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¿Dónde está Dios ahí?

Nos lo preguntamos en relación a todos los males de nuestro mundo: la inmigración, la crisis de Grecia, el terremoto de Nepal, el drama de los refugiados, etc.,etc.,etc.,… : ¿Dónde está Dios ahí?

No es una pregunta fácil. Y no lo es en dos sentidos:

–  Primero, porque para poder centrar la respuesta, hemos de precisar cómo hacemos la pregunta. No la hacemos en clave pseudocreyente (yo suelo decir pre-teologal) que es aquella actitud que, fundamentándose en el propio yo, determina desde sí lo que “le parece” bien o mal en relación a Dios. Cuando lo hacemos así, nos situamos ante la pregunta desde lo “mío”. Sea lo “mío” el miedo, la impotencia, la desconfianza o el deseo de “justificar” a Dios, siempre responderé desde mí. Y nuestro yo no es capaz de comprender a Dios, como dice la Biblia por todas partes.

La pregunta solo encuentra algo parecido a una respuesta cuando la hacemos desde luz teologal, que es don. Dicha luz, que cambia radicalmente nuestro modo de mirar (la imagen del rayo que está en la cabecera de la página) empieza por mostrarnos la centralidad de Dios en la historia, su señorío, el deseable arraigo en Dios que debe tener nuestra vida, que se traduce en confianza y en deseo de reconocer cómo este Dios -de quien sabemos que nos ha amado hasta dar la vida, que camina con nosotros y nos abre por todas partes caminos de salvación y posibilidades de entrega- está presente en esos lugares en que, a una primera, y a una segunda mirada también, sólo parece haber desolación y muerte.

El modo de hacer la pregunta, la necesidad de hacerla en clave teologal porque sólo esta mirada nos capacita para reconocer a Dios actuando, nos orienta ya en relación a la respuesta que buscamos: la luz teologal que hace posible empezar a contemplar el mundo a la luz de Dios, tal como es, tiene sus propias leyes y su propia lógica, y es preciso someterse a ellas si queremos comprender.

Por tanto, en base a precisar la pregunta: cuando nos preguntamos dónde está Dios en medio de todos esos males, lo primero que hemos de tener presente es que para poder encontrar una respuesta en relación a Dios, hay que hacerse la pregunta en clave teologal, y no desde mi yo.

– El segundo sentido en que la pregunta no es fácil: partiendo que disponemos de esa luz teologal para preguntarnos –luz teologal que permite ver las cosas a otra luz, a su verdadera luz-, nos abrimos a reconocer, en medio del panorama desolador de la inmigración, de un terremoto, de un país en guerra o una crisis económica grave (lo mismo vale para una situación personal, pero… ¡necesitamos tanto ensanchar la mirada y dejar de atender primero a lo nuestro!), los signos del Reino, a menudo minúsculos para nuestra mirada aletargada, para nuestra mirada natural, que queda tan fácilmente atrapada por el mal e incapaz de mirar más allá.

Te propongo dos de estos leves “signos del Reino” que, en su pequeñez, lo transforman todo. Después de detenerte en ellos según estas dos pistas que propongo, vuélvete a preguntar: ¿Dónde está Dios ahí?

Lampedusa: mar de tragedia, isla de solidaridad[1]

Las ca­lles pa­re­cen he­chas de seres hu­ma­nos en lugar de hor­mi­gón. Un chico de 10 años llama a mi puer­ta. Le doy leche ca­lien­te y ga­lle­tas. Cuan­do la puer­ta se cie­rra tras él, me preo­cu­pa a dónde irá. Sufro, pen­san­do que mi ayuda es sólo tem­poral”. Éstas son las pa­la­bras de An­to­ne­lla Raf­fae­le, ve­ci­na de la afli­gi­da isla. Ella des­cri­be con voz firme la si­tua­ción que al­can­zó la isla ita­lia­na en 2011, cuan­do sólo duran­te los pri­me­ros tres meses de aquel año más de 18.000 in­mi­gran­tes, pro­ce­den­tes del norte de Áfri­ca, des­em­bar­ca­ron en sus cos­tas a raíz de la Pri­ma­ve­ra Árabe.

Du­ran­te años, la pe­que­ña isla de Lam­pe­du­sa si­tua­da en el mar Me­di­te­rrá­neo -más cerca de Áfri­ca que de la pro­pia Ita­lia- ha sido el des­tino ele­gi­do de olea­das de in­mi­gran­tes afri­ca­nos que huyen de la po­bre­za, el con­flic­to o la per­se­cu­ción. Via­jan en bar­cas de ma­de­ra, a me­nu­do su­per­po­bla­das e in­su­fi­cien­te­men­te equi­pa­das, pro­pen­sas a hun­dir­se en alta mar. Y con ape­nas 5.000 ha­bi­tan­tes, la isla se ha con­ver­ti­do en una de las prin­ci­pa­les y más frá­gi­les ‘puer­tas de en­tra­da’ hacia Eu­ro­pa. Di­chas olea­das no han ce­sa­do desde 2011. Sin em­bar­go, no fue hasta el pa­sa­do oc­tu­bre, cuan­do 360 in­mi­gran­tes se aho­ga­ron a media milla de Lam­pe­du­sa, que la cues­tión sobre in­mi­gra­ción entró de forma di­ná­mi­ca en el de­ba­te eu­ro­peo.

Ahora bien, du­ran­te más de una dé­ca­da, la isla su­re­ña ha sido tes­ti­go de una ex­tre­ma y rompe­dora ex­pre­sión de so­li­da­ri­dad ciu­da­da­na. Los ve­ci­nos de la lo­ca­li­dad han im­provi­sa­do un sis­te­ma de ‘bie­nes­tar so­cial’ para aten­der al nú­me­ro cada vez mayor de in­mi­gran­tes. Des­pués de pasar por el único cen­tro de in­mi­gra­ción exis­ten­te en la isla, di­se­ña­do para alo­jar al­re­de­dor de 300 per­so­nas por un má­xi­mo de dos días –una cifra muy in­fe­rior al nú­me­ro de re­cién lle­ga­dos en los úl­ti­mos años-, los in­mi­gran­tes son de­ja­dos a su suer­te en las ca­lles de Lam­pe­du­sa. Su­cios, asus­ta­dos, nos­tál­gi­cos, solos y con­fun­didos, lejos de su país. Es en este mo­men­to cuan­do em­pie­za la ver­da­de­ra so­li­da­ri­dad de los is­le­ños.

¿Ne­ce­si­tas un abri­go? ¿Un par de za­pa­tos?”, pre­gun­ta Gra­zia Raf­fae­le desde su ven­ta­na. Ver pasar olea­das de in­mi­gran­tes por su casa se ha con­ver­ti­do en una ru­ti­na dia­ria. “Cuan­do la isla tiene que en­fren­tar­se a gran­des emer­gen­cias, la so­li­da­ri­dad hu­ma­na en­vuel­ve al pue­blo”. Y sin más re­cur­sos que los pro­pios, ponen a dis­po­si­ción de los re­cién lle­ga­dos desde co­mi­da hasta ropa, ade­más de un apoyo que nor­mal­men­te acaba re­sul­tan­do en una amis­tad. “So­lía­mos hacer 600 bo­ca­di­llos al día. Tam­bién ca­len­tá­ba­mos leche o agua para hacer té ca­lien­te”, ex­pli­ca Gra­zia. “Es her­mo­so. Nos reuni­mos por una buena causa. Pero más tarde sen­ti­mos que somos in­ca­pa­ces de ayu­dar por­que les damos un vaso de leche y pen­sa­mos… ¿qué pa­sa­rá des­pués?”. Con­tri­bu­yen­do desde el co­mien­zo de todas las ma­ne­ras po­si­bles, An­to­ne­lla Raf­fae­le re­sal­ta que “re­cien­te­men­te, las mu­je­res han em­pe­za­do a tejer man­tas de lana por­que ya no queda nada en los ar­ma­rios. Lo hemos re­par­ti­do todo” y ex­cla­ma: “¡en una es­ca­la del uno al diez, ofre­ce­mos cien!”. Para las or­ga­ni­za­cio­nes so­cia­les, esta ayuda hu­ma­ni­ta­ria no pasa desa­per­ci­bi­da. Tom­ma­so della Longa, por­ta­voz de la Cruz Roja en Ita­lia re­co­no­ce que “la po­bla­ción tiene un rol cen­tral en dar sen­ti­do a la pa­la­bra: so­li­da­ri­dad. Ab­so­lu­ta­men­te. La ayuda de los ve­ci­nos siem­pre marca la di­fe­ren­cia, algo de lo que de­be­mos estar or­gu­llo­sos”.

Según Gra­zia, cuan­do una fa­mi­lia les abre las puer­tas de su casa, los in­mi­gran­tes tie­nen su­fi­cien­te con darse una ducha o sen­tar­se en el sofá. “Lla­man a la puer­ta con si­gi­lo pero al rato em­pie­zan a sen­tir­se como en casa. Lo com­par­ti­mos todo. In­clu­so hubo un mo­men­to en que me di cuen­ta que los miem­bros de mi fa­mi­lia ha­bían au­men­ta­do”. Cuan­do uno pre­gun­ta a los ha­bi­tan­tes de Lam­pe­du­sa si están can­sa­dos de esta an­gus­tio­sa si­tua­ción, su res­pues­ta es uná­ni­me: “no es­ta­mos har­tos, pero nos sen­ti­mos heri­dos por ellos”. “Siem­pre que los ciu­da­da­nos se han ma­ni­fes­ta­do por esta di­fí­cil co­yun­tu­ra, nunca ha sido en con­tra de los in­mi­gran­tes, sino en con­tra del go­bierno. Se sien­ten aban­do­na­dos”, con­fir­ma  Della Longa.

A tra­vés de un la­be­rin­to de pro­ce­sos bu­ro­crá­ti­cos, el Go­bierno ita­liano se en­car­ga de abor­dar el tema de la in­mi­gra­ción, la or­ga­ni­za­ción de es­tra­te­gias y la crea­ción de pro­yec­tos plu­ri­anua­les –co­fun­da­do por la Unión Eu­ro­pea-, como Prae­si­dium: una ini­cia­ti­va para me­jo­rar las con­di­cio­nes de aco­gi­da en la isla. Y es que estos pro­yec­tos son el único medio que Lam­pe­du­sa tiene para hacer fren­te a los flu­jos mi­gra­to­rios. Sin em­bar­go, antes de que cual­quier or­ga­ni­za­ción con­si­ga ac­tuar; mucho antes de que las ayu­das eco­nó­mi­cas lle­guen a la isla, la gente de Lam­pe­du­sa, res­pe­tan­do su an­ti­gua “ley del mar”, ya están ahí para ofre­cer ayuda in­me­dia­ta.

Nues­tros hijos jue­gan al fut­bol con los suyos en la plaza. No­so­tros que­da­mos en los bares y les ofre­ce­mos un ca­pu­chino, aun­que nunca pidan nada. Debes mi­rar­les a los ojos para com­pren­der­lo”, con­clu­ye An­to­ne­lla mien­tras cie­rra la puer­ta.

El segundo es un vídeo de TED: Construyendo una escuela en la nube: http://www.ted.com/talks/sugata_mitra_build_a_school_in_the_cloud?language=es

[1] http://www.cafebabel.es/sociedad/articulo/lampedusa-mar-de-tragedia-isla-de-solidaridad.html

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