Todavía estaba hablando a la multitud, cuando se presentaron su madre y sus hermanos, que estaban afuera, deseosos de hablar con él. [Uno le dijo: – Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablar contigo.] Él contestó al que se lo decía: —¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: —¡Ahí están mi madre y mis hermanos! Cualquiera que haga la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Mt 12, 46-50
Seguramente, este es uno de esos textos del evangelio de los que dices, abierta o secretamente, que aquí Jesús “se pasa”: que no hace falta tratar así a su madre, que se puede entender lo que dice sin ponerse tan radical, que seguro que tampoco los que le oían entonces le entendieron… Después de hacer estas reflexiones, nos suele pasar -consciente o inconscientemente- que desechamos esta palabra de Jesús porque no sabemos qué hacer con ella…
Hoy no lo vamos a hacer así. Primero, porque queremos aprender de Jesús, y para eso lo que hace falta es poner en primer lugar sus palabras, y no las nuestras. En segundo lugar, porque nos hemos equivocado demasiadas veces en la vida para apoyarnos en nuestros modos de mirar, por lo que es posible que no estemos interpretando bien a Jesús… por todo eso, vamos a hacer otra cosa.
En vez de dejar de lado las palabras de Jesús, vamos a dejar de lado nuestras palabras. Esas que solemos valorar como “palabra de Dios”, esas que valoramos como si nunca nos hubiéramos equivocado… hoy vamos a escuchar las palabras de Jesús como “palabras de Dios”, y las vamos a valorar como las palabras de quien nunca se ha equivocado. Y a ver qué pasa.
Llegan su madre y sus hermanos y están deseando hablar con Jesús. Una cosa natural y muy buena, sí, pero que Jesús relativiza. ¿Te ha pasado a ti alguna vez eso de relativizar lo que otros valoran como deseable, apetecible, como muy bueno? Seguramente, sí. Por ejemplo, quizá relativizas el salir el sábado con los amigos porque, aunque lo valore mucho ese muchacho de dieciocho años, tú sabes lo que da de sí. No es que no entiendas que desde donde mira él eso se valora mucho, pero desde donde estás, ves más cosas. O entiendes, tú que a los ochenta y dos años has visto y sufrido tantas despedidas, tantas muertes, que la muerte es algo serio, y ves también… algo que quien se enfrenta a la muerte por primera vez, no puede ver.
Así, las ganas que tienen su madre y sus hermanos de ver a Jesús son normales, y buenas en su nivel. Pero Jesús mira más amplio: Jesús mira la realidad, esta vida que todos vivimos, como el mundo amado y conducido por el Padre, de quien todos somos hijos por Jesús, que es el Hijo. Como esa es la realidad absoluta, plena, definitiva, todo lo que venga después se ve desde aquí: el Padre es Dios, y Jesús es el Hijo que nos llama a todos a una relación nueva que se funda en la suya. Si ya ha llegado al mundo esta relación que es el centro de todo, a la que todo se refiere, todo lo demás se va a ver y a vivir desde aquí.
No es que ya no haya hermanas, ni hermanos, ni madres. Pero es que toda relación se define, no desde los lazos de sangre o de cualquier otra vinculación basada en lo nuestro, sino desde un nuevo fundamento: el Hijo es el que hace la voluntad del Padre, y ese es el modo propio y definitivo de ser Hijo. Así que todos los que vengan después, todos los que vean la relación entre el Padre y el Hijo, desearán relacionarse con el Padre de este mismo modo: amándole a Él, queriendo lo que él quiere.
Así se inicia esta relación nueva que se fundamenta en Jesús.
¿Qué le pasó a María, su madre, cuando escuchó estas palabras de Jesús? ¿Qué les pasó (ojalá, pues no lo sabemos), a sus hermanos? A María le pasó que, siendo madre de Jesús según la carne, reconoció en las palabras de su Hijo a esta relación nueva con el Padre que se fundamenta en hacer su voluntad. Desde ahí, se abrió a un modo nuevo de maternidad. Seguramente, no gastó tiempo en enfadarse porque su Hijo se lo decía así, sino que se aprestó a responder a este deseo del Padre que reconocía en sus palabras. Con dolor y con ligereza dejó caer el modo antiguo, válido hasta ahora pero que ya no servía, y se abrió a la vida nueva que le venía, como siempre, de Jesús.
Así, fue la primera en secundar el querer del Padre, la primera en este modo nuevo de relación al que a través de Jesús se reconocía llamada.
María, la madre de Jesús, se ha dejado renovar cada vez por las palabras de Jesús, que eran lo primero para ella, y no se ha enredado en lo que antes fue bueno, porque se abre a la vida queriendo lo que Jesús dice, lo que Jesús es.
¿Reconoces que esta manera de estar en la vida, en la que no es lo tuyo lo primero, sino que lo de Jesús es de verdad lo primero, es otra vida?
Imagen: Andrae Ricketts, Unsplash