Lectura del libro del Deuteronomio (8,2-3.14b-16a)
Sal 147,12-13.14-15.19-20
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17)
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58)
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
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La existencia humana es a menudo penosa. Muertes, dolores, vacíos, carencias, rupturas, preguntas acuciantes, búsquedas o ausencias que se prolongan más de lo que podemos soportar… cosas que hacen que la vida humana se perciba como dice Moisés en el libro del Deuteronomio: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»
Una existencia, la nuestra, la de todos los seres creados, que se mantiene penosa y difícil porque, aunque en tu hambre eres alimentado con el maná, aunque en tu sed asfixiante descubras que has sido aliviado con el agua que brotó de la roca, la dificultad, las penurias siguen, siguen las pruebas y la oscuridad. Una existencia costosa, la existencia humana, plagada de pruebas que ponen a prueba nuestra calidad y nuestra confianza, llena de dificultades que nos recuerdan que en esta vida no estás para descansar, sino que las fuerzas y los bienes que has recibido, si los has recibido, son para ti y para otros, para ayudar a esos que padecen penuria y oscuridad. Nuestro Dios tiene siempre presentes los dolores y las pruebas, los escollos, las dificultades y las desgracias que padecemos los humanos, y nos enseña a nosotros, sus hijos, a estar pendientes de nuestros hermanos.
Esto, que ya era muy bueno, pertenece al orden antiguo, el del Antiguo Testamento. Entonces, el Señor ya nos mostró que se compadece de nuestra hambre y nuestra sed, de nuestra peregrinación por el desierto y de los peligros que pasamos en él. Pero no solo ha hecho eso, sino que nos ha enviado a su Hijo, a Jesús, y en él nos ha mostrado hasta qué punto quiere colmar nuestra hambre y nuestra sed. No es solo que envíe maná para calmar nuestra hambre y que haga brotar agua de la roca para aliviar nuestra sed, sino que él mismo se ha hecho para nosotros comida y bebida, y al hacerlo se une a nosotros para que vivamos por él.
Creo que te das cuenta de que, del hambre y la sed físicas a este alimento que se presenta como TODO hemos dado un salto mortal, ¿verdad? El mismo salto que va de vivir una vida humana “normal”, la que se mueve en los márgenes comprensibles, a esa otra vida que llamamos teologal y que se vive dentro de coordenadas nuevas, las coordenadas de Dios.
Si vives de lo primero, seguramente, a nada que abras los ojos, experimentarás la dificultad del camino, las carencias y el mal que toma tantas formas, y reconocerás también que Dios se hace presente para aliviar este dolor tuyo o de otros. Pero la vida seguirá expuesta a las amenazas, al temor, a la muerte. La vida se presentará como amenaza, como riesgo, plagada de peligros y de todo lo que hace que nuestra vida se viva expuesta.
En cambio, si vives de fe, puedes ver que el Hijo, Jesús, que no sólo ha conocido el mal y la muerte que padecemos sino que los ha asumido por Amor y los ha vencido, nos entrega ahora su Carne y su Sangre, esa Carne y esa Sangre capaces de enfrentarse a la muerte y vencerla, para que sean nuestro alimento y nuestra bebida. Si esto no te dice nada o lo desechas por increíble, es que no te enteras, o que no te atreves a creer; si te resulta sobrecogedor al punto de sentir vértigo, permanece aquí, pues es señal de que te estás enterando… de que no haces pie.
Esta realidad sobrecogedora que desborda toda lógica humana y que deja pequeña cualquier forma de amor conocida hasta ahora, es el modo como Dios, que ya desde el principio camina a nuestro lado, quiere vivir con nosotros esta vida que a nivel humano natural resulta tan amenazante. Por este comer su carne y beber su sangre que nos sumergen en una existencia de vértigo, pasamos a vivir una existencia trinitaria (la que celebrábamos el domingo pasado, ¿recuerdas?). Una existencia por la cual somos habitados por el mismo Dios, y nosotros mismos habitamos en Dios (no intentes entenderlo: ábrete a creer este Amor que supera todo lo que entendemos). Viviendo habitadas, habitados por Dios, viviendo en Él, ¿se verán igual los problemas, dolores, conflictos, muertes y descalabros múltiples que suceden en la vida? No, claro que no. Ni los que te pasan a ti, ni los que viven (mucho más dolorosos y graves tantas veces) tus hermanos.
Puesto que excede toda lógica, no te lo voy a demostrar. No es posible. Pero mira, en la vida, a los hombres y mujeres que viven así, a ver si ves esta existencia que se alimenta de la carne y la sangre de Cristo, que se conduce habitada por Dios. Personas que comen y beben como los demás, pero no por los mismos motivos ni con el mismo propósito. Y no viven de lo que visiblemente comen y beben, y tampoco viven de los problemas que tienen, aunque los tienen, sino que afrontan los problemas, propios y los de sus hermanos, desde ese otro lugar que es el mismo Jesús, el Hijo de Dios, habitándolos. Una existencia que responde al Amor extremo de Dios por nosotros (porque dar la propia vida para que tengamos vida es, sin duda, el Amor más extremo que cabe, ¡tanto que nos aterra ser amados así!).
Por eso, Pablo, que ha consentido en vivir de la carne y la sangre de Jesús en su espíritu (porque es el espíritu de la persona el que marca el signo de la vida), experimenta que compartir el pan que es Cristo y beber su sangre es manifestar comunión (que sentimos en común, que estamos profundamente de acuerdo) con la sangre, con el cuerpo de Cristo. De tal manera que el comulgar nos pone en comunión con Cristo y con lo que Cristo ha hecho: dar la vida por los hermanos, dar su vida para que los hermanos tengan vida.
Así que comulgamos con el cuerpo y la sangre de Cristo para que el modo de Jesús sea el nuestro.
Y comulgamos para que, porque miramos la realidad al modo de Jesús, tengamos la fuerza de su Carne y su Sangre en nosotros para consolar, acompañar, sufrir con y, si es preciso, dar la vida por nuestros hermanos.
Después de este salto mortal, descendamos de nuevo a lo concreto… ¿tú, de qué te alimentas?
“Viste como quieras, toma Coca-Cola, vuela por Iberia a Nueva York, fúmate un Marlboro, bébete un Martini, viste Cimarrón…” cantaba José Luis Perales en los 80. Con diferencias sólo superficiales, hoy escuchamos lo mismo en los medios de comunicación. Y escuchamos otras cosas en las noticias. Y otras en las series de TV, y otras las que comentamos en el trabajo o por whatsapp…
Voces de fuera. Ruidos. Opiniones, sugerencias, consignas, presiones. Mensajes que te llenan la cabeza y el corazón, y que desde ahí pasan a tus entrañas, y se van incorporando a tu modo de ser, a tu modo de mirar.
¿De qué te alimentas?¿Te alimentas de eso que viene de fuera?¿Te alimentas de los contenidos que tu mente genera?¿Te alimentas del reconocimiento ajeno, de la búsqueda de unas metas, de ser más que…?¿Te alimentas de silencio, de escucha, de las palabras ocultas e inasibles, de música, de belleza, de contemplación serena, de los gemidos inefables que susurran en tu interior?
Este alimento que es Jesús, ¿te alimenta?
¿Por qué no te das un rato para mirar esto? De qué me alimento… en qué me está transformando ese alimento…
Hoy no haré ningún comentario. Que el silencio que produce esta entrega sobrecogedora de Jesús, que el Amor del Padre que lo entrega, y la inspiración del Espíritu que trabaja en ti, haga su obra en ti.
Solo, déjate llevar de este loco amor de Dios por nosotros.
Imagen: Mike Kenneally, Unsplash
Este texto me ha impactado sobremanera. La pregunta sobre de qué me alimento ha sido el comienzo. No me dice nada ni la Coca Cola, ni la gran mayoría de las series de TV… Sí me alimento del silencio, de la contemplación, de la música… Pero cuando pienso que Él mismo se me ofrece como alimento, y las potencialidades que aceptarle podría suponer para mi vida, me sobrecoge. .. a la vez que me hace sentirme en la primera página del libro de la vida según Jesús. Gracias, Teresa.
Sí, Mikel. Si hay una locura capaz de trastornar nuestra lógica y hacernos vivir de otro modo, según este alimento, es esa locura de Dios por nosotros. Que nos lo planteemos es un paso. Que lo deseemos, otro más. Dios quiera que se nos conceda el definitivo: aquel por el que los deseos se transforman en vida. Gracias, Mikel, por compartir ese sobrecogimiento.
Yo pensaba que la vida teologal añadía algo a la vida “normal”. Pero no añade nada. Es, simplemente, la verdadera vida humana. Se desvanece toda fantasía y pretensión.Tampoco hace falta “auparse”. Ya no se vive de lo propio.
Señor, danos siempre de tu pan.
Gracias, Teresa.
Eso es, María Luisa. La vida teologal es la vida humana tal como ha sido creada, tal como está llamada a ser: capaz de Dios, transformada por amor, entregada y hecha alimento. Lo que es Jesús.
Que veamos, que creamos, que no dejemos de desear. Un abrazo grande, María Luisa.
¡Que ciega estoy en tantas ocasiones¡. Dios se muestra en mi vida de mil maneras para ayudarme a ser yo, a desplegarme y acoger lo que tiene sabor a Vida pero yo me voy cegando con tantos y tantos ruidos que termino tomando la dirección contraria a lo que El me regala de mil maneras.
Ojalá sea capaz de generar silencio en mi, y acoger lo que Dios me da, como el alimento que me lleva a la Vida.
¡Lo pedimos contigo, Mariajo! Gracias por compartir lo que ves.
Dios siempre ha estado conmigo, pero no lo sentía. Alabo su sabiduría, cómo me ha conducido el Espíritu Santo en estos 44 años de desierto fuera de Él, pero con Él, hacia su hijo Jesús Eucaristía, alimento y bebida para hermanarme con Él en el mundo.
Ahora me doy cuenta de lo que la Trinidad ha hecho en mi.
Gracias Teresa.
Damos gracias a Dios por todo lo que te va mostrando, Txaro, por la vida que te da.