Están hablando dos amigas, Olympia y Cristina. Las dos son cristianas, o están en el empeño por serlo.
Olympia le cuenta a Cristina un conflicto gordo que está teniendo con sus suegros. Cristina, al escucharlo, asiente calurosamente a todo lo que dice Olympia, aunque ya en el momento reconoce que su relato está sesgado y que Olympia no está siendo justa.
Cuando se despiden, Cristina se queda con un malestar interior que le hace preguntarse por qué ha reaccionado de ese modo tan parcial, y descubre varias causas: está encantada de que Olympia le cuente cosas de su vida, y le hubiera dado la razón aunque pensara matar a su suegro (es exagerar, dice Cristina, pero lo que está claro es que se ha pasado dándole la razón a Olympia); además, de normal le cuesta mucho afirmar lo que ve, tiene miedo de no saber defenderse y sí muchas ganas de que Olympia le cuente cosas de sí misma; además, dice, me canso de ser la que siempre ve, la que siempre dice…
Y de pronto, recuerda:
¡Hipócritas! Sabéis discernir la faz del cielo y de la tierra; ¿y cómo no discernís este tiempo? Lc 12, 56
Y Cristina empieza a preguntarse, y a preguntar a Jesús: “¿para qué me has dado este don de discernir, Jesús, de penetrar en la verdad de las cosas, si no lo uso? ¿para qué me has dado esta capacidad que es un don para ayudar a mis hermanos, y lo escondo porque me importa más caer bien a Olympia que ser la que tú quieres? ¡Si me he reído incluso cuando me decía esas barbaridades que dice de sus suegros, como una hipócrita, cuando sé que es solo su orgullo la que le hace mirar así! Qué lejos estaba, al escucharla, de poner mi don a su servicio… ¡si lo único que me importaba era que me considerara su igual!
El malestar que siento me dice cuánto me he alejado de tu Palabra, de ti, por esas migajas de querer que Olympia me cuente sus cosas. Al querer eso, estoy actuando según mi peor versión -hipócrita-, y dejo de ser lo que veo que me llena: ser alguien que tiene luz, una luz recibida de Dios, y vive dando eso que ve, recibiendo vida de esa luz y ofreciendo esa luz a las personas con las que se encuentra.
Desde luego que Jesús, en este encuentro con los que le escuchan, no estaba a caerles bien, sino a llevarles más allá, para que se abrieran a la vida y fueran, ellos mismos, vida.
Ahora que ha escuchado ese malestar y de nuevo ha visto, Cristina puede elegir si quiere vivir según la Palabra de Jesús, que hace tanto y tan bueno en su vida, o si quiere vivir de la confianza de esas “olympias” y de la vida que se mueve cuando lo que buscas no es vivir de lo que has recibido, sino de esas complicidades mezquinas.”
Y da gracias porque la Palabra, una vez más, le ha indicado por dónde se abre la vida.
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