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Cuarto anuncio: el Espíritu que vence al mundo

Al principio no quise deciros nada de esto, porque estaba yo con vosotros. Pero ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: “¿A dónde vas?”.  eso sí,  al  Anunciaros estas cosas, la  tristeza se ha apoderado de vosotros.  y Sin embargo, os digo la verdad:  os conviene que yo me  vaya,  porque sino me voy,  el Paráclito no vendrá a vosotros;  pero si me voy,  os lo enviaré.  cuando Él venga,  pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena. Con el pecado,  porque no creyeron en mí;  con la justicia,  porque retorno al Padre y ya no me veréis. Con la condena,  porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado. Jn 16, 4b-11

El cuarto anuncio del Paráclito no nos habla de los creyentes, cuya vida ya ha quedado definida por los tres anuncios  anteriores. Estos creyentes viven una existencia en favor de sus hermanos, los  hombres y mujeres que están en el mundo sino que viven sometidos a él,  sabiéndolo o sin saberlo. El cuarto anuncio se refiere al modo como Dios mira el mundo,  y es el modo en qué los que queremos vivir unidos a Jesús hemos de aprender a mirarlo. Comencemos por dejar caer nuestra mirada acostumbrada, y pidamos al Espíritu qué en ese espacio vacío quede habitado por la mirada y la vida de Dios.

La primera parte del anuncio hace referencia al dolor de los discípulos. Los discípulos están oyendo decir a Jesús que se va,  que nos envía el Paráclito,  que el Espíritu hará tales y tantas cosas en nuestro favor…  y no entienden nada porque lo que ellos quieren es que Jesús,  a quién han amado y seguido como a nadie antes,  se quede con ellos.  Como pasa tantas veces en la vida, nosotros queremos  que nuestra relación con Dios se mantenga en los términos en los que la conocíamos y reconocíamos (nos pasa lo mismo en lo humano). Por eso, Jesús va a tener que insistirnos con una ternura que maravilla para que demos un paso más y nos fiemos de Él,  de lo que él quiere para nosotros. Jesús nos dice que nos conviene que él se vaya porque solo si él se va el Espíritu vendrá a nosotros,  porque él nos lo enviara solo cuando se haya ido.

¿Por qué Jesús nos envía el Paráclito? Porque  después de haber conocido a Jesús, que se entrega por obediencia y amor al Padre en una muerte de cruz por la que nos vendrá la salvación,  los  discípulos hemos sido llamados a vivir en todo de modo semejante a Jesús,  y esto significa, en este caso, obedeciendo a Jesús del mismo modo que Jesús obedece al Padre: así, nos fiamos de que es mejor que venga a nosotros el Espíritu que Jesús se quede entre nosotros… aunque no entendamos…  como dirá en otra ocasión Ya lo entenderás más tarde (Jn 13, 7). Y más tarde sí hemos entendido que el que el Espíritu venga a nosotros  hace posible que la vida de Jesús,  su vida que ha vencido sobre el mal el pecado y la muerte,  se prolongue por la acción del Espíritu – el mismo Espíritu que ha resucitado a Jesús de entre los muertos- en nosotros los creyentes.

Y repetimos;  ¿que lo que hará el Paráclito?  Nos lo dice el propio Jesús: cuando Él venga,  pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena. Con el pecado,  porque no creyeron en mí;  con la justicia,  porque retorno al Padre y ya no me veréis. Con la condena,  porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado.  Es decir,  el Espíritu de Dios,  además de habitar,   inspirar,   iluminar,  dar consistencia y hacer fecunda la vida de los creyentes,  nos instruirá acerca de la verdad del mundo.  Esto es, nos enseñará de qué modo se ve el mundo cuando se mira con la mirada de Dios.  Nos dará sabiduría para conocer, hacernos libres y comprender el mundo en su más profunda realidad.

De nuevo,  en este punto necesitamos poner en cuestión –dejar de lado, dejar caer- todo lo que sabemos acerca del mundo,  porque solo eso que el Espíritu viene a enseñarnos es la verdad.

Nos dice Jesús que el Espíritu pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, porque no creyeron en mí.  Pregúntate tú en este momento: ¿ qué es lo que yo pienso en relación al pecado?  Y ahora deja que eso que tú piensas o conoces en relación al pecado sea confrontado con lo que Jesús dice que el pecado es: el pecado,  en su origen,  en su raíz,  es rechazo de Dios. El pecado es no haber creído en el Hijo de Dios: esta raíz está en el origen de todo pecado, de toda manifestación concreta de pecado. Este es el pecado del mundo: no haber creído en el hijo, no  haber reconocido el Amor manifestándose en Jesús, no haberse adherido a la Verdad salvadora que él manifestaba,  no haberse dejado conducir por la vida que manando de él se comunicaba a toda la realidad.  Esto es el pecado, y seguro que no te es ajeno.  Más allá de las manifestaciones que este pecado tome, está la raíz del pecado qué es haber rechazado al Hijo,   haberse negado a creer en él. El error del mundo (y nosotros podemos ser mundo) en relación al pecado no está en que el mundo no conozca el pecado,  sino en que intente entenderlo pensarlo y ocultarlo por sí mismo en vez de reconocer esa raíz del pecado que es no creer a Dios manifestado en Jesús.   Y es que eso solo puede manifestárnoslo el Espíritu Santo.

El mundo (y nosotros, que podemos ser mundo si nos alejamos de Jesús) se equivoca también en relación a la justicia.  Podemos pensar que la justicia es dar a cada uno lo suyo,  o dar a cada uno lo que necesita, o “hacer” justicia o negársela a quienes nos parece que no la merecen…  todo esto,  por igual,  es nuestra mirada natural.  Lo que el Espíritu pondrá de manifiesto en el corazón de los creyentes en relación al mundo es que la justicia,  en su raíz,  es otra cosa: la justicia es que Jesús vuelva al Padre de dónde partió.  La  justicia es que sea honrado por todo lo visible y lo invisible,  que sea adorado como Señor de todo,  que sea reconocido como Salvador.  Una justicia trascendente y total, cósmica y eterna, en la cual descansa toda justicia humana,  que queriendo buscar la justicia según su modo o como perversión de la justicia que Dios ha definido, de la verdad de Dios que es Señor de todo y a quien todo se refiere.

El mundo está también errado en relación a la condena.  Pues el mundo pensó, al condenar a Jesucristo, al vencerlo en  sus testigos, que ha vencido. Pero el mundo mira mal:  aunque visiblemente el mundo haya condenado al Hijo, el Hijo ha vencido sobre todo poder y dominación para siempre. En cambio, aquel que tiraniza al mundo,  el enemigo de Dios que seduce a todos los que no le sirven, ya ha sido condenado.  Que el mundo no lo vea, solo significa eso: que el mundo no ve.  Lo que permanece siempre es que la verdad de Dios es LA verdad.

Déjate contrastar en este cuarto anuncio del Paráclito en tus concesiones acerca de la verdad de Dios: la verdad de Dios solo nos puede venir de Dios y lo que el mundo piensa acerca de Él,  lo que cree poder,  hacer, conocer solo es engaño, tanto mayor cuanto más se aleje de la Verdad que se nos ha revelado en Cristo y que Dios nos revela hasta el presente por su Espíritu.

Podemos preguntarnos también por qué este anuncio del Paráclito en relación al error del mundo aparece en cuarto lugar.  Seguramente,  un  motivo pueda ser el hecho de que solo un creyente que ya va siendo transformado por Dios puede acoger esta mirada en relación al mundo en su  verdad,  mientras que otro creyente más inmaduro la entendería desde sí,  esto es, como juicio al mundo  hecho desde su propia mirada natural y no desde la revelación de Dios, que nos lleva a otra hondura y a otra obediencia respecto de la acción del Espíritu.

Quiera Dios que este cuarto anuncio del Paráclito sea ocasión de maduración en lo que se refiere a esta mirada en relación al mundo y a la obediencia y docilidad al Espíritu que implica.

 

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