Lectura de la profecía de Ezequiel (2,2-5)
Sal 122
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,7b-10)
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6)
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
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A la luz de las lecturas de los textos del domingo nos estamos fijando en el modo de mirar de Dios. Un modo de mirar que tiene otra lógica que la nuestra y que se comporta en medio de la vida de otro modo que el nuestro. Hoy vamos a fijarnos en esto: en cómo se reconoce lo de Dios en medio de nosotros.
Acabamos de escuchar el evangelio. En él se nos contaba una historia: Jesús ha ido a su pueblo con los discípulos, y el sábado empieza a enseñar en la sinagoga. Cuando los de Nazaret, que lo conocen de toda la vida, le oyen hablar, se asombran y no comprenden:
¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?, el evangelista nos dice que “esto les resultaba escandaloso”.
Esta reacción de sospecha ante lo que no cuadra con lo que nosotros pensábamos, este rechazo ante lo que no sabemos de dónde sale, es algo que conocemos bien. Sujetos a nuestra lógica -racional, emocional-, admitiendo como mucho el “más” que nosotros mismos podemos entender como “más”… cuando nos encontramos con algo que realmente es más de verdad, algo que está más allá de lo que entendemos, esperamos, deseamos, habíamos imaginado… nos cerramos en lo nuestro. Si vuelves a leer las expresiones de los vecinos en el párrafo anterior, se ve cómo pasan de un asombro que puede ser simple sorpresa a la sospecha y al intento de “someter” lo que dice y hace Jesús, lo oyen de él, a lo que ellos conocen: ¿No es este el carpintero…? De este modo, reduciendo lo más a lo que yo conozco, que es menos, me limito a lo menos, me cierro a lo más.
Cuántas veces nos pasa esto, ¿verdad? De cuántas maneras… Y Jesús nos dice que, cuando estas actitudes defensivas tienen que ver con él, son falta de fe. No sólo ceguera o cerrazón común, no solo sugestión grupal… falta de fe.
Así es como la Palabra nos sigue enseñando a descubrir el modo de mirar de Dios.
Otro aspecto de este mismo modo, también en relación al hacer, lo hemos escuchado en la primera lectura. Cuando Dios envía al profeta Ezequiel a predicar la Palabra de Dios a los israelitas –una vez más-, le dice que vaya a decirles lo que el Señor dice: Esto dice el Señor. Como son testarudos y obstinados, es posible que no le hagan caso. Pero no se trata de eso –aquí caemos en la cuenta de que la lógica de Dios es otra cosa-, sino que hay que proclamar entre ellos la Palabra del Señor. Por eso, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. ¿Ves que nosotr@s miramos de otro modo? Nuestro modo de mirar es el que dice “si no te van a hacer caso, para qué ir”; “hay que ir por los que te hagan caso”. Sin embargo, lo que el Señor dice, lo que quiere que sepan es: que hubo un profeta en medio de ellos. Los caminos de Dios son distintos de los nuestros.
¿En qué les ayudará el saber que hubo un profeta en medio de ellos? El motivo último, en relación a Ezequiel, solo Dios lo sabe. Pero en general, esos hombres y mujeres de Dios que viven entre nosotros, a los que no comprendemos, mujeres y hombres de los que el mundo no es digno (Heb 11, 38), son testigos de esa “otra” vida, de ese más que, a través de su vida, de sus palabras y acciones que no comprendemos, nos traen la presencia de “otra” realidad. Hacen presente a Dios.
Dios tiene más modos de hacerse presente entre nosotros. El que ha usado con Pablo es un aguijón. Cada cual puede entender este aguijón como quiera, porque Pablo no nos dice nada de su naturaleza. Pero, sea lo que sea de él, este aguijón, esta espina clavada en la carne no la ve Pablo como una molestia o un impedimento, sino que, abierto al más como vive, puede ver en ella lo que es: una realidad que le lleva al más de Dios.
Es el más que reconoce el que lleva a Pablo a pedir a Dios que le libre de él, y es el más de Dios que le instruye en respuesta, puesto que Pablo vive abierto a acoger su Palabra, el que le responde: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.
Fíjate: en cada una de las lecturas (y en el salmo hubiera pasado lo mismo), se nos enseña un modo de manifiestarse de Dios, que nos permite reconocerlo en las circunstancias de la vida. A través de lo que le pasa a Jesús con los de su pueblo, aprendemos a no cerrarnos a Él; a través del mandato dado a Ezequiel, descubrimos que los modos de Dios son otros, más altos y más sabios que los nuestros, aunque no los comprendamos; a través del aguijón de Pablo podemos reconocer que nuestras heridas, dolores, enfermedades, son ocasión para abrirnos a la gracia de Dios.
Decimos a veces que Dios no nos habla. O que no le entendemos. Sin embargo, una vez más, la Palabra nos dice otra cosa: que Dios no cesa de hablarnos, de actuar en nuestro favor, a través de esos modos de presencia suya que toman tantas formas.
Imagen: Nadia Valkouskaya, Unsplash