Lectura de la profecía de Jonás (3,1-5.10)
Sal 24,4-5ab.6-7bc.8-9
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (7,29-31)
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,14-20)
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
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Decíamos el domingo pasado que, a lo largo de estos domingos que se encuentran entre el tiempo de Navidad y la Cuaresma y que llamamos “del tiempo ordinario”, nos íbamos a preguntar de qué manera nos habla Dios en este tiempo ordinario, de qué manera reconocerlo. El domingo pasado los textos nos mostraban algunas de las maneras como Dios nos habla. Hoy las lecturas nos van a decir que estas palabras que Dios nos dirige no han de ser recibidas de cualquier manera: son dichas con urgencia porque, como nos dirá Pablo en la segunda lectura, el momento es apremiante. Por lo tanto, y ya sabemos así algo más del tiempo ordinario, cuando hablamos del tiempo ordinario no hablamos del aletargamiento que en nosotros se asocia a la rutina sino de la tensión que conviene a la vida vivida a fondo, a la vida vivida en respuesta al amor de Dios.
La primera lectura nos dice cómo Jonás, profeta de Dios, va a predicar a Nínive y los ninivitas, que eran gente de mala vida, se convierten ante el anuncio de Jonás y se vuelven a Dios. Como consecuencia de ello, nos dice la lectura, Dios se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó. Otra cosa que solemos asociar a lo que nosotros llamamos vida ordinaria es una presencia más bien “dormida” por parte de Dios, al que sentimos lejos y poco atento a lo que vivimos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos trae el verdadero modo de su presencia: Dios está tan atento a nosotros que suscita profetas para que llamen una y otra vez a la conversión a los ninivitas que vivían en trance de perderse, y en cuanto ellos se convierten levanta el castigo.
Es decir, en la vida ordinaria hay que atender a las llamadas que Dios nos hace a través de aquellos hombres y mujeres a los que ha suscitado para anunciarnos la salvación, y responder con presteza porque dichas llamadas son el único anuncio al que conviene dar prioridad. Ese vivir en tensión del que hablábamos antes concreta la actitud vigilante por la cual reconocemos las llamadas de Dios y respondemos a ellas con toda nuestra vida.
El creyente que vive con esta actitud de vigilancia sabe que por sí mismo no puede conocer por dónde se está manifestando Dios y, por eso, a través de la palabra del salmista suplica: Señor, enséñame tus caminos. Esta súplica que espera de Dios la luz para reconocer por dónde se manifiesta la acción de Dios en cada momento es una actitud que hemos de tener en nuestra vida cotidiana si, en medio de tantas y tantas situaciones que se dan en ella, queremos reconocer y responder a la acción de Dios.
Como pauta general para vivir nuestra vida, Pablo nos da una orientación en clave de vigilancia: Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina. Esta palabra de Pablo, en la que reconocemos que se ha hecho audible la Palabra de Dios, nos dice algo más acerca de esta actitud necesaria de vigilancia: la vigilancia, en medio de las situaciones concretas de la vida -estar casado, estar triste o alegre, comprar, negociar y tantas otras- nos llevará a vivir todas estas situaciones como relativas, sin apropiarnos de ellas, sin absolutizarlas, porque sabemos que Dios es el único absoluto para quien y por quien hemos de vivir. Por lo tanto, las situaciones de esta vida, puesto que son limitadas, caducas y relativas, hemos de aprender a vivirlas como tales. Esta orientación en cuanto al vivir también nos da una clave de cómo conducirnos en la vida cotidiana, en la vida común que vivimos los humanos.
El Evangelio nos relata cómo Jesús, al comienzo de su vida pública, ha recorrido la Galilea llamando a la conversión y orientando nuestra vida a creer en el Evangelio. En concreto, nos habla de su llamada a dos discípulos, Simón y Andrés, que cuando se encuentran con él en la vida, lo dejan todo para seguirle. Lo mismo pasará con Santiago y Juan, pescadores como Simón y Andrés. Estos hombres estaban en su vida de todos los días, haciendo el trabajo que les procuraba el sustento diario; sin embargo, su implicación en ese trabajo no era de la clase que te impide reconocer los caminos de Dios cuando éste te llama. Al contrario, en ese inmediatamente con que el evangelista describe su respuesta se expresa cómo estando ellos en su vida de todos los días -no descontentos de ella ni nada parecido- han sido capaces de reconocer esos caminos de Dios de los que hablaba el salmista, y han respondido como quien sabe dar a lo relativo -en este caso su casa y su familia, representada en su padre Zebedeo- la importancia que tiene, y responden como quien, aunque pueda perder cosas, quiere salvar su vida.
Así hemos de vivir nuestra vida cotidiana: entregándonos a lo importante, relativizando lo demás, con el corazón atento a descubrir los caminos del Señor en medio de la vida, para responder a ellos y vivir, en medio de la normal existencia cotidiana, una vida plena.
¿Reconoces la potencia que alberga nuestro vivir cotidiano así iluminado por las lecturas de este tiempo ordinario? ¿Nos lo cuentas en los comentarios?
Imagen: Gaelle Marcel, Unsplash
A mí me parecía que simplemente ese estar atento es ya algo que viene de Dios, porque es tratar de mirar con el deseo de encontrarle, de aceptarle, consentír sin gran lucha en que mi visión sea trastocada, con el deseo de darle paso. A veces repaso (o me hacen pararme a pensar en el momento) experiencias del día a día: una conversación, algo en lo que te fijas, que te dicen, algo inesperado, por “bueno”, o al revés, un conflicto que salta y te hace mirar más allá. Y dices “aquí estas, Señor”. Pero luego a veces no sé bien si soy más yo la que decía, o si es Dios qué quería decir en realidad. Quisiera tener esa luz para poder escuchar lo que dice, o por donde va, y no interpretar, o relativizar. Es un camino apasionante, la verdad, el ir tratando de mirar por donde, y realmente como, por muy inicial que sea, como que ves que existe, que es real, que merece todo la pena el pedirle vivir desde ahí. Hacerlo en el día a día es como lo más!. Muy agradecida por recibir estos textos en este momento, por Pablo, por tu comentario Teresa!
¡Qué bien que te sirvan, Carmentxu! “hacerlo en el día a día como lo más!”, dices, y en verdad que hace la vida apasionante. Es un camino largo porque, aun con el atractivo que tiene para los humanos, percibimos la tensión y nos cuesta mucho el desgarro hasta llegar a poder decir “consentir en que mi visión sea trastocada, con el deseo de darle paso”. Sólo después de un largo entrenamiento, en general, llegamos a vivir ese “sin gran lucha”, que en verdad merece tanto la pena, ¡más que la vida! Un abrazo, Carmentxu!
Nuestro día a día puede ser tan acelerado!! Es fácil entrar en un ritmo que nos aleja y desconecta de lo importante. Tantas cosas que socialmente están tan legitimadas y valoradas, la propia organización en casa, el trabajo fuera de casa, la familia, los hijos e hijas, colegio, extraescolares, uffff… Qué necesario buscar maneras de rebajar este ritmo. Es posible, claro que sí! Y necesario. Si no, se nos escurre lo importante. En el silencio podemos escuchar, estar, sentir, ser. Mirar a quienes queremos, con quietud, con tiempo, porque siempre podemos encontrar momentos para eso. Y si no los tenemos, es vital buscarlos. Con urgencia, claro que sí. Porque si no, se nos escurre lo importante. Guardar momentos de oración, para escuchar la Palabra que alimenta el alma, para dar gracias a Dios por tanto, para buscar su regazo cuando el dolor y la tristeza nos llenan, para pedir que nos lleve en sus manos…
La vida a fuego lento. Estamos al servicio de la vida. Y tenemos que darnos a ella, con atención, con urgencia.
Gracias Teresa porque nos ayudas en este camino.
Gracias, Aurora. La vida a fuego lento. La vida tejida a mano. La vida vivida a un ritmo que nos permita mantener la mirada atenta a lo que importa. Y lo demás, desde ahí. Es un cambio radical de vida, sin duda. Y notamos lo bueno que es porque al poco de ponernos a ello empezamos a sentir y a mirar de otro modo, la ansiedad se reduce y sabes que estás pudiendo reconocer y atender a lo importante. Un abrazo grande, Aurora
¡¡Qué descanso reconocer que todo lo nuestro es relativo!! Y qué bien que Dios nos enseñe qué es lo importante, aunque nos cueste toda la vida aprender a reconocerlo.
La vida tejida a mano, cocinada a fuego lento
Gracias por vuestra luz
Un abrazo
Somos muy afortunadas, Elena. Gracias a ti también!