Una Buena Noticia (XXXII)

En estas entradas leeremos el capítulo 23 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Buena Noticia que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.

En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra así, como Buena Noticia.

Cuando lo conducían, agarraron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres llorando y lamentándose por él. Jesús se volvió y les dijo:
—Vecinas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegará un día en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, los vientres que no parieron, los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a las colinas: Sepultadnos. Porque si así tratan al árbol lozano, ¿qué no harán con el seco? Conducían con él a otros dos malhechores para ejecutarlos. Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, los crucificaron a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda. [[Jesús dijo:
—Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.]]
Después se repartieron su ropa echándola a suerte. El pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo:
—Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios. También los soldados se burlaban de él.
Se acercaban a ofrecerle vinagre y le decían:
—Si eres el rey de los judíos, sálvate. Encima de él había una inscripción que decía: Éste es el rey de los judíos. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
—¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero el otro lo reprendió diciendo:
—¿No tienes temor de Dios, tú, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; éste, en cambio, no ha cometido ningún crimen. Y añadió:
—Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. Jesús le contestó:
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. Era mediodía; se ocultó el sol y todo el territorio quedó en tinieblas hasta media tarde. El velo del santuario se rasgó por el medio. Jesús gritó con voz fuerte:
—Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.
Dicho esto, expiró. Al ver lo que sucedía, el centurión glorificó a Dios diciendo:
—Realmente este hombre era inocente. Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo.
Lc 23, 26-49

Acabamos de leer el relato de las últimas horas de Jesús habitando entre nosotros. Como venimos diciendo, lo admirable aquí es el modo de estar de Jesús. Su modo, un modo enteramente nuevo, es Buena Noticia.

Primero se nos habla de que, en vista de lo agotado que ven a Jesús por la noche de juicio, por el maltrato de los soldados y de la gente, agarran a Simón de Cirene para que ayude a Jesús. Tantas veces en la vida, Jesús se va a hacer presente entre nosotros vestido de proscrito, de despreciado, y también ahí habremos de verlo, en medio de nuestro mundo.

Pasamos después a otra escena: el dolor de las mujeres que lloran por Jesús. Jesús, atento siempre a nosotros, a mirarnos y a bendecirnos, reorienta su llanto en favor de la verdad, de esa realidad que ellas, en su compasión que mira desde un lugar más superficial, y no están doliéndose por lo que realmente importa. Les dice que por este camino que lleva nuestro mundo, llegarán la angustia y la desolación sin esperanza. Jesús orienta nuestro modo de mirar, permitiéndonos mirar la realidad desde la verdad de Dios.

Después, Jesús, que está centrado en el Padre, le pide perdón por todos nosotros. Le pide perdón por la ceguera en la que el pecado nos domina. Por si dudábamos sobre su actitud en este momento culminante de la pasión.

Mientras Jesús está atento al Padre, sigue escuchando ruido, sigue nuestra oscuridad y acogiéndola: en silencio para las burlas del ladrón que se vuelve contra él o de los que desde abajo manifiestan su ceguera. Con palabras de vida para el buen ladrón. Nosotras, que tantas veces nos preguntamos cuándo hay que hablar y cuándo hay que callar, encontramos aquí el modo de conducirnos en nuestro mundo.

Ahora vamos a escuchar las últimas palabras de la pasión de Jesús en el evangelio de Lucas: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Su relación con el Padre, que siempre ha sido de entrega hasta el abandono, se vacía aquí de sí y descansa enteramente en su Amor de Padre, mostrándonos así cómo vivir en medio del mundo, en esta hora en que son nuestros pecados los que le llevan hasta la muerte.

Y Jesús, muere. Es entonces cuando nosotros, algo, siempre poco, manifestando la limitación de nuestra condición, vemos un poco: un poco el centurión, un pagano. Un poco menos la multitud, poco también los conocidos que se han quedado a distancia o las mujeres que observan. Así somos nosotros, a quienes Dios, en Jesús, va a dar una vida nueva, de la cual acabamos de presenciar la muerte del pecado.

Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de lo que la Palabra que Dios viene a mostrarnos. Que la lectura de esta Buena Noticia te ayude a reconocerla en otros textos también.

Imagen: Jessica Silveira, Unsplash

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