En la entrada anterior veíamos que Jesús tiene un modo de mirar verdadero. Ese modo que seguramente deseamos para nuestra vida. Lo veíamos a partir de Mt 6, 25-34, y hoy continuamos profundizando en dicho modo.
Vamos a mirar a los pájaros como Jesús nos ha dicho: Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta.
Lo primero que nos podría llamar la atención este modo de mirar de Jesús es su aspecto de provocación: la provocación de constatar que aquello en que Jesús nos dice que nos fijemos no es para nada lo que o como nosotros solemos mirar, y por tanto, nos lleva más allá, nos produce vértigo. En cuanto al modo de mirar que nos propone Jesús, el suyo, es bien diferente del nuestro: no nos fijamos en lo que él dice… y claro, no vemos lo que él ve.
A la vez, ¿reconoces -aunque sea sólo de ejercicio teórico, aunque no lo puedas vivir-, que este modo suyo es desconcertante, atractivo, quizá… liberador?
Sin duda, Jesús mira de otro modo: cosmovisión que interpreta desde sí lo real/cosmovisión que se fundamenta en el Padre y lo ve por todas partes.
Primero, porque nosotros no solemos mirar así. Nosotros miramos la realidad teniendo lo humano –y llamamos humano a “nuestro modo de mirar, ¡Jesús también ha sido hombre y mira de otro modo!- como criterio de valoración, y lo demás es “mejor” o “peor” en comparación con nuestra (centralidad) humana. En cambio, Jesús aquí está viendo que los pájaros, que no hacen nada de eso que a los humanos nos ocupa, tienen vida de esa que a nosotros nos cuesta tanto conseguir. Y sugiere que igual nuestro modo no es el mejor… ¡a nosotros, los humanos, nos hace contemplar a unos pajarillos que son el primer término de su comparación! Ellos lo hacen mejor, pero no porque sean animales o personas o… sino porque su existencia es capaz de hacer visible y manifiesto el cuidado del Padre. Esto nos hace pensar que nuestra existencia sería más plena si también proclamara el cuidado del Padre.
Porque el hecho es que Jesús, que es hombre como nosotros, que vive en nuestro mundo, está mirando la realidad en clave de confianza en el Padre. No mira desde sí del modo subjetivo que decíamos antes, ni se distancia objetivando, ni en su mirar prefiere o se limita a tales o cuales seres… sabe que la confianza en el Padre es lo que nos sostiene, y relee la realidad desde ahí.
- Desde esta mirada, alaba la existencia de las aves, que no se caracteriza por el trabajo de sembrar o de cosechar, sino por el cuidado que el Padre tiene con todos ellos, con todas sus criaturas, y que da como fruto una existencia ligera, según su modo de ser.
- Desde esta mirada, alaba la existencia de los lirios del campo, también carente de preocupación –no se afanan ni hilan- y plena de belleza. El Padre los ha dotado de una belleza, dice, más poderosa que todos los esplendores de Salomón.
Jesús contrapone por tanto dos modos de existencia: la de las aves que no siembran ni siegan ni recogen en graneros, la de los lirios del campo que no se afanan ni hilan… y que se caracterizan ambas por manifestar una plenitud, una libertad, una belleza. Y la de los humanos que nos preocupamos, nos afanamos, nos esforzamos… sin llegar a lograr por ese camino ni la mitad de dicha plenitud.
La referencia de Jesús, sin embargo, no quiere que nos quedemos en las aves ni en los lirios. Como dice él mismo, nosotros somos mucho más, nosotros valemos mucho más. Y por tanto, podemos confiar en el Padre del mismo modo que confían ellos, porque el Padre se cuidará de nosotros tanto como lo hace con ellos. ¿Cómo confías tú?
¿Cómo sería nuestra vida si nos atreviéramos a vivir así? Fíjate en el alimento que sostiene la vida de las aves del cielo, en la belleza que caracteriza a los efímeros lirios. Imagínate por un momento que tu preocupación por el alimento y por el vestido fuera ligero y confiado… ¿cambiaría en algo tu vida? Detente a contemplar esta realidad hasta que aprendas cómo está actuando Dios en ella. Y cuando lo hayas hecho, sigue escuchando: Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe? Esas cosas… Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis.
Esto solemos escucharlo en clave moral –“o hago mal, debería hacerlo de este otro modo” o “lo hago bien, ya voy bien”, y se nos está proponiendo escucharlo en clave de fe – la que pide al Espíritu mirar al modo de Jesús-. Tú, ¿cómo lo escuchas?
Aprendemos de los pájaros y las flores, criaturas como nosotros, a vivir de lo recibido de Dios, de lo que El ha puesto en nosotros. Y aprendemos de ellos también a hacer sólo lo que nos corresponde, aquello que está en nuestra naturaleza. Esa es nuestra más plena hermosura, nuestra misión. Aprendemos que hemos de hacer una sola cosa, la que el Padre nos ha encargado. Y que cuando hacemos esa sola cosa, vemos cómo Dios nos da lo demás.
Cuando somos capaces de mirar así, con la mirada puesta en el modo de hacer de Dios, las cosas no son ya opacidad, sino transparencia: cada una de ellas refleja un destello de la hermosura de Dios, o de su misericordia, o de su cuidado por nosotros. Así reconocemos lo que decíamos al principio, que todas ellas tienen potencia para llevarnos más allá de sí mismas, a algo de aquello que Dios nos quiere decir en la realidad.
Cuando se nos regala mirar así, cuando esto sucede, la realidad se transfigura: toda la realidad es capaz de Dios, y esta capacidad que cada cosa tiene es su total plenitud, su más completa belleza. Todo lo creado viene de Dios y tiene el privilegio de manifestarlo, de ser capaz de conducir a Dios.
Si nuestra vida, recibida de Dios como la de los pájaros y los lirios del campo, la vivimos desde esta confianza, ¿cómo se manifestará? ¿Será capaz también de reflejar el cuidado de Dios y su amor como se percibe en los pájaros y en las flores? ¿Cómo cambia tu vida cuando vives así? ¿Cómo sería tu vida si vivieras así?
Y si, así como los pájaros hacen lo que tienen que hacer –volar, contribuir según su modo al equilibrio del ecosistema- y los lirios del campo lo que tienen que hacer, lo que está en ellas –embellecer, contribuir según su modo al equilibrio de la biosfera, del entorno-, ¿podrá querer decir esto que nosotros también consistimos en lo que el Padre ha querido para cada uno? ¿Qué importancia cobra entonces que sea la que estoy llamada a ser, qué urgencia el descubrirlo?
¿Qué plena belleza será nuestra vida –una vida en favor de otr@s- cuando vivamos de lo que el Padre, en Jesús, nos ha encargado: Buscad el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás?
¡Si quieres, seguimos en los comentarios!