Este nuevo café Evangelio que en este caso nos trae un texto enorme (Lc 3, 21-38). El bautismo de Jesús que está en Lucas 3, 21-22. Si recuerdas, la semana anterior veíamos este mismo capítulo 3, 1-20, y se nos presentaba a Jesús. Aquella presentación de Jesús se prolonga en estos versículos que siguen a la narración del bautismo, con la genealogía: Lc 3, 23-38. Si escuchamos con el corazón abierto, desde la fe, captamos que la presentación que nos hace él Lucas nos coloca en clave de alabanza, en clave de contemplación. Esa contemplación quieta, pausada nos puede ayudar mucho a entrar en lo que se dice aquí.
Veíamos la semana pasada que la gente se preguntaba por dentro si Juan no sería el Mesías y él les aclara Yo os bautizo con agua pero viene uno con más autoridad que yo y yo no tengo derecho a soltarle la correa de sus sandalias él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Con esa presentación ya veíamos que Juan nos muestra la grandeza de Jesús. Juan, que es un hombre que ha recibido de Dios el poder de bautizar, de que se quiten los pecados de la persona y se ponga en su lugar la gracia de Dios, es quien nos presenta a Jesús. Jesús tiene una autoridad tan infinitamente mayor que Juan se coloca a su lado como siervo. Como siervo incapaz incluso de realizar tareas, incluso menores, en relación a él: no soy digno ni de desatarle la correa de las sandalias. Eo es ponerse en un lugar pequeño, que nos orienta hacia un Jesús grande: la imagen es muy bonita, y si no la racionalizamos, sino que contemplamos, nos podemos dejar conducir hacia esa grandeza de Jesús. Juan sigue diciendo: él os bautizará, pero con Espíritu Santo y fuego. Es como “donde yo os he traído un bautismo de arrepentimiento que deja atrás el pecado y lleva que iniciar una vida nueva que va a seguir estando sujeta al pecado, él os va a bautizar con Espíritu Santo, que pone en vuestro interior la misma fuerza de Dios, para que el mismo Espíritu de Dios que va a conducir a Jesús, os conduzca a vosotros.” Palabras grandes que nos anuncian una vida grande.
Para que esto suceda, tienen que pasar muchas cosas: primero, que conozcamos a Jesús, que lo escuchemos, que le sigamos, que creamos en su pasión, en su muerte y en su resurrección. Entonces recibiremos el don del Espíritu para vivir al modo de Jesús -siempre, a distancia infinita de Jesús, pero a su modo-. Y es que algo que hemos visto es que la vida de Jesús, siendo una vida humana como la nuestra -como preciosamente nos va a decir este evangelio- es una vida de otro orden que la nuestra, porque se vive conducida por el Espíritu de Dios. Es el Espíritu de Dios el que puede realizar en nosotras en nosotros la vida de Dios, y frente a ese bautismo que Juan realizaba con agua -que requiere que nos limpiemos muchas veces-, el fuego purifica con tal profundidad que transforma lo que toca. Con esa imagen preciosa del fuego nos empieza a indicar Juan el Bautista quién es este que viene, tan enorme como nos lo acaba de presentar Juan el Bautista y mucho más que nos va a decir Lucas a continuación: este que viene, tan enorme es a la vez tan humilde que se bautiza como los demás no teniendo pecado. Se pone en la fila de los pecadores –todo el pueblo se bautizaba y también Jesús se bautizó-. Esto es muy digno de contemplar: que te detengas con el corazón en paz, con el corazón abierto a ser conducido, a ser guiado que el enviado de Dios, su Hijo, como se nos va a decir a continuación: ¡tan enorme como como es, y viene y se coloca en la fila de los pecadores!, porque entra en el mundo a redimir nuestro pecado. Pero lo hace desde dentro. No lo hace desde fuera del mundo, como por un toque de varita mágica sin tocar nuestra realidad, sino que se ha hecho uno de nosotros. Tan humilde que ha vivido durante treinta años viviendo nuestra vida y bendiciéndonos desde el interior de ese mundo nuestro en el que se ha encarnado. Del que conoce la humanidad porque la ha vivido la vivido, humilde y silenciosamente. Aprender a contemplar a este Dios inmenso y humilde. Tan enorme y tan cercano que ahora se ha colocado como uno más en la fila de los pecadores…
Este Jesús que se coloca en la fila de los pecadores, que se presenta en nuestro mundo como uno de nosotros, y recibe el bautismo de Juan, va a ser aquí mismo bautizado por el Padre con estas palabras amorosas y enormes: mientras oraba, dice el texto, se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, y se escuchó una voz del cielo: Tú eres mi hijo querido. En medio de nuestro mundo, el Padre va a proclamar, como proclamó en el nacimiento a través de los ángeles, el nacimiento de su Hijo. Aquí de nuevo, como un padre amoroso que no se puede callar el gozo inmenso con que lo ama, lo bendice. Lo bendice con una bendición mucho mayor que la del bautismo. Esa en la cual va a quedar habitado por el Espíritu Santo de un modo pleno. Ante Jesús, nos vemos desbordados al decir plenitud, porque todo desborda absolutamente nuestras medidas. Se nos dice que el Espíritu Santo baja sobre él, y en ese bajar sobre él es bendecido con la bendición de Dios, que -diríamos a nuestro modo “orgulloso, feliz dichoso”- y a la vez, presentándonos a nosotros a su Hijo, le dice a él y nos dice a nosotros: “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto.
Conocemos así quién es este Dios nuestro, que ama tanto a su Hijo que nos lo entrega ahora, que nos lo presenta y nos dice que nosotros también vamos a ser sus hijos queridos en él. Y desde aquí enlazamos con la genealogía de Lucas, que se redacta en clave de alabanza y de bendición. Comienza diciendo cuando Jesús empezó su ministerio tenía unos treinta años y, en opinión de la gente, era hijo de José. Aquí se nos va presentando esta esta genealogía que culmina, ni más ni menos que en Dios. El versículo 38 dice así: Enós, Set, Adán y Dios. Tenemos aquí elementos para la contemplación de este Dios que ha querido introducirnos en su intimidad, en su amor. Por eso el Padre nos ha entregado al Hijo. El Espíritu viene a hacerse presente como bendición sobre el Hijo, y en este en este círculo amoroso que lo abarca todo como la comunión que une toda la realidad, contemplamos el Amor en su esencia. Vamos a ser introducidas, a partir de la de la predicación y la entrega de Jesús, en una entrega que primero que ha sido cotidiana y oculta, guardando el corazón para Dios a lo largo de estos treinta años de vida oculta. Jesús se ha ido relacionando con Dios, conociéndolo, amándolo. Al escuchar el modo como Jesús va a habitar en nuestro mundo de manera pública, viniendo a anunciar la vida de Dios con su vida, nosotros conoceremos que esta es la vida que somos llamados a vivir.
La escena del bautismo nos permite contemplar cómo es nuestro Dios y cómo ha venido a habitar en nuestro mundo. Nos dice que Dios se ha hecho uno de nosotros: en un lado de esa genealogía está Jesús, la palabra de Dios hecha carne. En el otro extremo de la genealogía está el mismo Dios –hijo de Adán, hijo de Dios-. Así se nos dice que Jesús es el hijo de Dios. Se nos ofrece contemplar el Amor: a nuestro Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. A nuestro Dios que es que es Amor, y que se comunica incesantemente, gozosamente de modo fecundo. Así reconocemos a nuestro Dios presente en nuestro mundo en la persona de Jesús. Nos abrimos a la vida nueva que comienza en él, por él, con él.
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