En esta categoría titulada “Vivir como creyentes” quiero poner el acento en algo que a los creyentes más o menos “comprometidos” de este tiempo nos parece obvio: somos creyentes. Mi insistencia en cambio, va más bien a que somos creyentes. Cuando una persona es creyente, mira la vida desde Dios: mira desde Dios, respira en Dios, busca a Dios en las cosas que hace, se pregunta dónde está Dios allí donde no le es fácil encontrarlo, se alegra cuando lo descubre y comunica a otros lo que ha descubierto, por si puede servir a algunos…
Esta llamada a vivir como creyentes es una exigencia de este tiempo. Los creyentes que somos, al menos en el entorno que yo conozco, nos movemos entre la contemporización acomodada-y-creyente, y la rigidez defensiva ante lo distinto-y-creyente. Se trata de no ser primero lo que somos y después creyentes, sino de ser primero creyentes… y luego, ¡ya se verá qué pasa con lo demás!
Y esta mirada creyente se comunica a todo lo que miras, lo que vives, lo que transmites. El otro día me pasaba con una canción de Mocedades que mucha gente conoce. Copio aquí el enlace [1] porque no sé colgar vídeos. ¡Y si alguien me enseña a colgar vídeos, se lo agradeceré mucho!
No es una canción que, a nivel natural [2], me diga mucho. No soy nostálgica, no tengo un hogar al que volver, no me parece que el tiempo pasado sea mejor ni creo que las cosas se mantengan iguales, y además, me gusta que la vida se mueva…
Pero esta vez, después de oírla tantas veces y desecharla un poco por estos motivos, empecé a fijarme en otra cosa. Y como me parece que esa sí merece comentario, la voy comentando:
Vuelvo a la tierra donde nací
Vuelvo a mi casa, a mi lugar
Como una ola vuelve al mar
Hoy vuelvo yo, vuelvo a mi
Esta vez, al escucharla, lo que me resonaba era que mi “tierra” era Dios. Jesús de Nazaret que es mi origen. El que un día vino a mi vida para decirme quién era él de verdad, quién era yo de verdad, que mi vida sería de verdad si la vivía con Él. Y cada vez, desde cualquier lugar, desde cualquier situación de la vida, la llamada a volver a mi hogar, a mi lugar, a mi centro, a mi verdadera vida, resuena siempre como aquella palabra primera y eterna, nueva y única: Tú.
Vuelvo, vuelvo, vuelvo a mi hogar.
Vuelvo, vuelvo, vuelvo a mi hogar.
Y con la repetición, siempre la misma y siempre nueva, esa vuelta a mi hogar me va atrayendo… me atrae tanto que, cada vez antes, cada vez más, se me hace evidente que Jesús es mi hogar y mi lugar. No un refugio que me aísla, sino un regazo que me sana, me fortalece. Me fortalece y me lanza a la vida, más yo y más de Jesús cada vez. Al volver una y otra vez, vuelvo al Jesús que está presente en mi cada día, que me hace echar de menos no verlo más, no verlo del todo (“sin velos”, dicen los místicos), a ese Jesús que será mi dicha, mi hogar para siempre. Allí donde no experimentaré ningún “fuera”, porque “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28), y esta verdad no será ya un dato de fe oscura, sino la certeza que nos une y nos encuentra.
Nada ha cambiado, todo es igual
Mi árbol, mi huerto y mi pajar
Mi perro fiel, mi blanco pan…
Todos me esperan, vuelvo a mi hogar.
Lo único que no cambia, la fidelidad de Dios. Tan fiel, que toma formas distintas a lo largo del tiempo, a lo largo de la historia, para encontrarse siempre con nosotros. Siempre habrá árbol, huerto y pajar en los que reconocer el amor entrañable del Padre, a quien volvemos. Siempre habrá un perro fiel y un blanco pan… incluso si no hay perro y el pan se ha vuelto seco. Siempre habrá hermanos que me esperen cuando vuelvo a mi hogar… los mismos que me piden que mi vuelta al hogar no sea sólo para mí, sino para salir de mí, en su favor.
Vuelvo, vuelvo, vuelvo a mi hogar.
Vuelvo, vuelvo, vuelvo a mi hogar.
Vuelvo a mi hogar, sí… para reavivar las certezas, para profundizar en el encuentro, para confirmarnos en la entrega, más total y más libre cada vez.
Traigo un pasado para plantar
Manos cansadas veinte años más.
Traigo recuerdos que olvidar
Pero no importa, vuelvo a mi hogar.
Mientras vivimos en esta vida, el cansancio, el dolor y la limitación son parte del camino: lo que necesitamos enterrar y lo que puede revivir; el cansancio o la tristeza o el peso que no saben dar la vuelta; las memorias heridas, la fuerza de la muerte… pero no importa, porque Jesús ha vencido todo eso, y volver a él se vuelve una ocasión más de vivirlo todo. Y lo mejor, sí, es volver a mi hogar, porque en él, el Cristo sana, restaura, rescata y resucita. Y la vuelta al hogar será ocasión de un encuentro nuevo con Jesús, que va habitando nuestras zonas oscuras y nos hace más suyas cada vez.
[1] www.youtube.com/watch?v=stRdQxHR5bA
[2] Por si entras es la primera vez que entras a este blog: llamo humanidad natural a nuestra mirada espontánea, que no mira desde Dios sino desde sí misma. Hay otra mirada, según Jesús, que mira de otro modo. Esto lo explico en “Cómo se hace”.