Lectura del libro de Josué (24,1-2a.15-17.18b)
Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-32)
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69)
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Puedes descargarte el audio aquí.
Una humanidad nueva, decíamos el domingo anterior. Una humanidad tan pobre como todas las demás, pero que en su estupor o en su escándalo, no puede sino creer: Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna… nuestra pobre fe ha alcanzado, no obstante, a vislumbrar eso a lo que Jesús nos quería conducir: Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
Este es el camino que tiene que recorrer nuestra fe, desde los momentos dichosos del Reino que triunfa y se expande, hasta los momentos sombríos en que la fe en Jesús debe apoyarse en un signo tan leve como el pan eucarístico: a mínimo de materia, máximo de fe; a máximo de humanización de la entrega, mínimo de comprensión humana corriente. Al discípulo se le enseña, progresivamente, a vivir de fe. Y por mucho que acompañemos al Señor en los diversos tramos del camino, es absolutamente preciso que nuestra fe le confiese también en esta entrega suma en que se nos revela su misión y la verdad de su persona. Hace falta creer hasta el final, hace falta creer en él y no quedarnos en lo que deseamos, en lo que podemos, en lo que entendemos. Hace falta quedarse sin suelo para que nuestra fe descanse en Jesús.
Este es el camino que recorre la fe del discípulo, desde los “esplendorosos” inicios hasta el término esencial. Este es el camino que ha de recorrer el discípulo para llegar a ser en Jesús. A medida que nuestra fe es despojada de sus aparejos y sus mentiras, nuestra vida va siendo despojada de nuestras convicciones e ideologías, de expectativas y precomprensiones… nuestra fe muy humana va siendo despojada de todo eso que no es, para irse haciendo lo que es: relación amorosa con Jesús, que nos ha amado hasta el extremo. Empezábamos con una necesidad bien material, el pan. Y terminamos con una necesidad igualmente esencial, la fe: así como el pan es alimento para la vida física, así la fe, y esta fe despojada de adherencias que la oscurecen, puede acoger a Jesús mismo como alimento, y ya no buscar más, porque en él está todo lo que el ser humano desea y necesita para vivir.
A través de un proceso Jesús nos ha ido llevando desde el alimento que comprendemos y necesitamos hasta el alimento que no es necesario –es más que necesario- y que sólo puede ser acogido por fe. A través de un proceso hemos sido conducidas desde nuestros modos de buscar la salvación hasta, pasando por una ruptura, abrirnos a Dios en sí mismo.
La carne de Jesús, su sangre, son el alimento permanente, el que da la vida eterna. Y Jesús se ofrece a sí mismo para darnos esa vida.
Seguramente, se te hace insoportable, como a los que le escuchaban, que el seguir a Jesús pase por comer su carne, ¿verdad? Hay que soportar ese escándalo, es cierto. Y después… cuando se han caído los esquemas humanos y queda solo la confianza en Jesús, puedes abrirte a lo que él dice. Que no se entiende en clave de vida “común”, sino en clave de Vida… eterna.
Comer la carne del Hijo de Dios es creer en Dios, y creer en Dios es hacer lo que Dios quiere, porque vivimos en Jesús, el Hijo de Dios que hace absolutamente su voluntad.
La vida viene de Dios, en sentido fuerte. Y nuestra carne es capaz de soportarla sin morir, lo que no sucedía a los antiguos. Su carne se ha hecho lugar de entrega, y nuestra carne, lugar de acogida de Dios y de toda carne.
Jesús, al darnos su carne, nos da su vida entera; y al darnos su vida entera, nos hace vida suya para transmitirla al mundo. Profundamente unificado, nos unifica y entrega.
La vida plena, el don de la salvación, no viene de nosotros, sino que viene del cielo, es don de lo alto. No se obtiene por nuestras fuerzas, sino que se acoge por la fe. Desmonta nuestra lógica, pues en ella no recibimos los dones de Dios, sino que Dios, en Jesús, se da a sí mismo. Y su carne y su sangre se revelan como salvación absoluta, porque nos otorgan vivir en Dios, al modo de Jesús, en quien hemos conocido la plenitud de la vida. La salvación así ofrecida es total, es culminación que plenifica y desborda lo humano, a partir de lo humano mismo.
Imagen: Paul Hermann, Unsplash