A lo largo de estos días de Semana Santa vamos a contemplar la pasión, muerte y resurrección de Jesús desde el amor del Padre, el Hijo y el Espíritu. Escucharemos, en clave orante, cómo el amor de Dios nos emplaza a mirar al Hijo que se entrega por nuestra salvación.
Para rezar estos días ayudará la lectura continua de la pasión en alguno de los evangelios
Escuchamos…
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(habla el Padre)
Ya ha llegado la Hora, Jesús, amado mío. Ya ha llegado esta Hora que no por salvadora es menos terrible. Ya ha llegado la Hora en que todos verán quién eres, en que todos podrán ver quién es su Dios. No al modo humano que ellos conocen, porque al modo humano que vivían todos seguirán como estaban, más cerrados o más ciegos todavía, porque se cierran a Ti. Lo que importa es poder ver con los ojos de la fe: lo más grande que ha sucedido en la tierra, lo más grande para todos y cada uno de los seres humanos, solo lo puede ver el que tiene fe. Ahora han conocido un modo nuevo de ser hombres, de ser mujeres. El modo que han conocido en Ti, Jesús, mi Hijo amado. Han visto tu Libertad, han visto tu Amor que no se detiene ante la pobreza, ante la enfermedad, ante el pecado siquiera. Te han visto amándolo todo, y han quedado seducidos por esta forma tuya de vivir que todo lo muestra a su plena luz.
Y Yo, ¡cómo he disfrutado viéndote vivir! Cuando vino aquel leproso, ¿recuerdas, en Betsaida?, pidiéndote de rodillas que lo curaras, y Nosotros, compadecidos, le dijimos que sí, que volviera a vivir… pero luego no te obedeció, y tú tuviste que vivir en despoblado en adelante, ocupando el lugar del leproso, ¡la gente había entendido que eras algo así como la Lotería, que les ibas a quitar los males! Cómo te buscaban, y qué poco entendían. Y tú, cómo aceptabas cualquier lugar en la tierra, para estar con ellos y para que comprendieran la Vida que traías. Algunos, los más responsables se preocupaban de esto, de que “la gente” no te entendieran… ¡si el Espíritu, Elohim, no hace otra cosa que mover sus corazones hacia Ti! ¿Cómo pueden pensar que, habiendo querido los Tres enviarte a la tierra, no haríamos todo, todo, por su salvación?
O aquella otra ocasión en que fuiste a la sinagoga y enfureciste tanto a los fariseos que salieron de allí decididos a matarte… ¿creerán que no sabíamos Nosotros que iba a suceder así? ¿Creerán que nos ha pillado desprevenidos esta Hora? ¿Seguirían pensando que somos como ellos, y que esto nos retraería de amar? Hay muchos que siguen pensando, a pesar de todo, en “venganza” y en “castigo” y sin embargo, Nosotros hemos llegado hasta aquí por Amor, y será el Amor lo que en esta Hora brille sobre todo. No es que todos lo vayan a ver… ¡ya lo sabemos!, pero este es Nuestro trabajo en la Historia: llamar a todos los seres a la Vida, atraerlos a ella cuando yerran el camino, una y otra vez. De todos los modos posibles, por todos los caminos posibles, en todas las situaciones imaginables, pues nos llena de gozo saber que por este camino, podremos encontrarnos con ellos y hacerles saber que son amados.
Recuerdo ahora, aquella ocasión en que los de tu casa decían que estabas loco, ¡¡qué dulce diversión la de ver que aquellos que creían conocerte desde siempre, de pronto descubrían en ti a uno que tenía poco que ver con el Yeshua que ellos habían criado!! Y luego encima, cuando les decías que has venido a enfrentar a los padres contra los hijos y a los hijos contra los padres… ¿cómo seguirte, Jeshua? ¿Cómo entenderte, cuando desmantelabas todas las ideas que tenían de dios y les enfrentabas al Dios único?
O aquella vez –¡les costó días recuperarse!- en que, después de dar con una frase que a ellos les costó un día y una noche preparar, tú desmontaste su mentira de un plumazo: “¿Por qué me ponéis a prueba?” El corazón de alguno de ellos se hizo dócil a Elohim ese día, tan desarmado y tan libre te vieron.
¿Y cuándo sacaste a Lázaro del sepulcro, no hace quince días todavía? Ellos no saben cómo actuamos Nosotros. Cómo tú te moviste a resucitarlo porque Nosotros, unidos, te lo habíamos inspirado. Mucho menos podían sospechar que aquella resurrección de tu amigo te llevaba directo a la muerte, de la que Yo te iba a sacar, y no como a Lázaro, para morir otra vez, sino para siempre. Cómo tú, Jeshua, tan plenamente hombre como eres, veías en la muerte de Lázaro tu propia muerte, y experimentabas el dolor y la angustia que la muerte trae, de tantas maneras, a todo lo humano.
Y ahora, después de estos años maravillosos en que has caminado junto a ellos y les has mostrado cómo vive un ser humano que está unido a Dios; ahora que les has enseñado en qué consiste entregarse y les has mostrado Quién es Dios, y qué quiere ser para cada ser humano; ahora que han visto tu modo de vivir, que es idéntico a tu modo de entregarte… ahora llega el final de esta vida en la que nuestro Amor se ha hecho visible para todos ellos. Desde el principio quisimos que fuera la Entrega total, este modo que es el modo del Amor. Este modo que todos los humanos, también aunque no lo viven, entienden que es el Mayor Amor.
Al hacerlo así -nos dice Abbá-, lo más importante no sería, como suele pareceros, el drama que la muerte significa. Lo más importante sería que, con ocasión de la muerte que a vosotros siempre os mata, pudierais llegar a ver que el Amor vence sobre todo, también sobre la muerte, hasta el punto de hacer de la muerte una ocasión de vida. Y no cualquier ocasión, sino ocasión de Vida plena, definitiva, victoriosa. Por eso os quisimos mostrar cómo la vida de mi Hijo, de mi Hijo muy amado, daba un vuelco a todo lo que entendéis sobre la muerte, a todo lo que os impide vivir… daba un vuelco a todo lo que conocéis, en realidad. Os habíamos creado para esto: para vivir con Nosotros, para vivir en la comunión de Amor absoluto que somos, y solo mostrándoos cuál es el Amor que vence a la muerte lo llegaríais a descubrir. Decís que el Amor de Dios es Fiel, y es verdad. Decís que es Desconcertante, y para vosotros es igualmente verdad. Sin embargo, esta es, sencillamente, la lógica del Amor: darse hasta el extremo para así envolverlo, todo, en este Amor que lo es Todo.
Tu cuerpo, tu corazón, tu Espíritu no han deseado ni un solo instante otra cosa que glorificarme, que hacer que Yo sea amado por cada uno de los que se encuentren contigo. En todo momento has deseado que los que te vean a Ti me vean a Mí. Lo que no se podían imaginar era que en tu Rostro, un rostro que a primera vista se parece a cualquiera de los rostros de los demás hombres y mujeres que han venido a este mundo, pueden reconocerme a Mí, el Dios creador, el Espíritu que hace nuevas todas las cosas. Nosotros no hemos querido otra cosa que transparentarnos en Ti. Y ahora, en el rostro de cada uno de ellas, de ellos, te veremos a Ti. En ti, Jeshua, han visto que tenemos un mismo “corazón”, que tenemos un mismo sentir, por decirlo de algún modo que todo el mundo pueda entender.
En esta Hora, Hijo mío, quieres decirme, y decirles a ellos, que tu Amor no se ve frenado por nada a la hora de entregarse. Te has hecho perfectamente hombre, Hijo mío, y tu ser hombre consiste en querer la voluntad de Dios. Eres un hombre sin pecado, y les has mostrado que el pecado, que les mata, es también lo que les impide desearme en todo y sobre todo. Esta, que es la hora de las tinieblas, es sobre todo la hora del Amor. La hora en que el Amor se quitará todos los ropajes y se mostrará como es: desnudo, entregado, inerme, total.
Ellos están, pobres criaturas, atentos a tus gestos, mortalmente tristes por la certeza de tu entrega ya indudable y aún ahora, es tu presencia les da la fuerza para permanecer sin huir, para permanecer contigo que les has cuidado en todo. Qué miedo tienen –no pueden ver todavía- y tú, amándome, los amas a ellos; amándolos a ellos, me amas también a mí. Así les sigues instruyendo, con estas palabras que hablan del final. Cuando tus labios callen, hablará tu cuerpo, que ya ahora entregas como ofrenda a Mi nombre. Cuánto me amas, Hijo mío, y cuánto te amo Yo. Mis entrañas se desgarran por este padecimiento al que Nos entregamos, pero este es el camino que sabemos que traerá la salvación a toda la tierra. Nos entregamos, como lo hacemos todo, dichosa y amorosamente al Acontecimiento que traerá la salvación plena y sin fin.
Como Yo estoy en Ti, así estás Tú en ellos, unido desde siempre y para siempre como nosotros lo estamos. Y porque Yo estoy en Ti, ni un solo instante dejas de hablarles de Mí, para que sepan que Nosotros estamos con ellos también ahora, cuando les parecerá que Yo te dejo solo. Los sostienes, los llevas de la mano en este camino de la pasión que ahora comienza, para que sepan que quien ha creído en Ti, quien acoge la Vida que eres, me acoge a Mí, que te he enviado, y acoge a Elohim, al Espíritu Santificador que realizará en ellos esta vida Nuestra.
Este texto ha sido publicado en Una fe que escandaliza y seduce (Sal Terrae, 2019) con el título “Diálogo trinitario” en las pp. 279-296. Lo transcribo aquí con permiso de la editorial Sal Terrae.
Imagen: Shifaaz Shamoon, Unsplash