En cierta ocasión, Jesús atravesaba unos campos de trigo en día sábado. Sus discípulos, hambrientos, se pusieron a arrancar espigas y comérselas. Los fariseos le dijeron: —Mira, tus discípulos están haciendo en sábado una cosa prohibida. Él les respondió: —¿No habéis leído lo que hizo David y sus compañeros cuando estaban hambrientos? Entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes. ¿No habéis leído en la ley que, en el templo y en sábado, los sacerdotes quebrantan el reposo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay alguien mayor que el templo. Si comprendierais lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hombre es Señor del sábado. Mt 12, 1-8
No sé si lo recuerdas, pero en las entradas anteriores a estas habíamos hablado de que en este evangelio (en todos, sin duda) es posible “aprender sabiduría”. Lo decíamos porque Mateo nos presenta a Jesús como Maestro de Sabiduría. Así es como nosotros, sentados a sus pies como los discípulos, escuchamos a Jesús para aprender de él. En este caso (así sucede desde el capítulo 11), lo que estamos aprendiendo de Jesús es el modo como se enfrenta a los que no creen en él. Lo primero que llama la atención es que no es un enfrentamiento que ponga a Jesús contra los que le denuncian, sino que también en estas situaciones, Jesús quiere dar luz a aquellos que no lo ven como luz. Esto nos ilumina acerca de tantas situaciones en que quizá el enfrentamiento no es para que ganes tú o gane yo, sino que alguno de los que entran a la confrontación es de la verdad, y quiere la verdad. Donde está la verdad, está presente el Espíritu de Dios. En otros casos vemos que ninguno de los que se enfrentan quiere la verdad, sino solo vencer al otro, o que parezca que ha vencido, al menos…
Este texto, que ya hemos comentado en otra clave, lo vamos a comentar ahora en la clave sapiencial que nos enseña a escuchar a Jesús como Maestro. Vamos a mirar cómo mira Jesús, qué ve, y eso nos da la posibilidad, también a nosotros, de estar de otro modo en la vida: al modo de Jesús.
Los discípulos caminan detrás de Jesús, atravesando unos sembrados. Mientras van caminando, arrancan unas espigas. Es sábado, y el sábado está prohibido arrancar espigas, porque hacerlo supone quebrantar el descanso absoluto en el día en que, como nos dice el Génesis, Dios descansó (cf. Gén 2, 2). Cuando lo ven los fariseos (que seguramente están por ahí al acecho), reprochan a Jesús que haya permitido a sus discípulos quebrantar el sábado.
Vamos a atender ahora a la respuesta de Jesús: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y sus compañeros: cómo entró en el templo de Dios y comió los panes de la ofrenda que ni a él ni a los suyos les estaba permitido comer, sino solo a los sacerdotes? ¿No habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes del templo pueden incumplir el precepto del sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que aquí hay algo más importante que el templo.
Jesús está diciendo a los fariseos, con el lenguaje de la Escritura que es el que manejan, que David, el ungido de Dios, cuando tuvo hambre no dejó de comer ni de que comieran los suyos, porque tenía claro que él tenia una misión de Dios y las cosas -los panes de la ofrenda, en este caso-, son para las personas y no al revés. Lo mismo lo sabe la ley, sigue diciendo, cuando a los sacerdotes, cuando tienen que estar en el templo en sábado, se les permite incumplir el precepto sin que esto suponga quebrantar el sábado? Les está diciendo que la propia ley, vista desde la Escritura, tiene claro que el ser humano está por encima de la ley.
Y no solo eso. Lo que no saben los fariseos es que Jesús es más que el templo, y más que el sábado. Que estar en su presencia, amarle, adorarle, es ya cumplir el sábado. Como vemos, Jesús sí conoce la ley. Pero conoce sobre todo a Dios, y sabe que el querer de Dios es que las personas vivan.
Lo que no saben, por tanto, los fariseos, es mirar la ley en su verdad. Ellos ven la ley como un instrumento para someter a las personas, creyendo que Dios es así, como ellos son. No se han enterado de nada. “Si supierais, les dice Jesús, lo que significa Misericordia quiero y no sacrificios, no condenaríais a los inocentes.” Si supierais, les dice y nos dice, que Dios es misericordia y quiere misericordia, miraríais con misericordia y no condenaríais a los que comen espigas, que no son culpables de nada… que son inocentes. Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, no impondríais cargas pesadas sobre los hombros de los que, en este sábado, alababan a Dios comiendo espigas.
Si supierais que la ley está por encima del ser humano, miraríais más a los seres humanos (a vosotros y a los demás, a los demás y a vosotros) y los miraríais con misericordia. En ese momento dejaríais de juzgar a la gente por tal o cual cosa que hace, y miraríais más allá. La misericordia os permitiría mirar a los corazones y desde ellos a las acciones, y eso haría posible que comprendierais las cosas y a las personas en su verdad. Porque solo la misericordia, la mirada que se compadece, mira con verdad.
¿Qué experiencia tienes de esto? ¿Qué experiencia tienes de mirar con misericordia, de ser mirada con misericordia? ¿Qué ha hecho en ti esa mirada? La misericordia es una mirada profunda y sabia que comienza por amarnos y conoce, desde ahí, nuestra luz y nuestra oscuridad. La misericordia es una mirada poderosa que sabe que el amor lo puede todo, y sabe que el amor nos lleva a la vida. Quizá no se vea ahora, pero es así, y todos lo verán. Por eso, la misericordia no necesita atornillarte con leyes, ni necesita hacer que te vigilen ni que te amenacen. La misericordia sabe que el amor da vida. Que estamos hechos a su medida, a la medida del Amor, y que el Amor será lo que nos salve.
Porque sabe eso, porque es eso, el Hijo del hombre es señor del sábado, y nos enseña a vivir desde ese señorío sobre las cosas que conocen los que aman.
Imagen: Chris Brignola, Unsplash