Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48)
Sal 97,1.2-3ab.3cd-4
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10)
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
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Seguramente, si leíste estas entradas en los días de Semana Santa, volviste a caer en la cuenta de ese Amor inmenso que nos ofrece Jesús y que es la fuente, el motor y el espíritu de esta vida nueva que ahora queremos recibir. Un Amor que no se detiene ante nada: el Padre que no se detiene ante la entrega del Hijo, el Hijo que hecho hombre no se detiene ante la condena a muerte, el Espíritu que hace vencer el Amor en esas situaciones.
Sin embargo, la verdad es que tú y yo solemos tener dificultades para amar. Tenemos incluso dificultades para amar incondicionalmente a “los que amamos”… ni te cuento las que vamos a encontrar ante los que no nos gustan, los que no entendemos o no nos entienden, los que piensan distinto o nos rechazan por pensar distinto, los que, por el motivo que sea, tienen algún pero, alguna mota o manchón que nos justifica para quedarnos ahí y no mirar más allá. Nos descubrimos a menudo, no luchando por amar, sino justificando nuestro rechazo al amor.
Esta es una terrible contradicción: una de las pocas cosas en que los humanos llegamos a ponernos de acuerdo es en la importancia del amor, en su necesidad, en su valor. Sin embargo, luego no vivimos del amor, sino de nuestra “idea” de él, que es una cosa mucho más exigente, dependiente, diminuta, falsa,… que lo que el Amor es en sí.
Dicho muy brevemente. Todos hablamos del amor, todos sabemos de su importancia, de su necesidad, pero muy a menudo, nuestra vida se mueve por otras cosas, y no por el amor. Es más. El amor está en nuestros labios, pero no en nuestros hechos. Llegamos incluso a manipular a los que amamos, poniendo bajo el titular “amor” todas esas cosas que queremos que otros hagan en nuestro favor…
Vamos, que del amor no tenemos ni idea.
Sin embargo Jesús, el Amor, está dispuesto a cambiar eso. O mejor. Ya ha cambiado eso con su resurrección, y ahora quiere que nos enteremos. Las palabras de este evangelio pertenecen al discurso de despedida: o sea, que no solo es que quería esto para nosotros, sino que estaba dispuesto a dar su vida, por Amor, para que pudiéramos vivir eso que entonces nos llamaba a vivir. Así que vamos a escuchar lo que nos dice Jesús, lo que ha hecho posible que vivamos.
Partimos, como hemos hecho en todos estos domingos del tiempo de Pascua, de una constatación humilde: nosotros no podemos vivir lo que deseamos vivir. Queremos amar, necesitamos amar y ser amad@s, y sin embargo, nuestra vida discurre por cauces de desamor, de amor herido, de traiciones al amor o de amor habituado, amor mezquino, exigente, limitado amor…
Y resulta que viene Jesús, que conoce muy bien cómo amamos –tan deficiente es nuestro modo de amar, de tal modo atravesado por el pecado, que ha dado la vida para que pudiéramos encontrarnos con él, con su modo-, y nos manda que nos amemos los unos a los otros. Si nos lo manda, es porque él tiene intención de ayudarnos a amar. Si nos lo manda, es porque él guiará nuestro corazón para que cumplamos su mandato.
Por eso, vamos a ver qué es lo que Jesús nos dice, eso que se ha hecho posible por su victoria sobre el pecado y sobre la muerte, esa vida según el Amor a la que somos llamados.
- Jesús nos llama a permanecer en su amor, en ese amor con que Jesús nos ama, semejante al amor con que el Padre le ama a él. Reconoce primero, en lo que te sea posible, el amor inmenso con que te ama Jesús, un amor tan grande como (aquí las medidas sobrepasan las nuestras) el amor que el Padre le tiene a él.
Una vez que seas consciente de este amor con que Jesús te ama, vuelve, con ese sabor en el corazón, a mirar las cosas y las personas de tu vida, las cosas y las personas del mundo. Enseguida notarás dónde “se te acaba” el amor, qué no puedes amar.
Y ahí, en vez de reconocer distraídamente como siempre, haz lo que dice Jesús: permaneced en mi amor. En este amor que has experimentado como el suelo de todo, permanece. Permanece suplicando el amor de Jesús para esas cosas o personas. Permanece creyendo que Jesús te dará su mismo amor para amar a esas cosas o personas, si permaneces. Permanece –cuánto tiempo, dependerá de él. El sabe. Como dice un gran creyente que tengo la suerte de conocer, “A Dios se le espera porque Dios siempre viene”. El que tarde o no depende de nuestras medidas de tiempo o de nuestras expectativas… que son parte de lo que se tiene que caer.
- Cuando empezamos a hacer al modo de Jesús, incluso si no nos ha dado lo que le pedíamos, reconoceremos nuestra unión con él en que tendremos su alegría. Esa alegría de la que Jesús habla en plena víspera de la pasión, esa alegría que le viene de estar unido al Padre y que se revela así más poderosa que la presencia de la muerte.
- Decíamos que Jesús viene a enseñarnos a amar. Nos manda amar, y este es su nuevo mandamiento, el mandamiento de los que viven la vida nueva de Jesús: que os améis unos a otros como yo os he amado. Aquí no eliges, sino que amas porque Jesús te manda amar. Y Jesús te manda amar porque el amor da vida. Por eso, si te cuesta amar, díselo a Jesús, pero no te resistas a amar, mucho menos te niegues. Él nos ha mandado amar, él hará posible que amemos. A nosotros nos toca obedecer, creer en él, en que lo que nos ha mandado es más vida que todo lo que a nosotros nos parece valioso, necesario o importante.
Y es que nosotros tenemos vida, esta vida nueva que vamos reconociendo como tan preciosa, tan única, tan otra, porque Jesús ha dado su vida, por amor, para que tuviéramos vida.
- En esta vida nueva que se vive al ritmo del amor, la relación con Jesús está marcada por él: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Lo que Jesús ha oído a su Padre te lo da a conocer, y llena tu corazón de amor, de alegría, de deseo de entrega… y tratas a tus hermanos como amig@s al dárselo a conocer. Y ellos se lo cuentan a otros, a quienes tratan como amigos al comunicarles lo que viene de Jesús… y tú recibes la vida de Jesús, lo que él ha transmitido a otros, por el amor que te manifiestan tus hermanos al comunicarte, también lo que han recibido de Dios…
- El mandamiento de Jesús que nos llama a amarnos unos a otros se realiza si permanecemos unidas a Jesús. Permaneciendo unidas a Jesús, daremos su Amor a los hermanos, y la vida nueva de Dios se comunicará en nuestro mundo, al modo de Dios.
Terminamos con esta entrada las que se refieren a una vida Totalmente Otra, Totalmente Nueva. Seguramente puede estar bien que te detengas a ver lo que hemos visto de esta vida, y de tu deseo de permanecer en Jesús; de tu determinación para dejar atrás la otra, la que no da vida, y vivir unida a él, para dar vida de la que produce fruto abundante. Por Jesús, con Jesús, desde Jesús, para Jesús.
¿Cómo lo ves? Si quieres, puedes contarnos en los comentarios lo que conoces de esta vida nueva.
Imagen: Brent Cox, Unsplash
Hola Teresa. Mi problema puede ser de estrechez de miras, me parece a mi, pero es que veo a Jesús como alguien, humano como yo, que vivió hace 2000 años diciendo cosas que me llenan, me conmueven,…., le veo frágil y fuerte, libre y haciendo la voluntad del Padre, me encanta,…. pero,….¿me quiere a mi? Me cuesta,….. Ha habido gente que leyendo su pensamiento también me llegan, y eso no me lleva a pensar que me quieren. Me cuesta sentir su amor.
Me llega permanecer aquí, en esto poco que reconozco, y suplicar el amor de Jesús, con todo el ser, dejando la cabeza. Y confiar en que es voluntad de Jesús darme su amor a su tiempo.
El problema entonces es que te cuesta sentir su amor, ¿no, Belén? Este es un problema afectivo que puede tener varias causas: no has tenido experiencia personal de Jesús, tienes una experiencia afectiva que te impide reconocer el amor de Jesús, te cuesta existencialmente creer el amor que te transmiten… si ese es el problema, por ahí iría la solución a nivel humano. A nivel de fe, permanece en lo que reconoces y suplica lo que deseas. Pero no te confundas: el que tú no sientas el amor de Jesús no significa que no te está amando. Tú no lo ves, pero te está amando.
Buenas tardes Teresa, Yo he experimentado el amor de Jesús ya que ha sido Misericordioso conmigo , cuando lo he buscado me ha ayudado, como un padre a su hijo, lo amo aunque a veces no se lo demuestre como debe ser.
Ese amor nos cambia la vida, ¿verdad, Dalia? Doy gracias a Dios por lo que ha hecho en ti. Gracias también por compartirlo. Un abrazo grande
Bendiciones Teresa
El amor de Jesús es tan inmenso que nos lo muestra hasta en las cosa
Que uno cree que es el humano y no es su gran amor y misericordia yo lo he vivido atraves de mi experiencia que vivo en esa espera en él….como el enamorado que no puede estar sin su enamorada.no se
Si estoy loca..pero así lo vivo yo..
Nos unimos a tu alabanza, Noris, ¡ese amor es absolutamente lo mejor que nos puede pasar en la vida!
Amen amen amen.🙏🙏🙏
Cada día le pido a Jesús que yo ame como Él quiere, que me enseñe a amar así.
Si soy consciente de que vuelvo a mis andadas de amor…, me paro, aparco “mis proyectos” y espero a que Jesús me diga cómo, que Él lleve la iniciativa.
Esos parones siempre son correspondidos con su venida para enseñarme a amar.
Jesús siempre viene si le llamo, si le espero.
Siguiéndole cada vez más, amándole cada vez más.
Gracias por compartir con nosotros lo que vives, Txaro, y confirmarnos que por aquí hay camino.
Ese: “Permaneced en mi amor”, le experimento en mi presente como una salida de mi muy fuerte, tanto que no puedo sola.
Pero ninguna otra cosa me puede dar suelo.
Gracias, María Luisa. No puedes sola. Puede Jesús en ti. Eso también nos saca de nosotras, y nos lleva a más vida