Jesús, en el desierto, llega a una situación de necesidad. Tiene hambre. La tentación intentará apresarlo en esa necesidad suya: Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.
La primera tentación es sobre la necesidad. Jesús ha tenido necesidades, y la tentación consiste en exacerbar la necesidad hasta el punto de que Jesús no vea otra cosa que la necesidad, y se despierte en él el deseo de satisfacerla a toda costa. En este caso, Jesús puede satisfacer la necesidad de pan con el poder que ha recibido de Dios.
Jesús, sin embargo, no cae en la tentación. Tiene necesidad de alimento, pero no es el usar el poder recibido en su propio beneficio lo que el Padre ha querido al dárselo. Por eso, incluso en esta situación de necesidad, Jesús rechaza el satisfacer su hambre valiéndose para ello de un poder que es para algo mayor.
Así nos pasa también a nosotros. La tentación nos hace sentir una necesidad imperiosa (de comida, de reconocimiento, de valoración, de sexo, de autoafirmación, de poder…) y nos muestra los recursos que tenemos para colmarla: “tú que eres tan generoso con otros, ¿y no te vas a permitir este capricho?”; “tú que trabajas ya más de la cuenta , ¿no podrás disfrutar un poco después de tanto que haces?”[1]. En estos casos, la tentación nos sugiere usar nuestros recursos, esos recursos que hemos recibido para otra cosa, en nuestro favor, cuando no era para eso que los habíamos recibido.
Cuando lo haces así, cuando usas tus recursos en tu favor, ¿qué revela la prueba? Revela que eres tú el centro de tu vida y te vives como endiosad@. En cambio, aun con hambre, mira la respuesta que le sale a Jesús en la prueba: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. A Jesús, y a los mejores de entre nosotros, a los hombres y mujeres a quienes la tentación no les oscurece el horizonte, les sale querer lo de Dios, el más que es su horizonte, también en las situaciones de prueba.
El político que rechaza beneficiarse de una gestión y elige trabajar por el bien común; el gerente de hospital que no adelanta a su hija en las listas de trasplantes sino que respeta la lista de espera que rige para todos; la madre que se alegra con el hijo discapacitado que es el suyo en vez de írsele los ojos detrás de los hijos “sanos” de los demás, o bien, como hemos dicho, la calidad humana que se demuestra en el modo de responder a las cosas buenas que nos pasan, y que igualmente dice de nosotros. Todos ellos están creyendo, están consintiendo en la palabra que sale de la boca de Dios, más que en los panes que les gustaría procurarse.
¿Es esto calidad humana, o no? Así vemos que en Jesús y en los que le siguen, la calidad humana bien orientada, es verdadera vida creyente. Esa vida que no se enreda en la apariencia de vida que es la tentación, sino que sigue viendo a Dios más allá de las propias necesidades. La vida que no se ciñe a la manipulación ególatra de los propios recursos, la vida que manifiesta en la prueba la fidelidad del corazón, es verdadera vida creyente. ¡Cuántos hombres y mujeres, a veces sin saber que manifestaban con ello a Dios, nos lo han reflejado respondiendo así en la prueba!
Las otras dos tentaciones se refieren a la identidad y a la misión del Hijo. También entre nosotros se dan tentaciones en las cuales nos vemos llamados a responder a la pregunta “¿quién soy?” desde la fidelidad a la identidad que Dios nos ha dado, o desde lo que los demás esperan de nosotros, lo que nos gustaría que vieran, etc.
Y lo mismo en cuanto a la misión: “¿para qué, para quiénes?” es una pregunta que se responde desde lo que Dios va diciendo en mi historia, o que se responde desde lo que me gustaría que Dios hubiera hecho, que hubiera dicho.
En todos los casos, Jesús vence la tentación rechazando las formas que toma: si en la primera tentación se nos presentaba la necesidad como opresiva, en la segunda se nos propone la tentación bajo la forma de un “mejor” que no es el que Dios ha querido para ti; en la tercera, la tentación toma forma de bien: ¡todos los reinos del mundo a disposición del que viene a anunciar la buena noticia! En todos los casos, la tentación se reconoce, exteriormente, porque oscurece a Dios de nuestro horizonte; internamente, porque perdemos la paz y la claridad de espíritu que hasta entonces nos habían acompañado.
Entre nosotros es bastante normal decir que Dios parece ausente en los momentos de dificultad. Sin embargo, el texto ha subrayado en primer lugar que es el Espíritu quien ha llevado a Jesús al desierto para ser tentado. Como si quisiera mostrarnos la calidad de este hombre que se enfrentará a la prueba. Como si quisiera dejar claro que, cuando vas al desierto, no te llevas nada, pero el Espíritu siempre va contigo. Que en los momentos de prueba, cuando no hay nada más, siempre está el Espíritu sosteniéndonos (qué bueno sería no olvidarlo).
Un modo de vivir, el de Jesús, que se propone como modelo para nuestra vida. Un modo que plenifica el nuestro, puesto que hemos sido cread@s a imagen del Hijo.
Lo que viene después de la prueba, una vez que la tentación ha pasado, es cosa entre Dios y tú: Entonces el diablo se alejó de él, y unos ángeles se acercaron y le servían. Y seguramente –si has pasado la prueba-, tu modo de ser entonces será otro que el de antes de la prueba. Porque la prueba nos pone a prueba, pero también nos abre a más vida que la que teníamos.
¿Te animas a contarnos tu experiencia? ¡Seguimos en los comentarios!
[1] Los ejemplos vienen a ilustrar situaciones de tentación, no situaciones en las que una persona está reclamando para sí o para otros algo que es bueno, o que es justo…
La imagen es de Christian Kock, Unsplash