Venimos de nuevo a leer el Evangelio en esta clave de verlo como Palabra de Dios. Lo leemos desde la mirada de Dios, abriéndonos a lo que Dios nos quiere decir en él acerca de Sí mismo, del mundo y de nosotros. Hoy lo hacemos con el texto con el que termina el capítulo 1 del Evangelio de Lucas, Lc 1, 57-80.
Es muy bonito que este relato cierre aquello con lo que habíamos comenzado el capítulo. Aquel encuentro entre Dios y Zacarías a través del ángel, que había terminado con una negativa de Zacarías… ahora la historia sigue, y nos enseña algo muy importante en relación a Dios y es que a veces podemos tener miedo, rechazarle, negarnos a algo, que Él nos va a dar otras oportunidades en las que le vamos a poder decir que sí, porque Él siempre nos da ocasiones para encontrarnos con Él. Si venimos al principio, lo primero que se nos dice es que cuando a Isabel se le cumplió le tiempo del parto, dio a luz a un hijo. Este hijo es el que Dios había prometido. Un hijo de carne y hueso, que es lo que Dios te había prometido y ya está aquí. Se nos dice que los vecinos y parientes, al ver esto reconocen que Dios le ha tratado con mucha misericordia. Es grande cuando, en la vida, además de ver lo que pasa a las personas, en este caso a nuestra vecina Isabel, podemos ver la presencia de Dios en esos hechos. Porque como Dios está presente en la historia, como Dios está cerca y junto a nosotros en todo lo nuestro, la culminación de lo que nos sucede es poder ver a Dios en ello. Cuando vemos un hecho y solo vemos ese hecho, sea de alegría o de dolor pero solo lo nuestro, el hecho se queda a medias: porque lo cierto es que Dios a través de los hechos se hace presente en la historia, nos da esperanza, nos abre un camino, nos lo cierra para después llevarnos a otro lado.
Si hemos recibido la fe es para ver Dios que está presente en las cosas. Los vecinos, al ver este hecho milagroso que es que una mujer anciana de a luz, ven a Dios. Y ven bien. Después se nos dice que lo van a circuncidar y quieren hacer lo que hacemos en nuestro mundo. En ese caso al hijo se le ponía el nombre del padre: “ponle el nombre de su padre”. Entonces Isabel habla la primera, porque ha creído y en esta lógica de Dios los que creen son los que van por delante, dice: ‘No, su nombre es Juan.’. Porque ese el nombre que el ángel le ha dado, ese es el nombre que Dios quiere que tenga. El hacer presente lo de Dios en la historia se hace de modos tan concretos, cuando decimos: ’¿Y cómo haré lo de Dios? ¿Cómo sabré lo que Dios quiere?’ Pues es que lo está poniendo en tu corazón, lo que te dice a través de personas y de situaciones, eso es lo que quiere de ti. Dios nos dice todo lo que necesitamos saber.
La madre interviene y le preguntan al padre. Entonces el padre, que no podía hablar escribe lo que el ángel le ha dicho: ‘Su nombre es Juan.’ Decir que su nombre es Juan, es decir doy crédito, a lo que el ángel le había dicho. El signo de su consentimiento es que recupera el habla y dice ´al pronto, se le soltó la boca y la lengua y se puso a hablar bendiciendo a Dios`. Si recuerdas, en el fragmento inmediatamente anterior, cuando Isabel celebra a Maria, María al ser reconocida como alguien que ha creído en Dios, salta a alabar a Dios; porque cuando le llega la alabanza de Isabel, la respuesta de María es mirar a Dios: ‘No, yo no, Dios en mí y Dios en todo y en todos.‘ Ahora en Zacarías ha pasado esto: con todo lo recto que era y con lo bien que hacía lo que sabía hacer, ahora se ha despertado una fe más honda, una fe que no solamente cumple lo que Dios ha dicho, sino que cree también en lo que no controla, en lo que no se ve. En el momento en que ha creído, se le destraba la boca y la lengua y se pone a hablar. Se pone a hablar, bendiciendo a Dios porque este proceso le ha enseñado quien es Dios. Antes era un sacerdote que cumplía, lo que tenía que cumplir pero que tenía su desconfianza, sus retraimientos a la hora de relacionarse con Dios. Ahora está suelto por dentro, porque cuando bendices, es que eres libre, es que estás alegre, es que amas. Y entonces le sale bendición. Con esto aprendemos algo más de quién es Dios. Pues esto nos dice como es un ser humano pleno, que no habla de sí mismo, ni del invento que ha hecho o del logro que ha conseguido, sino que si tiene a Dios dentro, alaba a Dios… sobre todo se alegra de Dios. Proclama así que lo sobre todas las cosas es motivo de alegría es Dios es alabar a Dios. Primero bendice a Dios porque se ha ocupado de su pueblo, porque en este hijo viene un profeta que sigue anunciándonos la salvación de Dios y que además va a ser el precursor del Mesías, el último de los profetas antes de que llegue el Mesías, el Enviado. Dice de él que nos ha suscitado en la casa de David a alguien que viene a salvarnos, alguien que será la salvación de nuestros enemigos y del poder de cuantos nos odian y en quien se va a cumplir lo que se prometió a Abraham. Están cumpliéndose las promesas y cuando Él llegue, ya liberados del poder del enemigo, le podremos servir sin temor, con santidad y justicia, habitando en su presencia toda la vida. Eso es lo que deseamos. Cuando vamos enterándonos un poco de quien es Dios, de qué es lo que verdaderamente estamos llamados a vivir en la vida y qué no importa tanto, caemos en la cuenta de que lo que importa es alabar a Dios y que lo que quieres es celebrarlo. Por eso, a Zacarías, primero le sale bendición a Dios, por Él mismo: ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel’, después por sus obras, por lo que ha hecho en Israel, y después por su hijo en quien se manifiesta Dios. ‘A ti niño te llamaran profeta del Altísimo porque caminarás delante del Señor, preparándole el camino.’
Aquí también aprendemos acerca de nosotros. Hay veces que nos dolemos porque nos cuesta mucho encontrar nuestro propio camino ante Dios, hay veces que decimos: ‘¡Es que no sé para que he sido creada! ¡No sé cuál es mi camino!’ Todos tenemos un camino único, todos hemos recibido una palabra personal de Dios y eso es lo que se nos llama a vivir. Dios nos lo irá mostrando y hay veces, que ese nombre lo conocemos desde el principio y es el caso de Juan cuando su padre cree, profetiza a que has venido al mundo, profeta del Altísimo, caminarás delante del Señor, preparándole el camino’. Después Él mismo nos lo va a decir en el evangelio de Juan: ‘En mí se cumple esta palabra de Isaías, preparad el camino del Señor’. Eso es lo que ha venido a hacer Juan. A veces podríamos decir, en nuestra lógica humana que viene a estorbar aquí, decir: ‘¡Pero es que es más fácil lo de Juan, porque sabía lo que tenía que hacer!’ No, porque lo que viene a hacer Juan es tan grande que, aunque sepa los titulares y es muy grande saberlos, de lo que se trata es de vivirlos y para eso necesitas de Dios. Si tú no sabes cuáles son los titulares, para qué te llama Dios a la vida, vas a tener que preguntarle a Dios para que te lo diga, y entonces vivirlo. Esto no va de fácil o de difícil, va de que Dios te dice una palabra y tú crees, amas y esperas tanto como te sea posible y le respondes que sí, con esa fe, esperanza y amor. Va de decirle que sí a Dios. Lo demás lo hace Él. Zacarías termina celebrando a Dios: ‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos va a visitar desde lo alto un amanecer que ilumine a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, que endereza nuestros pasos por un camino de paz. ¡Qué bonita manera de hablar de Jesús de Nazaret! Él será el amanecer del día definitivo, la luz definitiva que va a iluminar a todos los que habitan en tinieblas -y todos de algún modo habitamos en tinieblas hasta que Dios nos ilumina en sombras de muerte-. ¡Cuánta oscuridad, cuánta muerte en nuestro corazón y en el de nuestras hermanas y hermanos! Y endereza nuestros pasos hacia la paz, hacia la plenitud. La paz es la victoria de Dios en nuestra vida. Es la victoria sobre los conflictos, es la victoria sobre la muerte.
Zacarías empieza celebrando a Dios. Nos habla de sus obras magnificas, en las que también le celebramos. Nos habla después de la misión de su hijo, Juan y después nos habla de Jesús de Nazaret. Vuelve a Dios. Esta es la transformación que Dios ha realizado en la persona de Zacarías; esta es la transformación que se realiza en nosotros cuando creemos. Da igual que hayas creído a la primera o que hayas creído después: si crees, si este castigo sanador, si este castigo que era por tu salvación lo has aprendido, creerás y esto será bueno. De esto se trata. El capítulo termina diciendo de Juan algo que después se dirá de Jesús: ‘El niño crecía, se fortalecía espiritualmente y luego dice vivió en el desierto hasta el día que se presentó a Israel’. Esto nos hace caer en otra cosa en relación a nosotros y es que para nosotros el crecer es muy bueno. Pero aquí se nos dice que crecer es también fortalecerte espiritualmente, no es sólo que tu cuerpo se ensanche y se despliegue y alcance su talla, no solamente que adquieras conocimientos e incluso sabiduría, sino que hay que crecer en espíritu y eso generalmente se hace a través del sufrimiento como está apuntado en la nota en relación al desierto. Y por tanto nosotros también hemos de crecer espiritualmente y hemos de querer para nuestros hijas e hijos que crezcan espiritualmente. ¡Qué mejor para crecer espiritualmente que enseñarles en relación a lo que trae la vida que es donde Dios nos suele hablar más comúnmente con las alegrías y los dolores que aparecen en nuestras vidas! ¡Que esta Palabra te ayude a conocer a Dios, su modo de estar en nuestro mundo y su modo de estar y de ser en cada uno de nosotros!
Imagen: Isaac Benhesed, Unsplash