Se le acercaron entonces los discípulos de Juan y le preguntaron: – ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?
Jesús les contestó: – ¿Es que pueden estar tristes los amigos del novio mientras él está con ellos? Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán. Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tirará del vestido y el rasgón se hará mayor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y se pierden los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así se conservan los dos. Mt 9, 14-18
Así como en la perícopa anterior –vuelve sobre ella ahora, si te viene bien recordarla- los fariseos no vienen a preguntar a Jesús, los discípulos de Juan sí lo hacen. Vienen directamente y le preguntan lo que no entienden. En vez de dudar de él como maestro, se interrogan sobre el modo como él ejerce esa autoridad. Aquí tenemos un signo de coherencia que los humanos valoramos, de integridad entre nuestras preguntas y si nos decimos –o no- a nosotros mismos en ellas.
La respuesta de Jesús, por su parte, prolonga la reflexión de la perícopa anterior. En ella, Jesús actuaba con Mateo de un modo nuevo, que sorprende a los fariseos y llena de esperanza a publicanos y pecadores. Ese modo nuevo requiere actitudes nuevas. Jesús se comprende a sí mismo como el novio, y celebra el tiempo con él como el tiempo de la alegría. Esto es lo nuevo: lo nuevo en el modo de entender a Dios y de entenderse la humanidad a sí misma, lo nuevo en el modo de actuar en el mundo. El vino nuevo del tiempo nuevo requiere odres, moldes nuevos.
Así dicho parece tan claro, ¿verdad? Tan lógico, decimos nosotros, como si la lógica pudiera mover algo aparte de ideas.
Sin embargo, aquí se está moviendo la vida, y solo los que crean a Jesús podrán moverse con ella. A todos nos cuesta que se nos mueva la vida. Tenemos nuestros moldes muy hechos a nuestras costumbres, e incluso si esas costumbres son costosas como el ayuno, nos sentimos más seguros ayunando y pensando que eso es lo que Dios quiere (y sin duda, en el pasado lo quiso, pero ahora es el tiempo de la misericordia: misericordia quiero y no sacrificios), y a nuestra mentalidad esquemática le es más cómodo que las cosas sigan siendo así. ¿De dónde sacar fuerzas y ánimos para el tiempo de bodas, si el ayuno, o nuestro modo de vivirlo, nos han esclerotizado y rigidizado? ¿No será mejor acabar con Jesús, que nos habla de un tiempo nuevo, cuestionando con ello lo que siempre hemos vivido, cuestionando incluso nuestro modo de ver y de servir a Dios? ¿Por qué abrirse a lo nuevo, cuando podemos acabar con el mensajero?
Y es que, el que el mensajero manifieste este gozo de Dios, aunque movilice (o porque moviliza) a publicanos y pecadores, aunque libera la vida por dentro y por fuera, aunque nos llame a vivir unas palabras-obras que llenan de luz la vida y el corazón de sentido, ¿no sería mejor acabar con él, que sacude esta vida hecha de conceptos y de costumbre, y nos hace ver que la vida tendría que ser vida?
Jesús nos hace una oferta: no solo un enfoque diferente para nuestra vida, no solo nuevas palabras u otras acciones, sino una vida enteramente nueva. Para acogerla, no solo basta entenderla. Tampoco basta con quererla acoger. Es preciso sacudir lo que nos inmoviliza, sacar la vida de sus goznes y abrirnos a ese movimiento, el más desestabilizador y el más fecundo que cabe: la misericordia de Dios que quiere alcanzarlo todo.
Puede ser esta una buena ocasión para preguntarnos si en nosotros también se da algo, o mucho, o poco o casi nada de lo que vamos diciendo aquí. En principio, a todos nos cuesta salir de los moldes conocidos y abrirnos a lo nuevo, sobre todo cuando se trata de algo que exige dejar, como solemos decir, “nuestra zona de confort”. Sin embargo, el testimonio de la gente del evangelio es que la vida está del lado de los que se atreven a escuchar la llamada de Jesús, los que se abren a su vida nueva aunque te descoloque. A su vida nueva y a la relación con él, también para el caso en que los que están enfrente decidan, como pasa tantas veces en nuestra vida, que la cosa es entre ellos o tú.
Imagen: Clem Onojeghuo, Unsplash