga Romero

        Gracias Teresa por esta luz que aquí nos das “si tantos regalos cotidianos no ponen en movimiento tu corazón, algo va mal”. No podemos pasar por delante de este pensamiento sin ponerlo en el pecho y escucharnos. Gracias mil

    1. María Luisa Gutierrez

      Para mi, la gratitud, si es hacia alguien, me descentra, es reconocer que otro está interviniendo benéficamente en mi vida. Si es hacia Dios, se convierte en fe. En los dos casos me abre. Y es algo que se me da, que recibo. Gracias, Teresa. Gracias por todas las experiencias que se ofrecen en los comentarios.

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