Jesús subió a una barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se alborotó el lago de tal manera que las olas cubrían la barca, pero Jesús estaba dormido. Los discípulos se acercaron y lo despertaron, diciéndole: – Señor, sálvanos, que perecemos.
Él les dijo: – ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, se preguntaban: ¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y los lagos le obedecen? Mt 8, 23-27
Hay un modo de leer los textos evangélicos que podríamos llamar “conceptual”, “mental”. Consiste, como dice el nombre, en entender los textos con la mente, y quedarse ahí. Sin duda, hay textos que hay que entender mentalmente: por ejemplo, si lees un libro de matemáticas o de física, más te vale aplicar la mente si quieres entenderlo… y aún en ese caso, cuanto más seas capaz de captar de lo que allí se dice, más seguro es que te entusiasmarás con algo de lo que encuentres en él, y entonces tu lectura pasará de lo mental a lo emocional, al reconocimiento de un “algo más” que se encuentra en todas las cosas.
Cuando venimos a los textos del evangelio, que hablan de Vida, el soporte mental está presente, pero es mínimo: te están relatando una buena noticia, y si no sabes captarlo así, no te enterarás de nada, por mucho que leas los conceptos. Vamos a verlo con este texto.
El contenido conceptual nos dice que un hombre, Jesús, sube a la barca con sus discípulos, y se pone a dormir. Mientras él duerme, se desata una tormenta tal que los discípulos temen por su vida. Jesús se levanta, les increpa por su poca fe y domina la tormenta, provocando en aquellos hombres admiración.
Este es el contenido conceptual. Lo entendemos… y si solo lo entendemos, nos quedamos igual. Si no somos capaces de captar las tensiones de la escena
– que Jesús esté profundamente dormido, quizá agotado, y que siga durmiendo tranquilo en medio de la tormenta;
– que los discípulos, siendo pescadores, pidan ayuda a Jesús incluso en cuestiones de las que ellos tendrían que saber más que él… o que pidan ayuda a Jesús precisamente ellos que saben que esta es una tormenta de las gordas;
– que Jesús asocia el miedo y la poca fe; que lo que enfada es el que reaccionen así, su poca fe;
– la actitud maravillada de los discípulos podría producir en nosotros la maravilla (si vamos más allá de lo conceptual, conectando con el temor-poca fe de los discípulos).
Si leemos más allá de lo conceptual y somos capaces de captar las tensiones de la escena, entonces llegaremos a la vida que se mueve ahí, en el fondo: vida humana densa, como es la del cansancio, las amenazas que se ciernen sobre nosotros, las tensiones nos atraviesan, las situaciones límite, la contemplación de la vida que se abre, la fuerza sobrecogedora de la vida, la presencia de Dios en medio de todo…
Y esa vida humana densa nos lleva a reconocer el más de Dios en ella: el más de que Jesús no tenga miedo porque se sabe en manos del Padre, el más de descubrir nuestra humanidad atenazada por el miedo y liberada por la fe; el más de descubrir, en medio de lo nuestro, otro modo de humanidad que sobrepasa lo nuestro… las acciones de Jesús dominan sobre la realidad porque Jesús es Señor de la realidad. En la verdadera humanidad que se manifiesta en el Hijo, nuestra vida no se vive sometida a los elementos, sino que aparece dominándolos. Cree en sí misma y en su capacidad de dominar la realidad porque sabe que Dios está con él: me rodeaban como avispas, pero se consumieron como zarzas en el fuego. ¡En el nombre del Señor las aniquilé! Me empujaron con violencia para que cayera, pero el Señor me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi canto; ¡él es mi salvación! Sal 118, 12-14.
Cada texto ha de ser leído según su sentido propio. Por eso, a la hora de acercarnos al evangelio, la lectura mental nos deja fríos. No nos entrega la verdad del texto, que es humana y, en Jesús, creyente. La lectura que va más allá de los conceptos, que capta lo humano y se deja alcanzar por lo que sucede ahí, nos va mostrando lo que Jesús es entre nosotros, y la Vida que da a nuestra vida.
Si tienes preguntas, podemos seguir en los comentarios.
Imagen: Dan Michael Sinadjan, Unsplash
Queridísima Teresa. Que fuerza sale de este evangelio.
La importancia de la Fe en los momentos en que te sientes que todo se va por un precipicio. La misma presencia de Jesús, sereno, o cansado, como bien dices, pero en los brazos del Padre. Si no está la Fe, “si no ves” porque tu vida se nubla por el miedo, Jesús sí está, solo hay que mirarle a El, confiar en la palabra que pone en tus manos, ver tu pequeñez, porque sola no te atreves ni a dar un paso, reconocer que tienes miedos, y luego…. Simplemente seguirle . Poner tu confianza en El, saber que en no falla nunca.
Esto lo he vivido yo estos últimos días, y , curiosamente, esta lectura que ahora me abres me salió al “azar”, buscando la voz de mi Padre, que me habla a través de la Palabra, en un momento de malos pensamientos. Y agradezco la luz que me muestras con tus comentarios. Me lo s guardo, junto con el regalo del encuentro con mi Padre en ella y de que justo hayas sacado esta lectura para hablar sobre ella.
Un abrazo
Qué grande que la Palabra de Dios nos ilumine la vida y nos oriente, ¿verdad? Un horizonte enorme, sus palabras, para dar luz en nuestra vida chiquita… un horizonte que amplía la vida y la llena de luz. Un abrazo, Inma. Gracias por tu comentario.