Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11)
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13) Secuencia
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
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Estamos hablando, en todo este tiempo de Pascua, de la vida nueva que Jesús nos ha traído a través de su pasión, muerte y resurrección. Hemos ido viendo todo lo que Jesús nos enseña acerca de esta vida nueva, no solo con sus palabras y sus acciones, sino sobre todo, con su misma persona, con su misma vida. Hemos ido viendo que la vida nueva que ahora se ha hecho posible es una vida según Jesús: se fundamenta en él, se vive por la unión con él, da frutos que no son puramente humanos, sino que saben a Dios (todo lo que hemos ido viendo en las entradas anteriores).
Pero esta vida según Jesús, del mismo modo que sucede en él, solo es posible por el don del Espíritu. Es lo mismo que decir que por el don del Espíritu que hoy celebramos, culmina y se hace posible la vida que Jesús nos ha traído en su pasión, muerte y resurrección. Aunque pasan cincuenta días entre una y otra, no podemos verlas separadas. Sin el don del Espíritu que Jesús nos anuncia y comunica, no podemos vivir la vida según Jesús que se nos ha revelado como la mejor vida posible.
El relato del libro de los Hechos nos presenta al Espíritu como un viento impetuoso que llena todos los rincones de la casa donde estamos, de la morada que somos. Después de llevarse todo lo que estorba, el mismo Espíritu sigue actuando en nuestra vida, prendiendo en nosotros una chispa divina, una llamarada del mismo fuego que Dios es, que tomará en cada cual el modo que el Espíritu quiera.
Y entonces se obrará la transformación que Jesús había anunciado y prometido, la vida nueva que en adelante los hará testigos de Jesús, no solo con palabras, sino con su vida. El texto nos dice que empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse: ¿ves? Lo que Marcos había anunciado como signo de Dios: ese manifestar a Dios que humanamente nos supera, los discípulos transformados por el Espíritu en testigos lo hacen, y no a su modo, sino conducidos por el Espíritu, llenos de él. Con esa plenitud van a gentes de toda la tierra, y los que están llamados a creer los entienden. Lenguas nuevas, porque el mismo Espíritu, unido a ellos, les concede manifestarse así.
Una vida nueva es una vida en la que Dios ocupa su lugar y nosotros, sus criaturas, somos capaces de escucharle y dejarnos conducir por él. Una vida nueva que transforma, como ves, el modo de estar en la realidad.
En adelante, el Espíritu de Dios que conducía a Jesús, nos conducirá a nosotros, a los que creemos en Jesús (y a mucha otra gente que igual no lo sabe), para que seamos vida de Dios en medio de nuestro mundo. Testigos de su amor y de su salvación, que se reconocerá por los signos de Dios que se manifiestan en nuestra vida. Pueden ser aquellos que veíamos en el evangelio de Marcos el domingo pasado , o pueden ser otros que habremos de aprender a discernir con los criterios que nos da Pablo en la segunda lectura: a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Seguramente, no sabes mucho del Espíritu. O sabes algo, pero menos de lo que desearías. Para conocer al Espíritu, para reconocerlo por su acción, te propongo que sigamos ahondando en él a través de otros signos que hace, estos que aparecen tan hermosamente recogidos en la Secuencia que proclamamos en este día. La copio debajo. Léela despacio, y cree en que el Espíritu es así. Que actúa así, que bendice y salva y es el autor de toda la vida y la salvación que vemos en nuestro mundo, y de muchísima más que es la que no vemos. Toda la Vida viene de él, que resucitó a Jesús de entre los muertos y conduce a todo lo creado a la Vida, a Dios.
Secuencia
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.