Luego se le acercó uno y le dijo: – Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para alcanzar vida eterna? Jesús le contestó: – ¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el bueno. Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos. El joven le preguntó: – ¿Cuáles? Jesús le dijo: – No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, honra a tu padre y a tu madre, y amarás al prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: – Todo eso lo he cumplido, ¿qué me queda por hacer? Jesús le contestó: – Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Al oírlo, el joven se marchó triste, porque era muy rico. Jesús dijo a sus discípulos: – Os aseguro que un rico entrará con mucha dificultad en el reino de Dios. Os lo repito, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios. Al oírlo, los discípulos quedaron muy espantados y dijeron: – Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús se los quedó mirando y les dijo: – Para los hombres eso es imposible, para Dios todo es posible. Entonces Pedro le respondió: —Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué será de nosotros? Jesús les dijo: —Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, en el mundo renovado, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos para regir las doce tribus de Israel. Y todo el que por mí deje casas, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y heredará vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros. Mt 19, 16-30
En este relato se ve a un hombre con un gran deseo: el anhelo de Dios. El deseo es un criterio importante en relación al discernimiento. De alguien que tiene un gran deseo[1] podemos decir que ha sido tocado por Dios.
Este deseo le mueve hacia Dios, no sólo en clave de intenciones, sino de compromisos. Esto nos indica que es una persona en la que se da una cierta coherencia entre la palabra y la vida. A la vez, la formulación de la pregunta nos indica que esa coherencia pivota sobre sus hombros –o eso le parece a él, al menos-: Todo eso lo he cumplido, ¿qué me queda por hacer? Este modo de plantear el anhelo que le mueve nos dice que es una persona que fundamenta en sí su deseo de ir hacia Dios: “he cumplido”, “qué me queda por hacer…”
Esto nos da una nueva clave en relación al discernimiento: observando la realidad, observando a los otros, encontraremos muchas claves acerca del modo como las personas fundamentan su vida o se orientan hacia Dios. Aquí, en el caso de este hombre, este anhelo que le desborda lo está viviendo desde sí mismo y no desde Dios. El “desde dónde” nos abrimos a Dios es un buen criterio para discernir la respuesta que le daremos a Dios.
A esta luz, la respuesta de Jesús se puede interpretar como ligeramente irónica: “si quieres ser perfecto…”. Es verdad que se nos llama a este desprendimiento… pero en la lógica de la tendencia que este hombre tiene de gobernarse a sí mismo, se puede interpretar como que le pide que haga algo que le supera, para que por ahí pueda encontrar el camino de la humildad, que es la verdad. En cambio, el “si quieres ser perfecto” es paradoja… estamos viendo que no va a poder decir que sí a lo que Jesús le pide, y así se revela que está incapacitado para alcanzar la “perfección” por sí mismo. Paradoja: anhelamos el más, pero el más absoluto es Dios, y no podemos alcanzarlo por nosotros mismos.
Este hombre, en vez de pedirle ayuda a Jesús para que él haga eso que pide, se pone triste porque tenía muchos bienes. Al tener la vida centrada en lo suyo, los bienes se han revelado como su real horizonte, su verdadero interés. Tan opresivo, tan estrecho, que no ve nada más que eso: de hecho, cuando Jesús le ofrezca lo máximo, que es seguirle, no lo puede reconocer como algo bueno porque ve el seguir a Jesús sólo en función de lo que él pierde. Y no ha visto más. Esta reacción también nos indica mucho acerca de nuestro modo de mirar. Y la puntualización se marchó triste, también. La enseñanza que en este punto aporta Jesús a los discípulos habla de esta impotencia nuestra, y también de la potencia de Dios: para los hombres es imposible, para Dios todo es posible. Discernimiento: las actitudes, el “sabor” que se nos queda en el corazón cuando damos una respuesta, nos indica también si hemos hecho bien (o no) el discernimiento. Paradójicamente, lo imposible, si lo vivimos abiertos a Dios, nos llena de vida.
Llegamos así, con la enseñanza de Jesús, a aquella actitud que está en las antípodas de la nuestra: este hombre quería salvarse, y salvarse es imposible para los hombres. Este hombre ha buscado salvarse a sí mismo, y se ha topado con su impotencia. Sólo cuando se convenza de que ni sus obras ni sus bienes pueden traerle la salvación, cuando se hace humilde y le pide a Dios, entonces es cuando encuentra su salvación.
[1] Hablamos de un gran deseo no en sentido infantil, cuando te “empeñas” en una cosa y la pides compulsivamente, sino que el deseo adulto es el que consiente en ser conducido y trabajado por un deseo que es mayor que nosotros y que a la vez que nos conduce, nos somete. Se suele vivir con tensiones que requiere trabajo aprender a soportar.
Nos quedamos aquí y continuamos la semana que viene interrogándonos sobre un discernimiento tan esencial, ¿te parece?
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