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Domingo de Resurrección. Contemplación

¡¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!!

Puedes empezar tu oración con este canto: Resucitó el Señor. Cristóbal Fones

Habla el Padre

Mi Hijo y yo somos uno… así que ya puedes imaginarte la Soledad de este tiempo, el deseo que tenía de traerlo a la vida para estar en comunión de nuevo. Habrás oído decir a Jeshua, mientras vivía entre vosotros que “todo lo que es del Padre, es mío también” (cf. 16, 15a), y así es. Nuestra Unión hace que todo en Nosotros sea común, compartido, porque el Amor quiere comunión. Tan es así, que no sólo Jeshua padeció la muerte. Él la ha padecido visiblemente, y nosotros en lo invisible. Igual puedes pensar que, por ser Dios, la muerte no nos afecta. Hemos consentido en que la muerte alcanzara a nuestro corazón de Dios, para que así vosotros os podáis ver libres de ella. En la carne de un ser humano como vosotros, el mismo Dios ha vencido a la muerte. De tal manera que ahora, al mirar el mal, el pecado, la muerte, no os veáis solo como sus víctimas, desvalidas y prestas a sucumbir a su poder, sino que podáis ver que ese mal, ese dolor, esa muerte, han sido enfrentados por Jeshua, que los ha vencido entregándose a ellos, en vez de sucumbir a su veneno mortal.

¿No lo entiendes, verdad? No me alargaré mucho, pero sí te explico porque a vosotros, hijos míos que reflejáis a Jeshua, os gusta que os explique. Aparentemente, en el mundo no ha cambiado nada. Aquella Jerusalén sobre la que lloraba mi Hijo, y todas esas ciudades y pueblos en las que está actuando en todo momento Elohim, el Espíritu, parecen no haber cambiado nada después de su entrega. Como soléis decir, ¿qué ha cambiado en el mundo después de la muerte de Jesús? Aparentemente, todo sigue igual. Los malos siguen siendo malos, el mal sigue pareciéndoos un camino entre tantos (más atractivo incluso) y sigue cobrándose víctimas por miles, por millares. Pues bien, aunque no lo veas, ha cambiado todo. No lo verás con esos ojos tan hermosos que te he dado. Lo que ha cambiado no se nota en el mundo. Mi Hijo ha salvado el mundo poniendo a Dios en el centro, y lo podrán ver aquellos hombres y mujeres que pongan a Dios en el centro, esto es, que tengan fe. Que tengan la fe suficiente para que ella se convierta en su modo de mirar. Ahora es posible, no sólo para algunos elegidos, sino para todos vosotros, todos mis hijos, poder mirar la vida desde la mirada de Dios. Así como la miraba mi Hijo cuando contemplaba Jerusalén desde aquella colina. Con ese modo de mirar que le llevó a consentir en amar hasta el extremo, en entregarse hasta dar la vida por ese loco amor por vosotros, por ese loco amor que desea que tengáis vida. La fe es la que permite captar el Amor que mueve la historia. Y cuando miráis desde la fe, podéis ver la realidad con otros ojos, bajo otra luz.

Así que no es de entender, es de creer de lo que os estoy hablando. Y los que creéis, lo notáis en que empezáis a percibir otra vida en medio de la vida.

Una vida en la cual podéis llamarme Padre del mismo modo que Jeshua lo hace: “subo a mi Padre, que es vuestro Padre, a mi Dios, que es vuestro Dios” (Jn 20, 17). Una vida que no se sustenta en el propio yo, en la necesidad de aparentar o de conseguir o de merecer; que no se apoya en el miedo a la muerte o en los miedos que se derivan de él, sino que se apoya en mi amor de Padre. Por la fe en Jeshua, por la comunión con él, me llamaréis Padre como Él lo hace, me llamaréis Dios vuestro como lo hace Él. Ya no seré una idea, sino que seré vuestra vida, vuestra alegría.

Y también será una vida distinta porque vais a ver el mundo distinto. Ya no lo veréis como un lugar que va mal, como lugar de caos y desolación, como una jungla de sálvese quien pueda. Lo veréis como el espacio en que, en medio del mal, vence Nuestro Amor, que alcanza a todo y lo abraza todo, y todo lo puede transformar.

Al mirar a Jerusalén, al mirar a cada uno de los lugares de la tierra, vuestra mirada nueva no deja de ver el mal. Pero lo ve atravesado por la victoria que, en Jesús, Hemos traído a toda la realidad, a cada cosa: mirarás los abusos que los países ricos cometen contra los países pobres, o el sufrimiento de tantos seres humanos desplazados de su tierra para vivir en ninguna parte, el dolor de los pobres de la tierra, el deterioro ecológico o las mentiras burdas o sutiles que llenan el corazón de desconfianza, y ya no verás ya solo eso. Verás eso, que está ahí, pero ya no lo verás como la última palabra. Ya no verás el mal, el dolor y la muerte como la última palabra, porque no lo son. Por esta fe que actúa por medio del amor (cf. Gál 5, 6b), verás el mal el dolor y la muerte, pues siguen estando, y verás, más profundamente todavía, más poderoso que ellos, el Amor de Jeshua que lo atraviesa todo y puede traer a cada ser, a cada grupo, a cada pueblo de nuevo a la Vida. Ya no miras desde el mal, desde tu miedo, desde la muerte, sino que tienes una mirada nueva: desde la fe, la esperanza, el amor.

Si te sientas en aquellas colinas desde las que se avista Jerusalén, aquellas donde un día se sentó mi Hijo y lloró por la Ciudad, verás presentes en ella, en todas y cada una de las ciudades y pueblos de la tierra –pues en Jerusalén todas han sido rescatadas-, el Amor y la Entrega y la Esperanza de mi Hijo. Su Amor, su Entrega y su Esperanza de que toda la realidad se vuelva a nosotros y sea lo que está llamada a ser: criaturas reunidas en torno a su Dios, a su Señor, a su Amor. Por la fe que actúa movida por el amor, verás todas las cosas a la luz de Nuestro Amor que ha vencido para siempre. Al principio, es posible que te resulte un poco extraño, porque sólo tú y los que tienen esta luz parecen enterarse (esto quizá te haga dudar de lo que ves). Pero si pides a Elohim, mi Espíritu, que te sostenga, esa mirada se te hará más y más evidente. Entenderás que nadie puede ver si Nosotros no se lo concedemos, y entenderás también que estamos deseando regalar esta mirada a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos.

Pero aquí no terminarán las cosas. ¡Aquí empiezan, más bien! Seguirás contemplando, y ya no verás solo el mal atravesado por el Amor que es el sentido y el signo de todo, y que está siempre presente en la tierra, hasta el fin de los tiempos. Seguirás contemplando, y Que haga bien...empezarás a sentir lo mismo que sentía Jeshua cuando miraba a Jerusalén: el dolor porque Jerusalén no ve, un dolor tan hondo que le hacía llorar –no por el fracaso de su misión, sino por el pecado de Jerusalén, tan grande que le ha impedido reconocer a su Dios cuando vino a rescatarla-. En el corazón de ese dolor se te despertará un amor que, sin ser el de Jeshua, es mucho más grande que el amor humano que conocéis, y tiene otra calidad. Un amor que mueve a entrega gratuita, a entrega en favor de otros, un amor que te permite mirar el mundo, la realidad toda, con profunda esperanza: Dios está presente, y sigue moviendo la realidad en favor de la salvación. Dios ha vencido, y el tiempo que queda hasta el final es el tiempo en que se despierta a todo y a todos a la salvación.

Verás que en ti se hacen crecientes el amor, la entrega y la esperanza. Verás que no te atribuyes este modo nuevo de mirar, de vivir, sino que sabes que este modo de mirar indica que vives unida a Jeshua. Tu vida tal como la vivías pasará a segundo plano, porque lo que de verdad importa es esta vida nueva que sabe a Jeshua, y a su victoria. En adelante, y más profundamente cada vez, vives de la comunión con Nosotros que se te ha dado a través de Jeshua, y todo lo que deseas tiene que ver con sus deseos: vivir en favor de tus hermanos, vivir de manera que tu vida sea fuente de vida para esos dolores que tanto te duelen.

Ahora sabes que tu vida es fecunda. No porque hagas muchas o pocas cosas, sino porque vives unido a Nosotros, y en la medida en que Nuestra Vida pasa a través de ti, el mundo entero está siendo bendecido. Y ya no te importa que se vea o no: la resurrección de Jeshua, que es el Big Bang de la salvación, no la vio casi nadie, y a los que lo vieron, hubo que explicárselo… la Vida corre por raíles más profundos desde los que se empapa de Vida a la vida.

Entonces vivirás resurrección. No la última, definitiva y total. Esa la dejamos como sorpresa para el final. Pero la vida sabrá a resurrección allí donde te atrevas a creer. La vida con sabor a resurrección es otra clase de vida a la que la muerte le es ajena. Y cuanto más creas, más verás. Y cuanto más veas, más amarás, más te entregarás, más esperanza serás en el mundo que te rodea.

Y todo esto, porque Hemos resucitado a Jeshua y ha venido la Salvación a toda la tierra.

Puedes descargarte el audio aquí.

Propuesta de contemplación

1º Silénciate a través la postura y la respiración y en actitud relajada y atenta, abre el corazón. En primer lugar, siente a Jesús a tu lado: llorando por Jerusalén, pleno de esperanza en el Padre, una Esperanza que no ha sido anulada por la muerte.

Contempla, por tu parte, la que para ti es Jerusalén. Unida a Jesús, contempla y pide que se te dé contemplar según su modo.

2º Se te despertarán sentimientos, ideas, temores. Son tu modo de percibir la realidad, aún no transformada por el modo de Jesús. Reconócelos, y después, deja que se vaya ese modo tuyo. Agarrándote a Él, deja que su Modo se te imprima. Yendo más al fondo, reconoce también la Esperanza que Jesús te comunica. Permanece en ellas.

3º A continuación, contempla esa ciudad/hecho sangrante que alcanza tu corazón, y contémplalo desde la victoria de Jesús. Bendice a esa realidad con la Esperanza y el Gozo de la vida nueva que es Jesús y suplica mirar a su modo.

4º Sigues respirando, cada vez más aquietada, cada vez más silencioso, cada vez más amante. Percibe, si se te da, a Dios morando en ti. Consiente, si se te da, en el movimiento de este día, en la respuesta que Elohim te inspira. Sé desde lo que Dios te da, consiente en ello y pide ser transformado.

Repite esta contemplación a lo largo del día, consiente en la transformación “sin vuelta” que Jesús quiere realizar en ti.

La imagen es de Menchu Larráyoz. Al texto le pone voz y corazón Patxi Larrea. ¡¡Muchas gracias a los dos, y a Ruah, que ha cantado para nosotros cada día!! ¡¡Que Dios os bendiga con su Vida Plena!!

De nuevo, ¡¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!!

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