¡Hola de nuevo, ¿cómo ha ido el verano?! Ojalá, con cosas que te gusten y otras que no haya sido, en conjunto, bueno. Ojalá te haya traído experiencias que te hayan hecho conocerte más a ti mism@, a los demás, a Dios.
Para mí ha sido muy bueno. Aunque aún seguiré alimentándome de lo vivido, la impresión general es de gratitud, más aún, de alabanza a nuestro Dios porque saque de nosotros tanta vida. Con tanto que pedir perdón, que también lo ha habido, brilla la admiración, la alabanza…
Ahora volvemos con las entradas de los lunes, en las que iré haciendo una lectura continua del evangelio de Mateo en clave existencial, porque el evangelio tiene mucho que enseñarnos de ese vivir integrado, consciente, pleno (o con más sabor a plenitud, al menos), porque intuimos que por ahí van las cosas…
Empezamos por el capítulo 4 porque los tres primeros capítulos los recorreremos en el tiempo de Adviento-Navidad.
Contenta de estar aquí de nuevo y de alegrarnos mutuamente por este evangelio que tiene tanto para darnos…
¿Comenzamos? ¡Vamos!
En estas entradas vamos a hablar de humanidad. Mi impresión –puede que sea solo cosa mía- es que andamos un poco faltos de humanidad de la buena, de esa que te permite ser todo lo que eres para que otros sean todo lo que son, lo que pueden llegar a ser. Cuando miramos a Jesús, la humanidad le sale por todos los costados, y sin embargo, qué fácilmente lo “elevamos”, lo espiritualizamos y hacemos imposible que su humanidad venga a transformar la nuestra.
Es verdad que no es del todo fácil. No se trata de imitar, porque hay algo en la humanidad de Jesús que sobrepasa la nuestra. Ese “algo” es que su humanidad viene de Dios, y solo contando con Dios se realiza su humanidad plena en medio de nosotros. En Jesús, lo humano llega a ser aquello para lo que fuimos creados: para reflejar a Dios, para vivir unidos a nuestros hermanos, para ser la verdad que llevamos dentro.
En las entradas que siguen vamos a ver cómo aparece esto en algunos textos del evangelio de Mateo, con la idea de ir ajustando nuestras lecturas del evangelio a esta humanidad que se nos ha dado para vivir.
Mt 4, 1-11
Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo le pusiera a prueba.
Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer, y después sintió hambre. Se acercó el diablo a Jesús para ponerle a prueba, y le dijo:
–Si de veras eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes.
Pero Jesús le contestó:
–La Escritura dice: ‘No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de los labios de Dios.
Luego el diablo lo llevó a la santa ciudad de Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo:
–Si de veras eres Hijo de Dios, échate abajo, porque la Escritura dice:
‘Dios mandará a sus ángeles que te cuiden.Te levantarán con sus manos para que no tropieces con ninguna piedra.
Jesús le contestó:
–También dice la Escritura: ‘No pongas a prueba al Señor tu Dios.
Finalmente el diablo le llevó a un monte muy alto, y mostrándole todos los países del mundo y su grandeza le dijo:
–Yo te daré todo esto, si te arrodillas y me adoras.
Jesús le contestó:
–Vete, Satanás, porque la Escritura dice: ‘Adora al Señor tu Dios y sírvele solo a él.
Entonces el diablo se alejó de él, y unos ángeles se acercaron y le servían.
A este relato que acabas de escuchar lo llamamos “el de las tentaciones”. No hace falta decir más: porque todos sabemos qué son tentaciones, y porque casi todos los que hemos leído este texto sabemos que Jesús aparece en ellas como un héroe que las vence por goleada. Esta es la primera impresión que da la lectura, al menos…
Solo que esta lectura nos ayuda muy poco. Nos ayuda muy poco porque ya sabemos que las tentaciones pueden muchas veces más que nosotros, y porque ya sabemos que Jesús puede más que ellas, porque no tiene pecado, lo que hace que para él las cosas sean muy diferentes. Así que nos volvemos a preguntar: ¿tan simplón es el texto evangélico? ¿No querrá decir algo más? Seguramente quiere decir algo más, así que vamos a releerlo. En concreto, en la clave existencial que intentamos que nos aporte luz sobre la humanidad de Jesús y la nuestra.
El texto nos dice, casi al comienzo, que Jesús es llevado al desierto para ser puesto a prueba (es llevado por el Espíritu, esto es importante, así que tomamos nota de ello para cuando corresponda), nada más y nada menos que por el diablo, experto en tentaciones.
Ser puestos a prueba es algo de lo que todos tenemos experiencia. A veces son pruebas previstas para las que nos podemos preparar mejor o peor (un examen, una entrevista de trabajo o de acceso a lo que sea), y otras veces son situaciones inesperadas en las que la vida nos pone a prueba (una enfermedad que te tiene seis meses en el hospital, la traición de un amigo, o también una buena noticia que no esperabas, la sentencia favorable de una demanda, por ejemplo). Previstas o imprevistas, esas pruebas dicen de nosotros: dicen si estoy o no a la altura de lo que se estaba probando: que me falta consistencia, que no sé vivir lo que me toca, que no soporto los contratiempos o que no soy agradecida. Las pruebas están, y dicen de mí. Las pruebas dicen si estoy a la altura de eso que se espera de mí, eso “mayor” que el día a día, controlado y previsto. Las pruebas dicen si estoy o no a la altura de ese “más” al que seré lanzada si la supero. Las pruebas implican, por tanto, que somos referencia a un “más”.
La imagen del tentador añade algo importante: mi calidad la comprueba un enemigo. Mi calidad la comprueba uno que no quiere que pase la prueba. Si la paso, quedará claro que Jesús, que se somete a la prueba, no ha superado pruebas puestas por los que le aman y le valoran, sino que su señorío sobre las pruebas brilla más puesto que ha vencido sobre las pruebas que pone el que quiere hacerle caer, el enemigo. Así es como el bien va a vencer sobre el mal.
En nuestra vida sucede igual: las pruebas a las que nos hemos referido no están preparadas, y consideramos una trampa el que quien se va a examinar, en el ámbito que sea, conozca de antemano cuál va a ser la prueba. El éxito de la prueba depende de tu capacidad de responder a lo que se estaba probando, y para ello, tienes que demostrar que estás a la altura. Si estás a la altura, superas la prueba y pasas al estadio siguiente. Aquí, para hacer una lectura reflexiva, te puede venir bien pararte y preguntarte por pruebas que tú has pasado, que otros que conoces han pasado… y ver cómo has/han salido de esas pruebas.
Jesús, que ha venido a este mundo y ha vivido como uno de nosotros, acepta ser tentado. Acepta esa situación de desnudez humana (la imagen del desierto la ejemplifica bien) en que solo se da lo esencial: yo mismo ante la tentación, el tentador, y Dios al fondo, al que puedo en último término elegir, o rechazar. Lo vamos a ver con Jesús y después lo veremos en nuestra realidad.
… pero será en el siguiente post.
La imagen es de Aidan Meyer, Unsplash