Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaros, o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale la vida más que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?… Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no se afanan ni hilan; y sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Mt 6, 25-34
Para hacer lectura existencial de este texto, comenzamos por mirar la vida a partir de lo que hemos escuchado a Jesús, del modo como él mira. Para ponernos esta comparación, Jesús primeramente ha estado presente en la vida, y lo que ve en ella le sirve para ilustrar y orientar lo que nos quiere transmitir.
Por tanto, comenzamos por mirar, como nos dice Jesús, a las aves del cielo. Sería interesante mirar las aves del cielo y decir qué nos produce su vuelo. Yo lo he hecho, y estas son algunas de las respuestas que me han dado:
- Me atrae su libertad
- Qué suerte tienen, tan despreocupados
- Me gustaría volar
- Verlos me produce paz, libertad, alegría, también miedo…
… como verás, las respuestas que da cada cual hablan de cómo mira dicha persona. Así, está quien mira desde el egoísmo, desde lo que anhela o desde lo que siente o lo que le falta… en definitiva, nuestro modo de mirar siempre se atiene a lo nuestro. Ya lo dice el Talmud: “No vemos las cosas como son, sino como somos.” Y cuánto tiempo nos lleva salir de ese modo de mirar.
Y si, queriendo ser objetivos, salimos de nosotros para ver a los pájaros “en sí”, como lo pueden hacer un científico o un pintor o un cazador o un observador, la cosa no cambia mucho. Entonces explicamos lo que los pájaros son o hacen, mirando más a los pájaros que a nosotros mismos, pero de nuevo nos quedamos ahí… en los pájaros.
En ambos casos, las nuestras son miradas que se detienen en lo inmediato: en lo que “a mí” me gusta o “a mí” me falta, en lo que me atrae o me interesa, me perjudica o me conviene.
Hasta aquí, lo nuestro. Y sabemos lo que da –no da-. Fíjate en la diferencia entre los modelos de Jesús, los del Padre, y nuestros modelos, los que nosotros hemos construido. En cambio, la respuesta de Jesús indica otra cosa: Jesús, cuando mira a las aves del cielo, ve lo confiadas que viven, su despreocupación o su dejarse llevar, y esto que ve le remite al Padre de modo continuo, inmediato. Descubrimos así que las aves del cielo y los lirios del campo, cuando miras bien, cuando miras a lo que en verdad son, remiten al Padre. Que todas las cosas creadas tienen el sello de Dios y nos remiten a él. Más aún: que de estos seres inferiores a nosotros podemos aprender cosas esenciales para nuestra vida.
En cuanto al modo de mirar de Jesús descubrimos, en primer lugar, que su mirada sobre la realidad es más amplia, y no se queda en el “para mí”, y ni siquiera está solamente abierto a la cosa “en sí” (que sería más que lo anterior), sino que puede captar la relación que hay entre todas las cosas y el Padre, en quien descansan.
Y esto no lo hace en virtud de una mirada “devota” que, partiendo del dato de que son criaturas de Dios, “sin mirar apenas” las bendice, sino que ha contemplado el modo de vivir de esas criaturas, lo ha contemplado en sí mismo, y lo ha descubierto como un modo válido para vivir. Un modo tan válido que nos lo propone a los humanos como modo de vida.
Y así nos indica que las criaturas, en este caso los pájaros y después las flores, son capaces de remitir a Dios, son capaces de llevarnos hacia él, lo que nos muestra que los seres creados son “capaces de Dios” y pueden manifestarlo, por pequeña que sea su realidad. Esto nos ilumina sobre el hecho de que el sentido más hondo de cualquier realidad es esta capacidad que todos los seres tienen de remitirnos a Dios. Dios, por su parte, se vale de todas sus criaturas para mostrarnos sus caminos en medio de la vida. Pero también nos revela nuestra real capacidad. Nuestra real capacidad es la capacidad que tienen todos los seres creados de manifestar a Dios. Y aquí viene la pregunta: ¿puedo ver, como ve Jesús, en esos seres creados lo que tienen de Dios para enseñarme? En cuanto a mí mism@: ¿creo lo que el Padre dice de mí, o creo más bien lo que “a mí” me parece?
Desde la mirada de Jesús descubrimos que hay otro modo de mirar la realidad. No ese modo chato, o temeroso, o egoísta o interesado que nos estrecha, sino un modo de mirar que se abre a la realidad con más perspectiva cada vez, y que en las cosas, que son capaces de Dios –criaturas suyas- reconoce la acción del mismo Dios, y a las criaturas como capaces de manifestarlo.
Imagen: Tim Right, Unsplash