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Un anhelo que viene del mismo Dios

Hoy celebramos el día de Todos los Santos. Celebramos a todos esos hombres y mujeres que, aunque desconocidos respecto de aquellos otr@s que veneramos como santas y santos, han vivido igualmente manifestando la santidad de Dios.

Un santo, una santa es esto: alguien que vive unido a Dios en tal grado que lo manifiesta. Es por eso, porque Dios es Inmenso y Extraordinario, que las santas y los santos manifiestan en medio del mundo algo de la inmensidad y del exceso que es Dios Amor.

Hoy celebramos a los santos y santas desconocidos. A esos que no están en los altares, de los que no hay estampas ni estatuas ni retratos.

Esos de los que, aunque pudiéramos decir mucho, nos quedamos sin palabras, porque su vida refleja la de Dios, como la de los santos y santas conocidos, e incluso famosos.

Quiero traer a continuación, en este día, tres palabras de santos conocidos. Luego te diré por qué.

La primera, fogosa y ardiente, es de san Francisco Javier, misionero jesuita:

Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad para disponerse a fructificar co ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! Y así como van estudiando en letras, si estudiase en la cuenta que Dios nuestro Señor les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomarían medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro en sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: “Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga? Envíame adonde quieras; y si conviene, aun a los indios.” (De la carta de Francisco de Xabier, escrita a sus compañeros de Roma, desde Cochín, el 15 de enero de 1544).

 

La segunda del Padre Zegrí, fundador de las Mercedarias de la Caridad:

Curar todas las llagas, remediar todos los males, calmar todos los pesares, desterrar todas las necesidades, enjugar todas las lágrimas, no dejar, si posible fuera en todo el mundo, un solo ser abandonado, afligido, desamparado, sin educación religiosa y sin recursos.

 

La última, de Teresa de Lisieux, religiosa contemplativa:

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento coito en medio de la alegría. En una palabra, es algo que me dilata el alma y me une a Jesús. (C 25r).

 

¿Por qué te he querido traer las palabras de estos santos en el día de Todos los Santos? Para honrar a esas santas y santos desconocidos y anónimos. A mí me chirría un poco cuando, en este día, para honrar a nuestra gente, o para decir que conocemos a algunos santos, o qué sé yo para qué, decimos que “mi abuela era una santa” o que lo era mi tío o esa vecina que. Pero los santos no son esa gente que ha sido mejor que nosotros, sino esa gente tan atravesada por Dios que ha manifestado su presencia y sus modos de hacer en el mundo, de manera que el mundo, gracias a ellos y a ellas, se ha convertido en un lugar en el que reconocer algo nuevo, algo que tiene que ver con la fe, la esperanza y el amor que solo Dios puede poner en el mundo. En ellas y ellas ha habido algo de extraordinario, pero no solo para mi generosidad o mis ganas de alabar, sino a la medida de estos santas y santos visibles.

¿En qué cambia el decir que estos santos y santas desconocidos son como mi tía, mi abuelo, aquel hombre que…, o decir que estos santas y santos desconocidos se parecen a los santos canonizados?

Cambia, y mucho. En la primera afirmación, los santos son lo que yo entiendo que es bondad, o generosidad, o excelencia. En la segunda, los santos son gente al modo de Dios, que es el Único que está amando en nuestro mundo. Y son iguales los santos canonizados y los que no, como nos invita a celebrar la liturgia, porque su santidad, la de unos y la de otros, se mide por la presencia de Dios en ellas y ellos, que es lo que transforma la vida.

Así, contemplando a estos hombres y mujeres atravesados de Dios y llevándolo a todos los rincones de la tierra con ese fuego que arde sin apagarse, ¿qué te parece el mundo? ¿Qué te parece un mundo habitado por muchas de estas personas que han anhelado y han vivido la vida, que no era suya sino de Dios y para muchos, desplegando el anhelo de Dios en ellos?

¿Te imaginas un mundo en el que haya muchas personas así? Personas que están entre nosotros y que en su interior no llevan sus proyectos, sus ganas o sus rencores, sino que llevan este anhelo de Dios que se hace presente en el mundo a través de esas vidas que no desean sino servirle a Él mismo en todas las cosas.

 

¡Muy feliz día de Todos los Santos!

 

Imagen: Xan Griffin, Unsplash

1 comentario en “Un anhelo que viene del mismo Dios”

  1. “…sobretodo, que Dios nos ame tanto hasta para desear hacernos santos y benditos como Él mismo lo ES”. Gracias, Fran, nos ayuda a celebrar este día

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