Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,5-8.14-17)
Sal 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,1.15-18)
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque
no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.
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Estamos celebrando la Resurrección del Señor. Ese Hecho Deslumbrante que nos trae una noticia nunca escuchada, nunca conocida antes en nuestro mundo: la noticia de que el mal, el pecado, la muerte, no tienen ya la última palabra, como siempre habíamos visto, como tantas veces hemos padecido, como tantas y tantos miles, millones de hermanos nuestros padecen mucho más que nosotros.
La Vida ha vencido sobre la muerte, y se nos revela así que el pecado, el mal que engendra, y la misma muerte, que simboliza cómo lo nuestro está herido en su entraña, ha sido vencida.
No lo ve cualquiera… lo ve quien ha recibido el don de la fe y usa esa fe para vivir. Lo ve quien, en medio de su realidad, se abre a la irrupción de Jesús en la propia vida. Como aquel domingo por la tarde, Jesús entra a tu casa blindada, a tus puertas cerradas, a tu oscuridad, y pone, en medio, su Paz, que es victoria sobre los conflictos, sobre todo mal, sobre toda muerte.
Su Paz que nos muestra otro modo de estar en la vida, no por fuera, sino desde dentro: la Paz de Jesús es el indicador de que estamos haciendo lo que Él quiere. Sigue habiendo judíos furiosos alrededor, fuera sigue habiendo razones para tener miedo, pero la paz te dice que, sobre todo eso, Jesús ha vencido en todo, y ha vencido en ti. La fe es la que te permite ver la realidad a otra luz. La Paz, una paz profunda que lo sostiene todo, la Paz victoriosa de Dios, es la clave desde la que te acercas a la realidad en adelante.
Desde esa Paz de Jesús, brota la alegría. Y la Alegría es porque está el Señor, y todo se ve a otra luz. Los problemas siguen estando, los judíos siguen acechando, pero ahora, Jesús se ha puesto en el centro de todo como nunca antes, y empieza a actuar como Señor:
Primero, os da su Espíritu. El mismo Espíritu que antes conducía a Jesús, se comunica ahora a los discípulos para que vivan esa vida nueva que arranca de la victoria de nuestro Señor.
Después, nos dice que ese Espíritu nos lleva a comunicar a otros el perdón de Dios, su Paz. El Espíritu inspirará a quiénes hemos de otorgar ese perdón por el que todo comienza.
Y todo, la vida entera en adelante, se conjuga en “nosotros”. Ya no soy “yo”, porque Jesús nos ha rescatado y nos ha dado su perdón a todos. Nos salva a todos del pecado y de la muerte, y la vida nueva de los que hemos renacido de Él se conjuga en común, como Dios es comunión. La vida nueva que hemos recibido se vive con otros, y se vive para otros.
Es posible que te surjan resistencias ante algo tan increíble, como le pasa a Tomás. Que quieras garantías, pruebas. A nosotros nos viene bien leer que Tomás se resistió, porque nos hace real que los discípulos no estaban predispuestos a creer, sino que esto que vivieron, entonces como ahora, desborda toda lógica. Y nos hace bien también ver que Jesús, a la vez que le da las pruebas que pide, le muestra que ese no es el camino: Tomás no creerá porque ha visto, porque ha tocado, sino porque ha creído. Como hemos dicho al principio, es la fe la que nos abre camino a esta realidad que, aunque se vive en el mundo, no obedece a la lógica del mundo. Es la fe la mirada que, atravesando lo que comprendemos, nos lleva a creer y adorar: ¡Señor mío y Dios mío!
Juan, al final del texto y al final de su evangelio (aunque el evangelio de Juan nunca ha circulado sin el c.21, la mayoría de los exegetas suelen considerar a este un añadido al texto de Juan), nos encarece una vez más esta fe que es principio de vida nueva.
También las lecturas que preceden al evangelio nos hablan, de otro modo, de esta vida nueva. Una vida que, partiendo de la fe, da lugar a otro modo de vida:
- Una vida en la que se escucha con asiduidad a los apóstoles, porque su anhelo es saber de Jesús;
- Una vida que se vive en común, porque el camino propio pasa ahora por el dar y el recibir, por el darse y el recibir Ese darse y recibirse se concreta en lo material, que se comparte mirando al bien de cada uno, priorizando la necesidad y no “mi” provecho.
- Una vida en la que el alimento y la bebida del espíritu son el pan y el vino que Jesús nos dejó como alimento y bebida para ir siendo transformados en Él.
- Una vida en la que la relación con Dios es otro modo de unirnos entre nosotros, un modo de amar a muchos.
- Una vida que contagia Vida, y prende en otros comunicándoles la salvación que Dios ha querido para todos.
- Una vida caracterizada por la alabanza a Dios, no hecha por deber o por “justicia”, sino con alegría y de todo corazón, que indica la forma de vida en el mundo –unida a Dios y a los hermanos- que Dios había querido para nosotros desde el principio.
El precioso texto de la primera carta de Pedro aporta otros signos de esa vida nueva. No los “gozosos” que aparecían en la primera lectura, sino los “dolorosos” presentes también en la vida. Para esos momentos de prueba, la certeza en la salvación de Jesús es nuestra fuerza, y nos asemeja a él, a quien nos unimos cada vez más por causa de dichas situaciones: aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. En adelante, los dolores no son algo que tengamos que vivir solos, sino que podemos vivirlos unidas a Él. Y cuando los vivimos unidos a Él, experimentamos esa vida nueva que está atravesada por la certeza de la victoria. Los dolores y los males se viven ahora como ocasión de purificación, y serán transformados en alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.
Esta es la dinámica de la salvación que ya se ha realizado. Toda la realidad, tanto lo que podíamos vivir “por nosotros mismos” como el mal y la muerte que nos resultaban insuperables, todo ha sido transformado por Jesucristo, y la fe nos alegra, con un gozo inefable y transfigurado, que ya anuncia la meta hacia la que nos encaminamos: la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final, y para la cual, todos los hechos de esta vida, por la salvación que nos ha traído Jesús, se pueden vivir como ocasión de respuesta a Él, como ocasión de salvación fecunda, pues llega hasta donde Dios quiera.
Toda la realidad ha sido salvada por nuestro Señor Jesucristo, y nuestra existencia en adelante puede manifestar la vida nueva, una vida liberada del pecado y de la muerte, una vida en la que ya es posible vivir en comunión con Dios y con todo lo creado, a imagen de la Comunión y el Amor Trinitario.
Imagen: Eberhard Grossgrasteiger, Unsplash