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“María guardaba estas cosas en el corazón”

Lectura del libro de los Números (6,22-27)

Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21)

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Puedes descargarte el audio aquí.

María guardaba todas estas cosas en su corazón. María ha llevado durante nueve meses al hijo de Dios en su vientre. Ahora su cuerpo, sus entrañas, su corazón llevan impresa en sí la presencia de Dios, que la ha habitado durante todo ese tiempo. Su cuerpo, hecho acogida de Dios, espacio y vacío para él, ha conocido para qué fue creado. Su sangre, su carne y el alimento de cada día; su trabajo y cada minuto de espera;  la belleza de cada mañana y el descanso del atardecer; sus conversaciones y los contratiempos grandes y pequeños, todo pasaba por su corazón como aquello que después le contaría al niño, a su bebé que se abriría al mundo por sus ojos.

María guardaba estas cosas en su corazón, y comprendía que todo lo que quería contar al niño, a Jeshua, a su bebé, se lo estaría contando también a Dios, que había querido venir al mundo y recorrerlo por el camino de todos, como una criatura.

María guardaba en su corazón todo lo que le había sucedido en la vida y todo lo que había conocido y sufrido, llorado y reído, amado y celebrado se ponía ahora, entero, a los pies de este niño al que quería darle, y le estaba dando, todo lo que era y lo que tenía.

María guardaba en su corazón el deseo de que todo lo suyo pasase a este niño, y lo deseaba porque todo lo de Dios se había entregado a ella al crearla y al hacerla fecunda. Era el deseo de Dios el que la hacía desear así.

María guardaba todas estas cosas en su corazón. Guarda María la bendición primera que pronunciaron sus labios al ver al niño por primera vez, la misma que desde tiempos de Moisés se pronuncia sobre los israelitas, y José y a ella, a una, les salió como saludo, eco de la que pronunció Aarón sobre los hijos de Israel, eco de la que el sacerdote pronunciaría, ocho días después, sobre Jeshua en el templo: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.

Y María guardaba en su corazón cómo, al pronunciar estas palabras de bendición, supo que su hijo, esta criaturita que no llevaba diez minutos en el mundo aún, era el Señor que, por ser uno de nosotros, se convertía en bendición para todos los que habían nacido antes y todos los que vendrían después. Desde su rostro humano, desde su carne humana, la bendición que acababan de pronunciar sobre su pequeña vida, salía de él y bendecía a toda la tierra. En él estaba la bendición de Dios. En él se reflejaba el rostro de Yahvé. En su rostro resplandecía el rostro de Dios y su paz.

María guardaba en su corazón el gozo de contemplar por primera vez el rostro de su hijo y de saber a Dios en el rostro, en el cuerpo, en la vida del bebé recién nacido. No es posible expresar con palabras tanto gozo; no es posible hacer otra cosa que lo que hacen todas las madres; es imposible no acercarse a él con gozo y temblor, entregándole la propia vida; y es que es imposible querer otra cosa que servirle con todo el ser porque él atrae todas las miradas, todos los pensamientos, todos los deseos y la imaginación.

María guardó en el corazón, desde que recibió la visita de Dios en sus entrañas, el gozo inmenso que la poseyó y la habitó entera y para siempre. Ya no era ella la que vivía, sino que Dios, habitando desde sus entrañas, se convirtió en su latido, en su sangre, en su fuego. María guardaba en el corazón aquella presencia de Dios que era secreto y luz, inmensidad y misterio, presencia y espera, cielo en la tierra.

María llevaba en el corazón, y en las entrañas, en cada átomo de su ser, la presencia de Dios que la había habitado para siempre.

María guardaba en el corazón preguntas acerca de cómo habría que vivir con este niño, acerca de cómo habrían de educarle ella y José, acerca de la luminosidad de Dios en él…

María guardaba en el corazón preguntas pero estas empezaron a disolverse en el momento en que el niño nació, tan hermoso que conquistó su corazón y la situó ante la realidad de lavarlo, amamantarlo y reconocer su llanto. Ahí estaba Dios, y ella guardaba en el corazón la vida en la que Dios se manifiesta para ir respondiéndole con amor en todo….

María guardaba en el corazón aquella visita de los pastores que habían escuchado algunos rumores de cielo; que habían esperado no sé qué en su camino al pesebre y que ante el niño, ante su niñito amado, vieron caer todas las expectativas y se pusieron a contar lo que les había pasado y, a medida que hablaban, su corazón se enardecía más con el gozo de Dios, de que Dios fuera así.

María guardaba en el corazón todo lo que había sucedido, a la vez que permanecía atenta a darle a su niño la vida que Dios había querido asumir… nuestra vida hecha de noche tenebrosa y claro día, de gozo y de dolor, de ritos y presencia de Dios, de oración y juegos, de verano e invierno, de aprender de otros y de hacer uno solo, el amor de una familia, y una familia que se amaba…

María guardaba en el corazón todas estas cosas porque nunca acababa de maravillarse de que Dios fuera así, y la grandeza de su hacer cabía en la pequeñez de su corazón, del mismo modo que el Dios infinito se había hecho carne, se había hecho niño en sus entrañas.

María guardaba en el corazón y meditaba, observaba, intuía, sabía… guardaba en el corazón tantas cosas que no caben en un corazón de carne, y por eso, por la presencia de Dios en ella, la sabiduría de Dios ya las estaba realizando.

María guardaba en el corazón, también, lo que no entendía: el Dios inmenso hecho carne y sometido a las leyes creadas para adorarle; el Dios Padre de una criatura que había querido, en su Hijo, ser Padre de todos los hijos hechos a su imagen; el Dios que nos libra de la esclavitud, haciéndose esclavo para liberarnos desde dentro de la historia, desde dentro de las entrañas, desde dentro de la tierra; el Dios que hace a su hijo esclavo para hacernos a todos libres, y envía a su Hijo a este mundo de pecado para hacernos, por él, santos y consagrados a Dios.

María guardaba en el corazón todo lo que es tan grande que no cabe en él. María guardaba en el corazón aquello que no comprendía, lo que Dios le daba a guardar. María guardaba en su corazón las preguntas acerca de ser madre de un hijo que viene de Dios, las preguntas acerca de cómo vivir desposada con Dios, aún más que con José, de modo que José y ella construyeran un hogar para albergar a Dios, y también las preguntas acerca de los dolores y males de que tenía noticia, y las preguntas acerca de cómo responder a Yahvé y cómo actuar en esta situación o la otra… y las preguntas eran necesarias, sí; aunque era el corazón, en el que Yahvé habitaba para siempre, el que encontraba las respuestas.
María guardaba en el corazón. Desde el corazón vivía, adoraba, se entregaba, maravillada, y amaba. Desde el corazón hacía lo que hay que hacer con los niños, y desde el corazón fue aprendiendo a digerir los misterios que el amor despierta en la existencia. Fue desde su corazón como había dicho sí, y desde su corazón lo repitió cada día de la vida, en medio de todo lo que la vida es…

Imagen: Melissa Askew, Unsplash

2 comentarios en ““María guardaba estas cosas en el corazón””

  1. ¡Qué preciosidad de relato!
    ¡¡Qué precioso el corazón de María!!
    Gracias por acercarnos a ella. Y mostrarnos cómo acoger la grandeza de Dios en lo cotidiano.

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