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Vivir de un modo que salva

Lectura del libro de Isaías (50,5-9a)

Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9

Lectura de la carta del apóstol Santiago (2,14-18)

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, que el Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Puedes descargarte el audio aquí.

Hemos ido viendo, a lo largo de las entradas de este verano, que el modo de mirar de Dios es otro que el nuestro. Ojalá hayas podido percibir también que ese modo suyo es deseable, que en él hay mucha más vida que en nuestros modos habituales de mirar.

Lo que sin duda habrás percibido también es que ese modo de mirar de Dios, el modo que nos propone para vivir no está en nuestra mano obtenerlo, sino que hemos de reconocerlo primero, desearlo después, pedírselo a Dios que es quien quiere y puede dárnoslo, y esperarlo de él.

Si todo esto se da, la persona que eres se convierte en otra: en una persona nueva, capaz de responder en la vida al modo de Dios.

Y cuando respondes en la vida al modo de Dios, eres un hombre, una mujer nuev@, distinta y más verdader@ que quien eras antes. Es que lo de Dios es lo más nuestro, y el modo de ser que se va revelando en nosotros cuando respondemos a Dios, hace de nosotros seres humanos plenos.

¿Lo vemos con un ejemplo?

Vamos primero con el texto del evangelio. Jesús pregunta a sus discípulos cómo le ve la gente, qué impresión tienen de él. Jesús no lo pregunta por lo que preguntamos nosotros, por curiosidad o por saber si causas impacto o no. Las razones de Jesús son mucho más plenas, y te propongo que te interrogues sobre ellas a la luz de lo que vamos a ver aquí.

El caso es que los discípulos le responden, y van diciéndole lo que ve la gente; todo lo que dicen tiene que ver con que la gente ve en Jesús a alguien grande, a alguien que se asocia a Dios. Y luego, Jesús les hace otra pregunta: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Pedro, en nombre de todos, va a responder ahora: «Tú eres el Mesías.» No sé si lo percibes, pero esta es una respuesta de otro orden. Esta es una respuesta que no viene de lo que Pedro ha oído a la gente, sino que el poder responder así indica que esta afirmación te ha sido inspirada por Dios.

A partir de esta respuesta de Pedro, Jesús empieza a instruir a los discípulos sobre el destino de cruz y resurrección que es el camino del Mesías.

Y entonces Pedro interviene de nuevo. Lo que ahora dice a Jesús tiene otro signo: Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Y la respuesta de Jesús a esta nueva intervención de Pedro, es la de volverse a los discípulos y decir a Pedro, mirándolos a ellos: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
¿Qué ha pasado aquí? Pedro ha sido inspirado por el Espíritu y eso le ha permitido reconocer en él al Mesías. Pero luego, cuando Jesús ha empezado a enseñarles lo que el camino mesiánico implica, Pedro ha querido, en vez de someterse al designio de Dios como hace Jesús, separar a Jesús de su camino. Y Jesús, que solo quiere obedecer al Padre (incluso si es al precio de su vida), ha apartado violentamente a Pedro, que venía a interferir en su obediencia a Dios.

¿Ves? Tratándose de palabras, Pedro ha pronunciado con claridad lo que el Espíritu le iluminaba: «Tú eres el Mesías.»

Pero cuando se trata de vida, Pedro no secunda esa escucha de Jesús que les instruye sobre el camino de Dios, y rechaza esas palabras que tienen que manifestarse como sufrimiento en la vida.

¿Ves? Seguir a Jesús no es creer en el Mesías como yo entiendo, sino como él dice. Seguir a Jesús supone hacer lo que Dios dice.

No se trata de reconocer el modo de Dios, sino de disponerse, con toda la vida, a consentir en este modo de Dios.

Es lo que dice también la primera lectura, en la que el profeta acepta lo que viene, por doloroso que sea, en la certeza de que el Señor está con él: El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Escuchamos lo mismo en el salmo: el salmista ha suplicado al Señor en el momento de la tribulación, y el Señor le ha escuchado. En adelante, la vida (y no solo las palabras), las vivirá en presencia del Señor: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Lo mismo escuchamos en la segunda lectura: después de ponernos un ejemplo muy claro de compasión con el hermano, Santiago concluye así: Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta.

¿No es esta coherencia entre las palabras y las obras lo que hace, entre nosotros al ser humano íntegro, pleno? No se trata de lo que decimos -de Dios, o lo que Dios nos ha dicho, en el caso de los creyentes-, sino de lo que vivimos. Se trata de responder, con nuestra vida, a las palabras que Dios ha pronunciado en nuestra vida.

Este es el ser humano que responde al modo de Dios que Él nos ha mostrado como verdadera vida.

Imagen: Chester Álvarez, Unsplash

4 comentarios en “Vivir de un modo que salva”

  1. ¡Tú eres el Mesías! ¡Qué dicha que el Señor nos/me haya regalado el reconocerlo! Nos toca saber vivir de esos destellos de lucidez, de esa Palabra que el Señor ha puesto sobre nosotros que nos permite reconocerlo como lo que es. Y qué verdad es que cuando lo reconocemos nos sentimos más nosotros mismos, nos sentimos más felices porque fluye el creer y el hacer. Consolación que llamaba Iñigo y que también nos invitas a reflexionar estos días, Teresa.

    Sin embargo, qué fácil, como hizo Pedro, caer en la tentación de “edulcorar”, qué fácil dejarnos/me “vencer”, “convencer” y dejarnos/me arrastrar por el día a dia y olvidar nuestra/mi fuente, nuestro/mi manantial, querer hacer que salga a nuestra/mi medida. Y es verdad que ahí, paradójicamente, nos reconocemos más infelices, desolación. Cuanto más nos alejamos de esa verdad que hemos intuido, peor nos sentimos. Y nuestra/mi tendencia, contraria a lo que dice Iñigo para salir de esa desolación, de ese dejarnos/me arrastrar, de alejarnos/me, es justificarnos/me, buscar lo “light”, siguiendo estando con ese vacío que no nos/me satisface… No hay otra que volvernos/me a mirar al Señor, permanecer en Él, porque es Él que nos/me ha regalado los momentos de lucidez y nos/me los volverá a regalar, porque Él está en nuestro/mi día a día. Desde la fe, la esperanza y el amor, vivir la vida que se nos/me regala para poder salir de la oscuridad Y ahí estamos, ahí estoy, en esa “lucha”,, en ese camino,…

    1. Con todo lo que sabemos, José Ángel, qué importante, ahora, no dejar de vivir. Por nosotros y por quienes caminan a nuestro lado, por quienes buscan y esperan de nosotros una coherencia que les haga desear, despertar a esa consolación…

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