El tercer anuncio del Paráclito dice así: Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, y dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos porque habéis estado conmigo desde el principio. Jn 15, 26-27
En este tercer anuncio del Paráclito, Jesús nos muestra otro aspecto de esa comunión trinitaria: si en el primero de los anuncios Jesús nos decía que iba a rogar al Padre para que nos enviara el Paráclito, y en el segundo nos decía que el Padre lo iba a enviar en su nombre, en este tercer anuncio Jesús nos habla de esa comunión con el Padre por la cual el Espíritu que Jesús nos envía viene del Padre, de junto a Dios como dice el Prólogo (1, 2).
Se nos indica así otro modo de conocer y contemplar esta comunión trinitaria: así como el Padre ha enviado a Jesús, Jesús nos envía al Espíritu. Y lo mismo que Jesús ha dado testimonio del Padre, así el Espíritu dará testimonio de Jesús. Esto parece una teoría complicada si intentas comprenderlo racionalmente. En cambio, si te dejas admirar, el modo de las relaciones trinitarias, tan amorosas, tan armoniosas, tan luminosas en su unión, verás que estamos ante el modo de relacionarnos que más profundamente anhelamos y que está sucediendo en lo profundo. Descansamos en la vida trinitaria, y somos dichosos si podemos reconocerlo, aunque sea en una pequeña medida.
El tercer anuncio del Paráclito se centra, pues, en el tema del testimonio. En el evangelio de Juan, testimonio y martirio se dicen con la misma palabra: μάρτυρας. Esto nos indica una vez más esa correspondencia perfecta entre las palabras y las obras que tendría que darse entre los humanos y de la que Dios mismo nos da ejemplo luminoso. El testigo es quien da testimonio con su vida de aquello que ama y proclama. En este tercer anuncio, el primero que da testimonio de Dios es Jesús, y el Espíritu prolonga este testimonio divino. De tal manera que el testimonio de los creyentes no es una realidad autónoma que procediera de nosotros, sino una realidad ligada a la comunión y comunicación divinas. Dicho más claro, Dios, por su propia sobreabundancia, comunica ese Amor que Es, y el Espíritu, al venir a habitar en nosotros como hemos visto en el primer anuncio, difunde ese amor a través de nuestra vida y nos hace testigos.
En este anuncio se dice también que la llamada a ser testigos de Jesús, inspirada y sostenida por el Espíritu – recuerda que el Espíritu es el que nos inspira en el anuncio y nos defiende en la persecución, pues en esta lógica, tal como se va viendo, nosotros no hacemos nada por nuestra cuenta (cf. Jn 5, 19)- se asocia al permanecer: porque habéis estado conmigo desde el principio. Desde el principio, porque del principio del tiempo arranca la fidelidad de Dios (Gn 1, 1; Jn 1, 1). Este desde el principio puede referirse a la fidelidad con que los discípulos han permanecido junto a Dios desde primera hora, desde que se encontraron con Él. Se puede referir también, -para todos y cada uno de los discípulos y discípulas que serán a lo largo de la historia- a la experiencia de haber sido fieles a él desde el momento en que el Espíritu se hizo presente en sus vidas. Esta imagen del principio nos trae la del Génesis, ese principio de la fidelidad de Dios que crea el cielo y la tierra, ese principio por el que Dios nos ha unido a Sí, sin importar cuándo sea que nosotros hayamos llegado a reconocer que ese era el Principio.
Si nos fijamos en la realidad del testimonio, sobre la cual también hemos de ser instruidos en la verdad, veremos que, contra lo que nosotros solemos pensar, pues para nosotros el testimonio es una realidad temible, se presenta como un premio que te asemeja a Dios y te permite vivir como testigo de la verdad. Pues Dios es la Verdad y dar testimonio de Él, por el poder del Espíritu, es vivir y manifestar la Verdad.
Así, el testimonio del que habla el tercer anuncio del Paráclito nos va trazando también un cuadro de vida del que vemos algunos pasos: inspirados por el Espíritu como veíamos en el primer anuncio, somos instruidos por Él en las palabras-vida de Jesús que, atravesando el tiempo, llegan a nosotros y nos constituyen en palabra vida transformados por la palabra creadora. Esta transformación que realiza el Espíritu tiene como fin hacer de nosotros testigos de Dios que manifiestan la sobreabundancia recibida, porque lo propio del amor es comunicarse. El testimonio de los creyentes, que confiesa la verdad que Dios ha hecho en cada uno, en la historia, en toda la realidad, es confesión de amor y de vida que pretende bendecir aquellos a quienes se comunica. De este modo ama el Amor que viene de Dios y que se transmite a otros al comunicarse, de este modo realiza la verdad en los que son llamados a creer. De tal manera, podemos concluir a partir de lo que nos muestra el anuncio, que el testimonio es el modo de realizar la verdad en la propia vida.
Como ves, vamos trazando un programa de vida nueva que hunde sus raíces en la comunión trinitaria y que, pasando por la resurrección que nos ha traído una vida nueva a quienes creamos en Jesús, es realizado en la historia por el modo amoroso que el Espíritu Santo tiene de manifestarse en cada persona en los distintos hechos y en las distintas épocas. Contempla este modo, la verdad que se hace vida, y contrástalo con el modo que tienes de mirar la realidad. Después pide al Espíritu que imprima en ti su modo, y que te rehaga según la verdad.
Al principio, en la primera entrada de esta serie, nos preguntábamos también por el contraste entre la verdad factual de esta época de la historia en que parecemos encontrarnos más allá de la verdad, en una “posverdad” que no se aferra ni se fundamenta en ninguna verdad permanente. A medida que vamos escuchando la verdad que viene del Espíritu, y en la medida que esta verdad informe tu mirada y no sólo tu entendimiento, ¿se te van dando claves para comprender nuestro mundo a la luz de esta Verdad?
Como también decíamos al principio, no se trata de “apropiarse” de la Verdad que el Espíritu es como si fuera “posesión” de los creyentes. Nosotros no poseemos nada. Es el Espíritu quien nos habita como Señor y nos conduce. Sólo aceptando nuestro lugar de criaturas podemos habitar en el mundo de otro modo, de un modo que, humilde y audazmente, anhela manifestar el Amor, la Verdad y la Vida de Dios en medio de nuestro mundo que no lo conoce porque no ha conocido el Amor, ni la Verdad, ni la Vida.
La imagen es de Henry Ossama Tanner
Gracias Teresa por ayudarme a leer los textos tan “conocidos” con ojos nuevos, con capacidad de sorpresa. Rezar con tus palabras me llena de deseo de ser testigo. ¡Gracias!
Qué alegría poder transmitir lo que dices, Mónica. Me siento muy agradecida. ¡Nos damos ánimos para ser testigos!