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Las preferencias de Jesús y nuestras fijaciones

Estamos teniendo noticias en estos últimos tiempos de ataques violentos a personas homosexuales, a personas autistas. También tenemos noticias, aunque aún se difunden menos, de ese fenómeno llamado aporofobia o rechazo (animadversión, aversión), hacia las personas pobres. En definitiva, rechazo hacia lo que no entiendo, lo que temo, lo que no quiero que exista.

Este rechazo hacia lo diverso nos produce escándalo. Primero, por la forma de violencia extrema que toma llegando a matar a aquellos que rechaza, y luego, porque nos hace preguntarnos qué debe haber en el corazón de las personas que así se comportan.

A mí me gustaría iluminar este hecho desde el evangelio de Jesús, que tiene en los pobres sus preferidos: Al atardecer le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíritus con su palabra, y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Mt 8, 16-17

Dios, que es Amor, viene al mundo a colmar nuestra necesidad, llenándola de sí. Así vemos a Jesús curando, enseñando, consolando, liberando, perdonando y poniendo esperanza en todo lo que en nosotros está vacío, solo, oscurecido, roto, falto de energía o de afecto, todo lo que está muriéndose, o muerto. Mirando a Jesús, descubrimos que nuestro Dios se ve atraído por nuestra pobreza y quiere restaurar aquello que padece carencia para que pueda volver a la vida. Eso ha venido a hacer Jesús.

A la luz de lo que hace Jesús se hace más patente lo dañino de las conductas de las que hemos hablado al comienzo. Dios, que es Amor, viene a colmar nuestra necesidad, la de cada uno y cada una en su diferencia, amándole en lo que necesita. Las conductas destructivas de las que hablamos, y esas otras menos definitivas pero que son el terreno que prepara estas últimas -las preferencias que rechazan, el no reconocimiento, la no aceptación de las limitaciones propias y ajenas, el desprecio de cualquier forma de diferencia, discapacidad, pobreza-, nos llevan a querer destruir ese mundo que no es “a mi imagen”, a imagen de lo que yo no acepto, no entiendo, temo o rechazo.

Sin duda cabe, y es necesaria, una lectura psicológica, sociológica, personal, familiar y social de estos episodios escandalosos. A la vez que ellas, yo quiero subrayar esa mirada espiritual que, viendo cómo actúa Dios en el mundo, entonces y ahora, reconoce como dominadas por el pecado todas esas actitudes que rechazan al otro en vez de acogerlo, buscan destruir en vez de posibilitar la vida, generan temor y más violencia donde tendría que despertarse la compasión.

Así como vemos estas actitudes antievangélicas, reconocemos también otras respuestas que no se han dejado conducir por el evangelio: la del temor, la de la desesperanza, la de la crítica a nuestro mundo. Actitud evangélica es la que se deja conducir por el Espíritu de Jesús, que hoy como entonces sigue acercándose a los pobres y a la pobreza, amándolos entrañablemente en respuesta al odio de nuestro mundo, prefiriendo a aquellos que nuestro mundo rechaza. La presencia de Dios en nosotros no se mide por lo que sabemos de Dios, sino por el modo como nuestro corazón va manifestando las preferencias del suyo: cuanto más amas a Dios, más te atrae la pobreza.

 

Imagen: Zac Durant, Unsplash

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