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Sobre la coherencia entre palabras y obras

En este punto de nuestra lectura de Mateo nos detenemos para captar el conjunto. No de todo el evangelio -eso lo veremos más adelante-, sino lo que ahora nos ocupa.

Si recuerdas, en los cuatro primeros capítulos Mateo nos ha hecho una presentación del Mesías que nos ha llevado hasta el comienzo de la vida pública. Después, en los capítulos 5-7 se despliega el Sermón del Monte, una serie de discursos que comenzaban con las Bienaventuranzas y terminaban con la exhortación que nos hace el mismo Jesús a escucharle y poner en práctica lo que nos dice, tal como veíamos la semana pasada.

En la perspectiva judía de Mateo, esta perspectiva que aúna palabras y obras es fundamental. Debería serlo en toda vida humana -de hecho, cuando no se da hablamos de incoherencia-, pero es intrínseco al modo de mirar judío el que las obras reflejen lo que dicen las palabras que hemos escuchado, más si se trata de la Palabra de Dios.

Siendo esto así, ahora nos encontramos con una estructura, dentro del evangelio, que nos dice esto mismo: a las palabras de los cc. 5-7 siguen las obras en los cc. 8-9. Solo que ahora, estas palabras-obras no se refieren a nosotros, sino que dan testimonio del mismo Jesús. De tal manera que el díptico formado por estos capítulos 5-9 va a dar testimonio, ni más ni menos que de la consistencia del mensaje de Jesús. Ahora es el mismo Jesús el que se nos presenta a esta luz de sus palabras y sus obras. Mateo nos lo muestra como un hombre, el mismo Hijo de Dios, en quien las obras y las palabras dicen radicalmente lo mismo.

Es otro modo, por parte de Mateo, de honrar la humanidad de Jesús: lo presenta así como el ser humano en plenitud, en quien las palabras, que manifiestan al mismo Dios, y las obras, que dan testimonio del poder de Dios, señalan a Jesús como el Enviado del Padre y como el ser humano Pleno, porque vive haciendo la voluntad del Padre.

Además, este conjunto de palabras-obras no solo indica la unificación radical que se da en Jesús, sino que señala a su persona como referente de toda vida humana.

Así pues, los capítulos que siguen no son un enlace casual con lo anterior, sino que, en su estructura expresan la consistencia que debe tener la vida, la coherencia que debe darse entre palabras y obras, y la referencia a Jesús, hombre unificado, que se dibuja, a través de los capítulos, como el Enviado de Dios.

Si te parece, podemos aprovechar esta reflexión que nos da visión de conjunto para detenernos y preguntarnos por la coherencia que se da en nuestra vida entre palabras y obras. No bastaría con ventilar la cuestión diciendo algo superficial y falazmente humilde como “hablar es fácil, pero…”; tampoco con el defensivo y sutilmente orgulloso “no somos coherentes, ¡¿qué quieres?!”. Entre lo uno y lo otro está el deseo de preguntarnos, a la luz de las palabras que nos enseña Jesús, dónde está el paso de coherencia, de integridad que me toca ahora. La cuestión urgente en la que se me da ocasión de aunarme en coherencia, la pequeña fidelidad que me dinamizaría en integridad y justicia, el tema pendiente en el que alcanzaré paz.

Si tienes un rato, pregúntatelo. Y si no lo tienes, pregúntate por qué no sale tiempo para esto, que es importante (ya ves que la misma propuesta es una propuesta de palabras-obras).

¡Seguimos en esta escuela que tiene a Jesús de Maestro! Comparte, si quieres, algún comentario de lo que vas aprendiendo.

Imagen: Annie Spratt, Unsplash

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