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La Palabra de Dios, luz de nuestra vida (III)

En estas entradas leeremos el capítulo 17 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Palabra de Dios que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.

En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra desde este deseo y esta acogida.

 A sus discípulos les dijo:
—Es inevitable que haya escándalos; pero, ¡ay del que los provoca! Más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Estad en guardia: si tu hermano peca, repréndelo; si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día te ofende y siete veces vuelve a ti diciendo que se arrepiente, perdónale. Los apóstoles dijeron al Señor:
—Auméntanos la fe. El Señor dijo:
—Si tuvierais fe como una semilla de mostaza, diríais a [esta] morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería.

Si uno de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando, cuando éste vuelva del campo, ¿le dirá, acaso, que pase enseguida y se ponga a la mesa? No le dirá, más bien: prepárame de comer, cíñete y sírveme mientras como y bebo, después comerás y beberás tú. ¿Tendrá que agradecer al siervo que haga lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid: Somos siervos inútiles, sólo hemos cumplido nuestro deber. Lc 17, 1-10

Deseamos que la Palabra de Dios llegue a ser luz de nuestra vida. Deseamos que todas las realidades de nuestra vida sean iluminadas por ella. Hoy, con la perícopa que tenemos para este día.

Hoy Jesús nos habla de esa realidad de nuestro mundo que son los escándalos, y nos habla de su modo de mirar. Al escuchar sus palabras, caemos en la cuenta de que a Jesús le escandalizan los que escandalizan. Dice hacia ellos una palabra tan grande como que sean arrojados al mar con una piedra de molinos. Dios está a favor de los niños, de los menores en una comunidad, de todas y cada una de las formas de pequeñez que se dan en nuestro mundo. Al escuchar a Jesús, nos damos cuenta de lo lejos que estamos de su modo de mirar: nos enfurecemos por lo que a “nosotros” nos enfurece, por lo que nos produce ira o temor, en vez de enfurecernos por lo que de verdad nos tendría que enfurecer; que castigamos, o que justificamos aquello que nos parece a nosotros que ha de ser castigado, que disculpamos aquello que a nosotros nos parece que tiene que ser disculpado o exculpado. Jesús, la Palabra de Dios, mira desde la mirada de Dios, mientras que la nuestra tiene que ser transformada para mirar como él.

Lo mismo cuando Jesús nos dice “estar en guardia”. Entre nosotros, estar en guardia es una actitud con la que proyectamos aquello que hay en nosotros: para que no nos hagan daño, para no perder oportunidades, etc. En cambio Jesús, cuando nos exhorta a estar en guardia, nos dice que estemos atentos para perdonar a nuestro hermano incluso si te ofende siete veces y siete veces te dice que se arrepiente. Esto también nos despierta a ese modo de mirar que es el suyo, el que está despierto para lo que importa, y no para esas cosas nuestras que no van a ningún lado, porque es un estar en guardia que nos altera en superficie, para lo que no va de lo importante, y nada más. La Palabra nos ilumina sobre el verdadero modo de vivir. Por eso, los discípulos, escuchando a Jesús, le piden que les aumente la fe para poder ver y poder vivir. La respuesta de Jesús a los discípulos nos hace caer en la cuenta de la poca fe que tenemos: la realidad obedece a la fe.

Esto nos hace caer en la cuenta de que desde la fe, la realidad se mira de otro modo que invierte nuestra lógica, nuestros intereses, nuestras expectativas. Así hemos de obedecer nosotros a Dios cuando vivimos de fe. Como hace el siervo cuando viene del campo, que sigue haciendo lo que le toca, así nosotros, desde la fe, respondemos a la realidad en la que Dios se manifiesta, y reconocemos que ahí estamos haciendo las cosas como las tenemos que hacer, y las hacemos así porque Dios nos ha capacitado para vivir según su modo. Se nos ha concedido tener fe para ver a Dios presente en la libertad. Se nos ha concedido la libertad para decir sí a Dios, y eso es la obediencia. Cuando reconocemos a Dios actuando en la realidad y tenemos la libertad de obedecerlo en medio de la historia -que se da después de un largo proceso-, podemos dar gracias a Dios porque ha hecho posible que vivamos al modo de Dios.

Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de lo que la Palabra que Dios nos está diciendo.

Imagen: Alexandra Gorn, Unsplash

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