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Conociendo a Dios que viene a nuestra vida (III)

El texto que tenemos para hoy es Lc 1, 39-56. En él continuamos viendo de qué manera el evangelio se lee como Palabra de Dios a la luz de su mirada y nos preguntamos de qué manera se contempla la realidad desde sus ojos. Quizás no vivimos lo que se dice aquí, pero necesitamos escucharlo, nos hace bien escucharlo porque nos habla de lo que estamos llamadas y llamados a vivir. Espero que te esté ayudando a rezar y a abrirte a Dios a Dios en lo que quiere hacer, lo que está queriendo hacer en tu vida.

Venimos a este texto en el que se nos trae una vez más la mirada de Dios a través de los hombres y mujeres que creen en Él y que viven desde Él. Se nos dice, siguiendo con el relato de la Anunciación, que María se levanta y se dirige apresuradamente a la Serranía, a un pueblo de Judea.

María la llena de gracia, María la llena de Dios, cuando recibe de su Esposo, de su Amor, de su Dios, esta noticia de que Isabel está embarazada, no se queda rezando, no se esconde ni hace cualquiera de esas cosas que se nos ocurrirían a nosotros. Aprendemos así que cada uno ha de hacer lo que Dios le dice. Dios ha puesto, en el corazón de María, un impulso para ir a ayudar a su prima que es mayor y que necesitará ayuda. No hay una sola cosa que tengamos que hacer cuando estamos unidas, unidos a Dios. Dios no nos dice a cada uno la misma cosa que tenemos que hacer. Es más: puede que ni a nosotros mismos puede que nos diga la misma cosa en distintos momentos. Dios nos dice que tenemos que vivir y tenemos que estar atentas, atentos a Dios para saber qué es lo que me dice que tengo que hacer, y secundarlo. Vemos que llevar a Dios en tu interior, a veces se manifiesta en el recogimiento, y acoger una palabra de Dios, a veces se manifiesta en la quietud, otras veces se manifiesta en la apertura, en la comunicación, en la solidaridad o en la fraternidad, en la compasión. María va apresuradamente a este pueblo de Judea y saluda a Isabel. Y aquí vemos algo de lo que pasa en el evangelio. Si nosotros con una mirada como normal, no esta mirada atravesada de Dios que es la del evangelio, hubiéramos visto el saludo entre estas dos mujeres hubiéramos dicho, “se han saludado y se ve que se quieren y están contentas”. Y es verdad, pero aquí hay más. Se nos dice que cuando María saluda a Isabel, Isabel reconoce a Dios en María. Lo reconoce porque Dios está en María y porque ella está llena de Espíritu Santo y lo puede reconocer. Se nos dice que Isabel, llena del Espíritu Santo, ha notado que la criatura que también está también llena de Dios, yel niño ha saltado de alegría.  Lo que vamos a experimentar cuando vayamos despertándonos a percibir a Dios en nuestra vida, Dios nos va a producir lo que Dios tiene que producir, lo que Dios produce cuando uno está despierto, vivo,  atento. Nosotros tenemos pecado pero cuanto más llenos de gracia, más capaces de percibir a Dios y más capaces de alegrarnos por lo que importa, que es Dios y lo suyo. Isabel llena del Espíritu Santo se alegra. Juan en su vientre lleno del Espíritu Santo salta de alegría. Y esa alegría les ha llegado a ellos porque es la alegría que María desprende, que María comunica, porque Jesús habita en ella. Descubrimos así que las personas que están llenas de Dios, que nuestro mundo no se ve más que a una mujer joven y a una mujer mayor que se abrazan y que se quieren, aquí vemos a Dios pasando a través de ellas y pasando a través del mundo. Vemos que los hombres y las mujeres de Dios están iluminando nuestro mundo, aunque nuestro mundo no se entere.  Isabel dice: ‘¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?’ Algo que pasa, esto no es una especie de humildad “hipocritilla”, de que te haces la humilde, sino la criatura cuando está ante Dios y cuando estás ante alguien que es la madre de Dios, porque María es la madre de Dios, eso quiere decir que su Hijo es Dios, yque ella es la madre de Dios, Dios ha entrado tan hondamente en ti que ahora eres de Dios. Isabel que ve bien, que mira bien, que tiene mirada de Dios para ver la realidad, se sobrecoge como criatura ante el hecho de estar en la presencia de Dios en la persona de María y la celebra.’ ¡Dichosa tú que creíste!’ Se va a abrir a la vida, la esperanza, porque has creído. Además, aparece un contraste bonito aquí, entre el no creer de Zacarías, que le ha supuesto castigo, ‘Porque no has creído’, le dice Gabriel, e Isabel, la mujer del que no ha creído, celebra a la que ha creído.  Es iluminador.

La respuesta de María, la llena de gracia, la llena de Dios, es alabar a Dios. Aquí en este texto precioso que llamamos el Magníficat, escuchamos lo que pasa en el corazón de los hombres y mujeres que están llenos de Dios. Aquí asistimos a algo que también nos ofrece un contraste con nuestro mundo. Porque en nuestro mundo ocurre muchas veces que cuando alabamos a alguien, esa persona recoge la alabanza y se la remite a sí misma. A veces recogemos ese reconocimiento porque necesito atesorarlo, porque ando escaso de él o porque tengo un ego que hace que necesite recibir y acumular alabanzas… por lo que sea. Aquí, no: aquí, cuando a María le dicen:’¡Dichosa!’ Ella dice: ‘¡Efectivamente soy dichosa porque Dios ha venido a mí! ¡Mira cómo es Dios!’ Aquí lo que nos va a decir, y esto es un canto, esto es una danza, es la danza más gozosa de la Tierra, esto sólo se puede decir cantando y bailando, es como que a María la tocan y le sale Dios. Y eso es lo que nos debería de pasar a nosotros, una vez que experimentamos esa presencia Dios en nuestra vida. Y como hay una parte de ti que cree así, actívala. No digas: ‘¡Ya, pero es como yo tengo menos fe’ o ‘Pero como yo todavía soy un poco egocéntrica o bastante! ¡Pero como a mí no me ha pasado lo que a María’! Entonces activamos otra vez la parte de ‘pero yo’ en vez de la parte de Dios. Activa la parte de Dios en ti, que está. Entonces María dice: ‘¡Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios!’ Eso es lo que está haciendo todo el día mi corazón, nos dice María: cuando miro a un día de sol, o cuando miro a un día de lluvia, cuando veo a un niño, cuando veo a un mayor, cuando veo a una persona trabajando, mi corazón celebra a Dios porque en todo lo reconozco, en todo percibo su amor, en todo reconozco su cuidado y su presencia entre nosotros. En todo reconozco su providencia. Entonces lo estoy celebrando y cuando me lo preguntas, te digo lo que hay en mi corazón. María, de tanto mirar a Dios, de tanto que Dios en su interior se le ha ido revelando, se le ha ido mostrando porque Dios está deseando darse a conocer a nosotros, pero para eso tenemos que escucharle y le escuchamos en su Palabra. Él nos habla de sí mismo; le escuchamos en la vida, le escuchamos en las hermanas y hermanos, le escuchamos, nos va a decir, en los pobres. María nos va diciendo cómo ese poder suyo es misericordioso, cómo ese poder suyo se cuida de los pobres y que no es según la lógica del mundo, dice derriba a los poderosos y ensalza a los humildes, y decimos: ‘Si, pero bueno, lo hará de alguna manera misteriosa, pero yo no lo veo’. A ti se te propone ese reto, así como a María se le dice: ‘¡Dichosa tú que has creído! A ti se te podrá decir: ‘¡Dichosa tú que has creído! o ¡Dichoso tú que has creído!, si es que crees en esta palabra de Dios. Si en vez de decir tu lógica que dice: ‘Bueno, pero yo sé de muchos hambrientos que siguen pasando hambre y que Dios no los ha colmado de bienes. ¡Yo no lo veo!`

También se puede decir: yo no lo veo, pero puedo creer en Dios.  Entonces es cuando me abro a otra lógica, esa que en el lenguaje de Jesús llamamos el Reino de Dios, en el cual las cosas se ven y se dicen de otro modo. Aquí nos sigue diciendo María esta verdad que ella conoce en su carne, que ella ha experimentado y que ahora proclama. También esto nos dice que Dios a veces descorre el velo y como en este Magníficat que canta María, nos dice la verdad de Dios para que la escuchemos y podamos vivirla.  Muchas veces Dios esto lo hace en lo oculto. Deja pequeñas luminarias para que él que cree, las vea y él que no cree va a seguir diciendo: ’¡Pues yo no veo a Dios!’ Y nos dice que socorre a Israel su siervo. Antes, en el relato de Zacarías en el que se le anunciaba cómo iba a ser con Israel y como este hijo que iba a tener respondía a las promesas de Israel y en el anuncio que Gabriel hace a María, le dice eso.  Le dice el Señor Dios le dará el trono de David, su padre para que reine sobre la casa de Jacob, o sea Israel, por siempre y su reinado no tenga fin. Dios está respondiendo a la espera y a la esperanza de Israel, de este modo, pero hace falta creer en lo que Dios hace: si no Israel, como desgraciadamente sabemos que va a suceder, se perderá este anuncio, esta buena noticia de Dios, este cumplimiento por parte de Dios de las promesas que había hecho a Israel desde antiguo. Y María se alegra, canta, danza y baila este Magníficat en el que celebra al Único que merece ser celebrado, sobre todas las cosas, que es a Dios y su modo de hacer en la historia, su modo de hacer con los pobres y con los hambrientos, su modo de hacer con los ricos y los poderosos. Este modo que es un modo salvador, que es un modo que produce alegría a quien lo puede ver y vivir, primero hay que verlo y después hay que entregarse a él y vivirlo.

En este momento, escuchamos en este Magníficat cómo es Dios y luego, así como abruptamente, termina el relato de Lucas. María después de esta explosión de amor de Dios, María retoma su existencia cotidiana, en este caso en casa de Isabel. María se queda con ella tres meses y ´luego volvió a su casa`.  En medio de esa vida normal que es la vida de una María ama de casa, la vida de una Isabel ama de casa, a veces destella esta explosión del amor que llevan dentro, del gozo que llevan dentro, del espíritu de Dios, esa plenitud de Dios, ese amor de Dios que llevan dentro. Lo normal es que hablaran de esto y se alegraran infinito por ello, y que también hablaran de cosas normales: ‘Tenemos que acabar de coser para que cuando venga Juan, tengas todo preparado’.  ‘Te voy a barrer el patio que hace tiempo que no lo hemos hecho’. ‘¿Te parece que pinte estas paredes para que no lo tengas que hacer tú en el invierno o en la primavera que viene?’. Estas cosas que forman parte de la vida, pero nos dicen que esa vida cotidiana alberga un gran amor cuando tú lo llevas dentro. Así, la vida cotidiana no tiene nada de mortecina. A nosotros nos parece, que el éxito en la vida humana está en el brillo, en las muchas cosas, en los éxitos, en los viajes o en los proyectos. Aquí vemos, en esta vida común, cuánta luz, cuánto amor, cuánto Dios. Se nos ha repetido ya por dos veces en este relato de Lucas que vamos leyendo: ‘¡Será grande a los ojos de Dios!’

Vamos a pedirle hoy al Espíritu que valoremos como grande, lo que es grande a los ojos de Dios, que vivamos, que deseemos y que se nos conceda vivir como grande, eso, lo que es grande a los ojos de Dios.

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