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Creer en Jesús es…

1ª lectura: Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,12-16)

Sal 117,2-4.22-24.25-27a

2ª lectura: Lectura del libro del Apocalipsis (1,9-11a.12-13.17-19)

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Puedes descargarte el audio aquí.

Seguimos celebrando la resurrección del Señor. Ojalá vivamos de ella y no sea solo una memoria de lo que alabábamos hace ocho días, sino que sea certeza que nos mueve y marca nuestra mirada y nuestras acciones.

Comenzamos nuestro acercamiento a las lecturas por el evangelio. El evangelio, que nos vuelve a anunciar la resurrección de Jesús, nos dará la clave para interpretar los otros textos

Jesús se ha aparecido a los discípulos. Parece que tiene prisa, ganas de anunciarnos su salvación, porque es el mismo domingo, al anochecer, cuando se presenta en esa casa con las puertas cerradas –nuestra casa, nuestro corazón- en la que ellos se escondían, temerosos. Su victoria rompe nuestros cerrojos y pone luz en nuestras oscuridades. ¡¡¡De verdad!!! El evangelio, hoy, nos dice cómo va a dotar Jesús a los discípulos para que vivan, en adelante, como Él, en Él, para Él.

Al presentarse en medio de ellos, lo primero que les desea es la paz. No el Shalom de siempre, el saludo habitual, sino la paz de Jesús, que es victoria sobre todo mal y sobre toda muerte. En adelante, cuando escuchemos hablar de paz, cuando experimentemos en nosotros mismos la paz, no será la paz que nos da el mundo (cf. Jn 14, 27), esa paz que necesita dejar fuera todos los problemas y dolores porque no ve en ellos camino de verdad, o de vida; sino la paz que, habiéndose encontrado con el pecado, con la muerte, los ha asumido en sí y los ha vencido por la confianza en Dios.  Esta es la paz que Jesús ha obtenido para nosotros, la paz que ahora nos comunica, la paz que nosotros, cristianos, comunicamos al mundo por la comunión con él: por la fe en Él, nosotros también nos acercamos al mal en todas sus formas para asumirlo y encontrar, desde él, a través de él, el camino de la Vida.

Recibimos para ello el Espíritu Santo, el Espíritu mismo de Jesús, con el encargo de llevar a nuestros hermanos, a toda la tierra, el perdón de Dios. Este poder de perdonar será el modo como los cristianos, los que vivimos unidos a Cristo por su Espíritu, ejercemos su acción en medio de la historia, porque el perdón es fuente de vida nueva. El poder de otorgar un perdón que, asumiendo el mal que en cada situación concreta haya sucedido, lo asume y lo transforma en lugar del mayor amor. Esta es la lógica de la cruz, su victoria.

Una semana más tarde, Jesús vuelve a encontrarse con ellos. En esa semana, los discípulos habían contado a Tomás, ausente en esa primera ocasión, cómo se les había aparecido el Señor. Tomás, que no había visto esto que no hay manera de imaginar, había negado que esto fuera posible. A todos nos cuesta mucho creer lo que no vemos, ¿verdad?

En esta segunda aparición en la que sí está presente Tomás, el encuentro con el Señor Resucitado será para Tomás ocasión de tocar aquellas llagas que había pedido tocar, y ocasión de ver que la fe no consiste en tocar, sino en creer.

La vida del Resucitado se manifiesta en estos signos: la paz que nos da Jesucristo, que es victoria, en su carne, sobre todo mal, todo pecado y toda muerte; el perdón, que nos hace testigos y transmisores del mismo perdón que nos ha salvado; la fe, que es el modo de mirar que fundamenta la vida de los creyentes.

Estos signos tienen una forma paradójica: la paz es victoria sobre una cruz en la que el Santo de Dios ha sido herido por el poder de las tinieblas; el perdón que se recibe y se comunica actualiza el poder del amor, que experimentamos a menudo como impotencia y debilidad; la fe es la fuerza que nos permite sostener nuestra fragilidad humana en medio del mundo que nos tienta y nos amenaza. Vivir de la vida del Resucitado es vivir de fe, rechazando la incredulidad que nos hace querer aferrarnos a la lógica que conocemos, la que nos parece que “no falla”, aunque haya revelado en esta hora su sinsentido radical (pero solo lo ve la fe…).

Jesús conmina a Tomás a dejar de ser incrédulo y empezar a ser creyente. Le dice, en definitiva, que empiece a vivir de fe. Que ya no sea otra la lógica que le mueva, sino la de la fe. Esta de la fe es la que permite experimentar que la paz definitiva brota de la cruz del Resucitado; que el perdón que es la palabra definitiva de Dios nos da una orientación para vivir, un camino, un sentido definitivo si queremos vivir unidas a Cristo; que las llagas de Cristo son signo de que el amor vence y que si has recibido la fe, no puedes permitirte pensar según tu lógica, sino que tienes que consentir en que sea transformado, según la luz de la fe, todo lo que piensas y lo que eres, para que el tuyo sea el modo de vivir que arranca del Resucitado.

La fe contempla la victoria de Dios y la testimonia ante el mundo. No cabe una fe que no se traduzca en vida: esta fe de la que hablamos es, por sí misma, un modo de vida. Por eso el libro de los Hechos nos habla del modo como los primeros cristianos viven unidos al Señor, y cómo esa vida de comunión los mantiene unidos y hace ellos bendición para los demás: La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. En nuestro tiempo no tenemos conciencia visible de mantenernos unidos y de ser cauce de salvación para otros, y sin duda, la sociedad no nos reconoce así –las noticias de persecución que nos estremecen estos días hacen pensar más bien en lo contrario-, y sin embargo, es eso lo que somos, entre nosotros y para el mundo, si vivimos de la paz del Resucitado, si testimoniamos su perdón y si es la fe en Cristo la que fundamenta nuestra mirada y nuestras acciones. La fe nos muestra un modo de vida nuevo, el que lo reorienta todo según la luz de esa fe que nos revela el sentido de las cosas en lo invisible, como invisible, a los ojos del mundo, ha sido y es la victoria de Dios.

El libro del Apocalipsis nos presenta a Juan como testigo de Jesús resucitado, victorioso para siempre, que va a mostrarnos el verdadero sentido de la realidad: no el que nuestros ojos de carne ven, sino el sentido verdadero, el que Dios conoce. La fe se fortalece aprendiendo a mirar: ¿qué tal si lees esta Pascua el libro del Apocalipsis para ir aprendiendo a mirar del modo que la Palabra nos revela?[1] Así, la potencia de vida que Jesús nos ofrece en esta Pascua será fecunda en ti y en otros (recuerda que quizá no lo verás…J), pero el Espíritu estará salvando a través de tu fe, tu perdón, tu paz.

Creer en Jesús es vivir por Él, con Él, en Él, para Él.

[1] Si no lo has leído nunca, se te hará muy extraño. Los comentarios del Apocalipsis de Ugo Vanni o Jacques Ellul te pueden ayudar a profundizar en su sentido.

Imagen: Sunyu, Unsplash

2 comentarios en “Creer en Jesús es…”

  1. Ojalá vivamos de ella y no sea solo una memoria de lo que alabábamos hace ocho días, sino que sea certeza que nos mueve y marca nuestra mirada y nuestras acciones.
    Amén !!

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