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Aprendiendo de la Palabra a mirar la Vida (I)

En Café Evangelio nos acercamos a los textos para acoger tanta riqueza que encontramos en la Palabra de Dios. Mucha más de la que recogemos aquí, en la esperanza de que lo que vemos te dé pistas para ahondar en ella.

El texto que tenemos para hoy está en Lc 7, 1-10:

Cuando concluyó su discurso al pueblo, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía un criado a quien estimaba mucho, que estaba enfermo, a punto de morir. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos notables judíos a pedirle que fuese a sanar a su criado. Se presentaron a Jesús y le rogaban insistentemente, alegando que se merecía ese favor: —Ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga. Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: —Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo. Por eso yo tampoco me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace. Al oírlo, Jesús se admiró y volviéndose dijo a la gente que le seguía: —Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel. Cuando los enviados volvieron a casa, encontraron al criado sano. 

En este texto nos encontramos a un ser humano de mucha calidad humana. Jesús tiene mucha más calidad que este hombre, y nos ayuda ver, puesto que Jesús se ha hecho hombre, la calidad que tiene Jesús. A la vez, el reconocer en el centurión a un ser humano de tanta calidad nos hace ver que estamos llamados a crecer a nivel humano como veremos que se da aquí. Hoy vamos a fijarnos en esta calidad humana que se da en este hombre y que en Jesús, el Hijo de Dios, alcanza su máxima expresión.

Lo primero que se nos dice es que el centurión tenía un criado a quien estimaba mucho. Ya esto nos puede llamar la atención porque lo “normal” es que queramos a los iguales y, como mucho, tratemos bien a los subordinados, en una relación que no alcanza el grado de “mucha estima” que vemos aquí. Se nos dice que está a punto de morir, y conocemos al centurión por el modo como se ha movilizado en favor de su criado.

El centurión ha oído hablar de Jesús y ha captado algo que le ha llevado a moverse hacia él. Lo hace pidiendo a los judíos, a los que ve más aptos para presentarse a Jesús que él, que intercedan. Los judíos interceden, y su intervención nos dice algo más de este hombre: nos ha construido la sinagoga. Este centurión, un romano, no se impone como dominador, sino que ama (una vez más), y actúa a favor de los judíos. Sabemos así algo más de la calidad de este hombre, que no hace diferencias entre dominadores y dominados, ni entre religión propia o ajena, sino que ama.

Jesús se pone en camino hacia este hombre del que le han hablado los judíos. Jesús viniendo siempre en camino hacia nuestra vida, ahora con ocasión de la intervención de los judíos. Mucho más que este hombre, Jesús no hace distinción entre judíos y paganos, sino que se acerca al que le pide.

Mientras Jesús se acerca, llega otra comitiva, esta vez de los amigos. La comitiva de los judíos hablaba del problema por el que el centurión solicita. La comitiva de los amigos comunica a Jesús la certeza de su corazón: Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo. Por eso yo tampoco me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace. Con esto, conocemos más acerca de quién es este hombre. Antes hemos visto que es alguien que ama sin estar constreñido por las costumbres sociales o religiosas, alguien que tiende su mano más allá de las consignas. Ahora, con esta última intervención, sabemos además que ejerce bien su lugar de jefe. Sabe mandar, y sabe obedecer. Sabe del poder de su palabra y sabe hacer que se cumpla.

Y a la vez que sabe esto, conoce los límites de su poder, los tiene asumidos: No soy digno de que entres en mi casa. Esta intervención comunicada por los cercanos a su corazón, por sus amigos, nos hace saber que también internamente, a nivel espiritual, está internamente situado. Esto son más que palabras. Esto es una vida que se vive con lucidez.

Y Jesús, que conoce al ser humano y conoce el valor de nuestras palabras, de nuestro interior, se admira con estas palabras del centurión: Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel. Jesús reconoce como fe estas palabras del centurión, y nos abre a ver que así, como él dice, como él vive, es como se expresa la fe. Esta fe obtendrá la curación del criado, como tantas veces nos dice Jesús. Aprendemos también de Jesús, no solo a dirigirse a los paganos como a los judíos, sino a reconocer la fe donde se encuentra, que quizá no está donde esperabas…

Ojalá que esta Palabra de hoy te enseñe un poco más de Jesús y de la humanidad que se nos llama a vivir, de la humanidad que es el mejor suelo para la fe.

Imagen: Mike Kenneally, Unsplash

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